Claro que como él era hijo de la Ilustración abrigaba la esperanza de que ´la auténtica riqueza, felicidad, conocimiento y tal vez virtud de la raza humana´ irían incrementándose con el paso del tiempo.
Desde luego razón no le faltaba a Gibbon al compendiar en una frase tan perturbadora el curso de los siglos, porque cualquiera que se asoma a la historia contempla con horror ese vasto cuadro en el que los ´crímenes, locuras y desgracias´ son como los mimbres que la entretejen, como el escenario sobre el cual nosotros somos actores por activa y por pasiva.
De lo que no estoy tan seguro es si el optimismo de Gibbon sobre el futuro de la humanidad ha quedado corroborado por la realidad, en vista de la retrospectiva de dos siglos que tenemos desde que él murió, ya que durante ese intervalo hemos asistido a algunos de los hechos más espantosos que nunca hayan acontecido.
Es cierto que nuestro conocimiento ha aumentado notablemente, si por conocimiento nos ceñimos a la esfera del conocimiento científico, aunque en otros aspectos del conocimiento habría que preguntarse si somos más sabios que nuestros antepasados. También es discutible si hemos ganado terreno en cuanto a la auténtica riqueza y felicidad. Y en lo que respecta al incremento de la virtud el propio Gibbon no estaba muy seguro, a pesar de ser un entusiasta creyente en la capacidad humana y de ser un verdadero hijo de su época.
Lo que es evidente es que ahora, en nuestro siglo XXI, de todo aquel optimismo soñador desmesurado que nació en el siglo XVIII casi no queda nada, al haber sido pulverizado por la rueda implacable de los acontecimientos. Más bien lo que han quedado son malos presagios y negros nubarrones sobre el futuro a medio plazo, no de tal o cual nación sino del conjunto de la humanidad. Y a diferencia de los oscuros augurios hechos en el pasado por los portavoces de la religión sobre un colapso global, hoy son los expertos seculares, herederos directos de la Ilustración, quienes se han convertido en abanderados del anuncio de una catástrofe sin precedentes. ¡Cuántas vueltas da la vida y cuántos vuelcos este mundo!
La lista de esos ´crímenes, locuras y desgracias´ es larga y ha llegado hasta nuestros días. Algunos lugares son tristemente conocidos, algunos sucesos demasiado notorios y algunos protagonistas tenebrosamente famosos por ser responsables de ciertas páginas que son expresiones de un horror inconmensurable. Es fácil identificarlos y especialmente desligarnos de ellos. Fueron los responsables de aquel horror, de aquella atrocidad o de aquella otra monstruosidad. No los mencionaré particularmente. No es necesario, porque han quedado grabados en la retina de nuestra mente, en el desván de nuestra memoria colectiva.
Nos estremecemos cuando leemos los relatos, nos avergonzamos cuando vemos las evidencias, nos indignamos cuando comprobamos los hechos. Naturalmente todo eso entre nosotros, aquí y ahora, está bien denunciado, rechazado y apartado. No, entre nosotros no hay sitio ni lugar para tales horrores. Quedaron en el pasado y si están en el presente es en otras latitudes, en otros parajes, en otros geografías.
Y sin embargo un capítulo de esos ´crímenes, locuras y desgracias´ de Gibbon se desarrolla tranquilamente en nuestros días e imperceptiblemente en nuestro entorno bajo la protección de la ley y con la aquiescencia o indiferencia de muchos. Sus cifras estremecen y superan con mucho a los peores registros que podamos adjudicar a las más temibles máquinas de pavor que se hayan podido inventar.
Nos deja sin argumentos, porque todos los que podamos emplear para denunciar los atropellos, exterminios y abusos en otros y en otras épocas, son perfectamente aplicables a este capítulo de nuestro horror contemporáneo. Nos despoja de razón, de autoridad y de defensa. Nos sitúa en el mismo grado de culpa que arrojamos sobre otros. Nos degrada y deja en una posición no mejor que la de ellos. Ya sé que se defiende con determinados razonamientos, pero hay que recordar que todas las páginas perturbadoras que en la historia de la humanidad ha habido, hasta las peores, fueron justificadas argumentalmente también, incluso hasta el día de hoy.
No sé cómo catalogaría Gibbon, si viviera hoy, el aborto libre. ¿Lo incluiría entre los ´crímenes, locuras y desgracias´ de la historia de la humanidad? Nunca lo sabremos. Después de todo él solo podía ver el pasado desde su presente y únicamente imaginar cómo sería el futuro, o cómo le gustaría que fuera. Pero ese futuro ya está aquí. Es nuestro presente y ha demostrado ser simplemente una reedición del pasado que él resumió en esa frase lapidaria de ´crímenes, locuras y desgracias´ que es la historia de la humanidad.
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