Los motivos sanitarios para esta profesional se basan en el peligro potencial que acarrea el fármaco, que hasta septiembre pasado se vendía solo bajo prescripción médica, pero que ha sido liberalizado y puede adquirirse igual que una caja de aspirinas, poniendo así la responsabilidad sanitaria final en el farmacéutico, en lugar de en el médico.
La otra razón que esta farmacéutica esgrime, la moral, es ya conocida, siendo su argumento que esa píldora es un método abortivo, al impedir la implantación del embrión en el útero. Si sucede que en una relación sexual se ha producido fecundación (es decir, aparición de vida humana), la ingestión de la píldora del día después va a suponer la destrucción de dicha vida. A la farmacéutica de mi barrio se le ha echado encima no solo el anónimo autor de las pintadas, sino también otros profesionales sanitarios, que aseguran que dicha píldora no es abortiva, así como determinados dirigentes políticos, para quienes los farmacéuticos no pueden negarse a cumplir las leyes amparándose en cuestiones morales.
Que un profesional sanitario diga que esta píldora no es abortiva solamente puede entenderse por alguna de estas razones: o se trata de una preconcebida idea política que se antepone e impone sobre los hechos objetivos, o es un intento de aprovecharse de la ignorancia de mucha gente que desconoce el auténtico efecto de la píldora, o es una tentativa de limitar la palabra aborto a algo asociado con fetos, pero no con embriones. O tal vez es una mezcla de las tres. Sea como sea, lo cierto es que estamos no ante una declaración transparente y veraz, sino ante una información interesada y tendenciosa.
Que ciertos líderes políticos afirmen que los farmacéuticos no pueden acogerse a la objeción de conciencia, en un caso evidente que afecta a la conciencia, es en primer lugar demostración del valor que algunos le dan a la misma. Aunque para ser justos hay que conceder que sí se lo dan, siempre y cuando tal conciencia esté modelada según sus propios criterios. En segundo lugar, esa afirmación significa que primero se pone a estos profesionales bajo una disyuntiva de conciencia, para inmediatamente negarles todo derecho a salvar su conciencia y acusarlos de incumplir la ley. De manera que se elabora una ley, que indefectiblemente va a poner a ciertas personas bajo conflictos de conciencia, e inmediatamente después se las culpabiliza por no sujetarse a tal ley, echando toda la responsabilidad sobre ellas; cuando en realidad la responsabilidad la tiene el legislador que la promulgó, que sabía de antemano lo que iba a ocurrir.
La pintada de la farmacia de mi barrio no tiene desperdicio, llevando firma incluida, que es la del feminismo. Un feminismo de corte extremista que ha desalojado a cualquier otro tipo de feminismo de la escena, colocando así a las mujeres en una difícil coyuntura, al tener que ser lideradas por una ideología que se presenta como la vanguardia de las conquistas sociales, personales, políticas y jurídicas de la mujer, pero que lleva aparejada, nada menos, que la justificación, amparo y promoción del crimen. De forma que lo que comenzó siendo un noble movimiento, con altos ideales y logros manifiestos, se ha transformado, de unas décadas a esta parte, en una fábrica de aniquilación de seres humanos indefensos, que son un estorbo para sus propósitos. Con lo cual tales propósitos, que fueron legítimos en su origen, se han degradado, en vista de los medios usados, hasta convertir a ese movimiento en algo que cada vez se va pareciendo más a otros movimientos de liberación, que surgieron bajo determinadas circunstancias de opresión, pero que acabaron siendo peores opresores que aquellos contra quienes se alzaron. Es el patético final de todas las empresas humanas, cuando dejan a un lado la perspectiva de Dios.
Si una mujer puede disponer a su antojo del ser humano que lleva dentro, porque es libre y es su útero ¿cómo se podrá condenar al varón que dispone a su antojo de una mujer, porque también es libre y la considera suya? Combatiendo el mal, el feminismo extremista ha caído en otro mal similar. Y sin embargo, pretende que ese mal sea considerado un bien y un derecho. Y también pretende que los demás nos lo creamos.
La pintada, Católicos no, es una reveladora demostración de intolerancia y fanatismo, que no admite contestación a los planteamientos dogmáticos que el feminismo extremista ha levantado como bandera. Hay un avasallamiento, un acoso manifiesto a los disidentes y a sus conciencias, para intimidarlos y señalarlos.
Vienen días, al menos en algunos países, en los que puede que haya que cambiar el contenido del célebre poema del pastor Martin Niemöller (1892-1984), y hacer una paráfrasis que comience así:
´Primero vinieron a por los católicos y yo no protesté, porque no era católico…´
E incluso la paráfrasis podría ser así:
´Primero vinieron a por los católicos y yo hasta me alegré, porque por fin alguien le ajustaba las cuentas a los católicos…´
Como no quiero tener la culpabilidad de conciencia que el propio Niemöller expresa en su poema, es por lo que en esta coyuntura en la que nos encontramos digo: Yo también soy católico.
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