No es que la idea de compendiar el saber humano por escrito fuera original de los enciclopedistas, porque ya muchos siglos antes Isidoro de Sevilla (c. 560-636) lo había procurado con sus
Etimologías, pero lo que resultaba innovador es que por vez primera se intentaba hacerlo bajo nuevas premisas: la supremacía y autonomía de la razón humana en todos los campos del saber.
Como sucede muchas veces la hija superó a la madre y así fue como mientras la
Encyclopédie dio su último suspiro en el último cuarto del siglo XVIII, la
Encyclopædia Britannica no hizo sino crecer, multiplicándose sus ediciones hasta llegar a la actual, la decimoquinta, convirtiéndose en una referencia mundial por su rigor y teniendo incluso una versión electrónica en DVD y en Internet.
Una réplica de aquella primera edición de 1768, compuesta de tres volúmenes, se vende actualmente.
Aunque lo que en un principio parecería ser un objeto para coleccionistas y bibliófilos, los editores quieren que llegue a un público más amplio, no dudando en resaltar algunas de las aseveraciones que en esa edición se hacían, no precisamente porque fueran acertadas sino todo lo contrario, si bien presentándolas como hechos misteriosos y maravillosos sobre el mundo.
Entre las tales han seleccionado para la publicidad de la edición las siguientes:
- California es descrita como ´un gran país de las Indias occidentales. Se desconoce si es una isla o una península´.
- El sistema solar tenía seis planetas, ya que Urano y Neptuno no habían sido descubiertos.
- Se rumoreaba que se habían hallado dragones volantes en África, Indias orientales y América.
- El homo sapiens se subdivide en cinco variedades: americano, europeo, asiático, africano y monstruoso.
- La electricidad era beneficiosa para curar algunas enfermedades, incluyendo la sordera y el dolor de muelas en los niños.
Todo esto merece una reflexión por partida doble, en cuanto a las aseveraciones en sí y en cuanto a la publicidad. En primer lugar porque casi tras dos siglos y medio desde la aparición de la obra queda patente que algunas de las afirmaciones que en ella se hacían eran fruto del desconocimiento en ciertos campos del saber. Desconocimiento por otra parte comprensible al ser consecuencia de algo elemental: el estado inacabado de nuestro saber, que está sujeto a cambios y desarrollo en la medida que nuestro horizonte se amplía y profundiza.
En tal apartado entrarían las afirmaciones referentes a California y a los planetas (planetas que por cierto hemos visto reducidos de nueve a ocho en los últimos años, al habérsele despojado al pobre Plutón de esa categoría ¡
sic transit gloria mundi!).
Por lo tanto, hay una provisionalidad inherente en nuestro conocimiento. Sin embargo,
hay otras afirmaciones que además de ser fruto de ese estado inconcluso, abiertamente entran en el campo del error, como las noticias sobre los dragones que vuelan, la clasificación antropológica de los seres humanos y el valor curativo de la electricidad.
Ahora bien, que afirmaciones de una obra que pretendía ser en aquel momento divulgadora del conocimiento nos hagan sonreír a los que vivimos en el siglo XXI, es algo que
debería aleccionarnos a nosotros a la humildad, no sea que los que vengan detrás se rían con razón de nosotros por algunas afirmaciones categóricas que ahora hacemos. Esa humildad ha de ser una característica de los científicos especialmente, que han sido encumbrados por muchos al pedestal de oráculos de la modernidad, dado que una obra que fue fruto directo de la explosión científica y oráculo de la modernidad de entonces, divulgó algunas ´verdades´ que evidentemente no eran sino tonterías. Aunque en cierta manera es verdad que la electricidad sí puede acabar con el dolor de muelas y la sordera, sobre todo cuando se aplica una descarga lo suficientemente alta y se electrocuta al sujeto del experimento.
Si hay campos del saber en los que las conclusiones están basadas en suposiciones e hipótesis, los científicos no deberían ser demasiado pretenciosos, no les vaya a suceder como a la primera edición de la
Encyclopædia Britannica. Es verdad que desde el campo de la teología se han hecho afirmaciones científicas erróneas, pero cuidado con la euforia científica que imagina que puede hacer afirmaciones irrebatibles, no sea que el futuro le depare la sorpresa de que incluso en su propia especialidad, el campo de la ciencia, alguien, un día, le saque los colores.
En segundo lugar es significativo que los impulsores actuales de esa primera edición se basen en las deficiencias e incongruencias que contenía para venderla. Ahora bien, el sentido común nos diría que por causa de esas deficiencias e incongruencias la obra ha perdido valor. Pero, sorprendentemente, son precisamente esas mismas deficiencias e incongruencias las que, según los publicistas, revalorizan la obra. La conclusión es clara: si en nuestro tiempo vende lo deficiente e incongruente es porque el sentido común está en sus horas más bajas, habiendo sido suplantado por la deficiencia e incongruencia común.
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