Básicamente, y después de tanto tiempo, sigo sosteniendo los mismos argumentos que entonces empleé.
Afirmar que la Biblia no dice nada sobre el aborto es verdadero en un sentido y falso en otro. Es lo mismo que manifestar que la Biblia no dice nada sobre la Trinidad. Uno de los graves peligros al usar la Biblia para intentar encontrar respuestas a asuntos importantes es acercarnos a ella como si fuera una especie de diccionario, en el que solo hay que buscar el término deseado para que se nos dé una definición y se nos diga si es prohibido o permitido. Como el término gramatical aborto no aparece, la conclusión es clara: Se trata de un tema irrelevante, luego podemos perfectamente pensar y actuar sobre ello según nos parezca. El argumento parece contundente, pero ¿es así en realidad?
Una palabra puede no aparecer en la Biblia y sin embargo el pensamiento y la enseñanza que la sustentan estar diseminados por doquier a lo largo y ancho de ese libro. Ese sería el caso con el término Trinidad, por ejemplo. Es también el caso con el aborto. ¿Se atrevería alguien a afirmar que como la palabra ecología no aparece en la Biblia se deduce de ello que podemos hacer con nuestro planeta lo que nos venga en gana? Es evidente que no. Si aplicáramos esa regla llegaríamos a las aberraciones más ridículas, dado que las palabras ética y moral tampoco aparecen. Luego el argumento de que la ausencia de la palabra aborto deja la cuestión abierta no se sostiene.
Claro que a veces ocurre lo contrario; un término aparece una y otra vez en repetidas ocasiones, pero como no nos gusta la carga que lleva implícita, lo reinterpretamos para que diga lo que nosotros queremos que diga. Después defendemos nuestra reinterpretación diciendo que hasta ahora el término no se había entendido bien, lo cual resulta muy sospechoso porque quiere decir que en dos mil años de historia cristiana nadie había sido capaz de entenderlo correctamente, hasta que hemos llegado nosotros. Este sería el caso con el asunto de la homosexualidad. Es decir, que unas veces porque la palabra no aparece (caso del aborto) y otras porque hay que entenderla como nosotros previamente decidimos (caso de la homosexualidad), la cuestión es hacerle decir a la Biblia lo que nosotros queremos que diga.
Una de las grandes enseñanzas que hallamos en el Antiguo Testamento es la concerniente a la relación que existe entre bendición y procreación. La procreación humana (y animal) es producto de la bendición de Dios, y viceversa, una de las facetas en las que la bendición de Dios se expresa es en la procreación de sus criaturas. Es interesante que las dos primeras veces que la palabra bendición aparece en la Biblia están en el capítulo 1 de Génesis y en ambos casos relacionadas con la procreación. La expresión
´Y Dios los bendijo diciendo: Fructificad y multiplicaos´(1) no deja lugar a dudas. Así pues, cuando todo está en su origen y ese todo es perfecto, Dios vincula bendición con procreación.
Pero tal vez se pueda aducir que así era necesario entonces, a causa de la necesidad de que el mundo se poblara. Sin embargo, lejos de menguar o desaparecer, la relación bendición-procreación se mantiene a través de todo el Antiguo Testamento. De hecho,
´el fruto de tu vientre´ es una de las bendiciones que Dios derrama sobre su pueblo(2), describiéndose la bienaventuranza familiar que son los hijos como
´herencia del Señor´(3), lo cual implica que son riqueza que viene de parte de Dios. Estos pasajes, y muchos otros semejantes, ya no están situados en un mundo original e ideal, sino en un mundo caído, donde el pecado ha hecho su aparición y ha trastocado toda la armonía y belleza primigenias. Y sin embargo, a pesar del desastroso estado en el que las cosas han quedado, sigue en pie el principio que une bendición y procreación.
Ese principio tiene su contraparte en el hecho de que la esterilidad se contempla en el Antiguo Testamento como una de las peores desgracias que le puedan suceder a un individuo. Es lógico; si la procreación es bendición, la deducción inevitable es que la falta de procreación es sinónimo de falta de bendición, hasta el punto de que en ocasiones se establece una equivalencia entre esterilidad y maldición(4).
Ahora bien, llegados a este punto surge inevitablemente la pregunta: ¿Cuál es, por la lógica del razonamiento, la conclusión a la que llegamos si aplicamos los binomios procreación-bendición y esterilidad-maldición del Antiguo Testamento y ponemos bajo su luz la cuestión del aborto? La respuesta es inequívoca. Si la ausencia de procreación por causas naturales es contemplada como uno de los peores estigmas que un individuo ha de sobrellevar ¿qué será matar a lo que es bendición? Si en la cosmovisión del Antiguo Testamento la procreación es manifestación del agrado de Dios ¿en qué categoría moral habrá de situarse la deliberada aniquilación de lo que ha sido procreado?
Por tanto cae por su propio peso que el Antiguo Testamento da por sentado lo que el aborto es, al establecer lo que la procreación es. Su énfasis está en la vida y en la bendición y al hacerlo de esa manera, está dejando implícitamente claro lo que su opuesto es. ¿Quién dijo que la Biblia no tiene nada que decir sobre el aborto? ¡Cuidado! No sea que al decirlo se estén torciendo las Escrituras, como hicieron algunos a los que el apóstol Pedro llamó
´indoctos e inconstantes´(5).
MÁS INFORMACIÓN
Esta serie es una respuesta al contenido de un
artículo de Máximo García Ruiz sobre el aborto.
1) Génesis 1:22, 28
2) Deuteronomio 28:4
3) Salmo 127:3
4) Deuteronomio 28:18
5) 2 Pedro 3:16
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