Se trata de la única explicación coherente capaz de dar una razón al desorden moral, individual y universal, que desde la caída de Adán es patrimonio de toda la humanidad. Nuestro problema no tiene tanto que ver con hechos pecaminosos que surgen de nuestro ser, sino con el estado mismo de nuestro ser.
Si se rechaza esta enseñanza se llega a un callejón sin salida de dificultades insuperables, en el que la propuesta de la bondad innata del ser humano que es corrompida en determinado momento por los malos ejemplos o tentaciones, no es capaz de explicar por qué nadie, de entre toda la masa humana, ha sido capaz de vivir sin pecado.
Es precisamente esa imposibilidad que nos marca el pecado original, la que nos lleva a la necesidad de buscar nuestra salvación fuera de nosotros mismos. O lo que es lo mismo, el pecado original nos hace desesperar de nuestras propias soluciones para que nos arrojemos confiadamente en la única solución verdadera, que es la que Dios ha preparado. De manera que una necesidad, la de nuestro estado, nos lleva a otra, la de la salvación por medio de Cristo. Si nuestro estado no fuera de absoluta necesidad, tampoco sería absolutamente necesaria la salvación. Así es como un abismo (el de nuestro estado pecaminoso) llama a otro (el de la salvación por Jesús).
Cuando David escribió el salmo 51 para expresar su arrepentimiento por el horrendo pecado que había cometido, además de reconocer la extensión del mismo (expresada en las palabras rebelión, maldad y pecado) y su dirección (contra Dios), también meditó en su origen. ¿De dónde venía la raíz de este mal que de forma tan vil se había manifestado en él? ¿Cuándo comenzó? ¿Habría un instante en el que se pudiera señalar, sin lugar a dudas, el comienzo de su tendencia a lo malo?
Su respuesta no deja lugar a dudas:
‘He aquí, en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre.’(1)
Es decir, que esa condición no arranca en determinado momento de su adolescencia, cuando las hormonas se disparan y los impulsos sexuales son difíciles de controlar, ni tampoco en algún momento de su infancia, cuando la inocencia queda maleada por alguna influencia externa, sino que esa condición ya viene desde el mismo origen de su ser, es decir, desde el momento en el que fue concebido por su madre.
Algunos, para evitar tener que reconocer esta conclusión, han interpretado la lectura del texto como si la madre de David le hubiera tenido como fruto de una relación ilícita, lo cual significaría que David estaría hablando de un pecado concreto de su madre relacionado con su concepción. Y su formación en maldad la explican en el sentido de haber sido educado (formado) de manera deficiente.
Sin embargo, el paralelismo entre ser formado y ser concebido excluye la posibilidad de que ambas expresiones se refieran a momentos diferentes de su existencia, siendo la intención clara de David la de referirse al inicio de la misma en las dos expresiones. Además, la interpretación de la relación ilícita de la madre de David es totalmente forzada y hasta artificial, así como entender la palabra formación como si significara educación, una asociación que a nosotros nos puede resultar familiar, pero que en realidad es una imposición sobre el significado natural en el que está puesta la palabra formación.
Más bien, la idea es que la presencia del mal en David (y por extensión en cada uno de nosotros) es congénita a su propia existencia. Lo cual cuadra con la petición que un poco más abajo hará en el salmo, al pedirle a Dios que cree en él un corazón limpio (2). Si se precisa nada menos que la creación de una naturaleza nueva, es porque la vieja está echada a perder irremisiblemente desde su origen mismo. Si fuera buena desde la concepción, no haría falta pedir otra diferente, sino simplemente reformar la antigua, eliminando lo malo de ella. Por lo tanto, la necesidad del nuevo nacimiento surge de la propia existencia del pecado original.
Ahora bien, si la esfera de lo moral es algo exclusivo de determinado tipo de criaturas que son aquellas que tienen la cualidad de ser personas, pero de la que están excluidas radicalmente otras que no tienen tal cualidad, la conclusión es evidente: Lo que la madre de David concibe no es algo, sino alguien, porque si fuera meramente algo estaría de más atribuirle cualidad moral, ya que aquello que simplemente es cosa por definición es algo moralmente neutro. Pero el hecho de que posea condición moral implica que tiene condición humana. Luego lo que una mujer concibe no es simplemente un ser vivo que en determinado momento llega a ser un ser humano, sino que es un ser humano desde el principio, porque desde ese principio ya es portador de una carga moral. Por eso no es lo mismo destruir un embrión o un feto humano que matar, por ejemplo, a un toro en una corrida.
Si lo anterior es cierto se sigue que intervenir a favor o en contra de ese ser humano conlleva una responsabilidad moral por parte del ejecutor; de aprobación cuando lo preserva y cuida y de condenación cuando lo aniquila.
MÁS INFORMACIÓN
Esta serie es una respuesta al contenido de un
artículo de Máximo García Ruiz sobre el aborto.
(1) Salmo 51:5
(2) Salmo 51:10
Si quieres comentar o