Y eso que hubo enormes dificultades que hacían presuponer que la nueva fe se quedaría reducida a círculos restringidos y, como otros movimientos nacidos en el oriente, acabaría desapareciendo. Entre esas dificultades estarían la propia juventud del movimiento, que como todo lo nuevo tenía un déficit de credibilidad y un plus de sospecha. Otra sería el antagonismo oficial que la predicación de otro reino y otro Rey despertaban en las autoridades. También estarían las divisiones internas, por no hablar de los sucedáneos espurios, que amenazaban, desde dentro, la propia supervivencia de la joven Iglesia.
Y sin embargo, contra todo pronóstico, el crecimiento y difusión del evangelio fue espectacular, al punto que la declaración de Tertuliano no es retórica ni triunfalista, sino real. Posiblemente los historiadores encontrarán explicaciones racionales a este fenómeno, pero siempre quedará un elemento sobrenatural que será el factor clave que explique cómo un brote insignificante, nacido en el seno del judaísmo en una provincia apartada del Imperio, se va a convertir en un plazo relativamente breve de tiempo en la única, y esto es preciso tenerlo en cuenta, creencia que hasta el día de hoy tiene el rango de universal.
En Madrid, en la Puerta del Sol, al lado de la emblemática estatua del Oso y el Madroño, es decir, en el kilómetro cero o punto desde donde se calcula la distancia hasta cualquier rincón de España, hay cada día de la semana, excepto domingos, evangelización al aire libre. El nombre de la iniciativa es, de acuerdo al lugar, Kilómetro Cero y viene realizándose desde hace siete años. El propósito de los responsables de esta feliz iniciativa es que, así como aquellos cristianos del tiempo de Tertuliano habían ocupado los centros neurálgicos de la vida cotidiana, también nosotros ahora y aquí en Madrid ocupemos otro lugar de suma importancia: la calle.
Se ha dicho que la oración (comunitaria) es la cenicienta de las actividades de la iglesia local, pero me temo que la evangelización haya tomado ese triste lugar en muchas congregaciones, que viven volcadas en sí mismas. Aunque en realidad es peor que eso, porque lo que ha sucedido es que simplemente ha desaparecido de muchos cristianos, incluidos líderes, la consideración de que el mandato de llevar el evangelio consiste en anunciarlo también más allá de los púlpitos y los templos, en la calle.
Uno de los peligros que acechan permanentemente a las iglesias es el de la institucionalización, o el hecho de perder la frescura, el vigor y la espontaneidad, sacrificándolo en aras de una uniformidad eclesiástica que se adapta al statu quo, lo que puede ser la raíz de la transformación del evangelio en una religión. De ahí que el poder espiritual acabe agostándose y convirtiéndose en costumbre, marchitándose también el denuedo y terminando por ser sustituido por la timidez y cobardía que nos impone el entorno, quedando enmudecida la predicación del mensaje por los conceptos dominantes de respeto y tolerancia hacia las creencias de los demás.
Otro peligro, no menos letal, es que acabemos cediendo a la presión de convertir el evangelio en una acción puramente social, pasando por alto, por incómodo, el componente oral primordial de llamamiento al arrepentimiento y a la salvación.
Por eso Kilómetro Cero es una bocanada de aire fresco, porque supone un regreso a algo que habíamos perdido: el hecho de salir a la calle a proclamar en quién hemos creído a pleno pulmón (nuca mejor dicho, porque no hay megafonía que requeriría permisos ¡ay! administrativos). No hay parafernalia tecnológica, ni grandes comunicadores, ni logística, ni estrellas mediáticas. Todo lo que hay es un grupo de cristianos evangélicos anónimos y esforzados, que se turnan para subirse a una simple caja, ése es su estrado, para proclamar las buenas nuevas de Jesucristo a pie de calle.
Y antes de hacer eso, una sesión de algo más de una hora de oración preparatoria. No hay trucos, ni subterfugios, ni parapetos. Es ponerse, y exponerse, frente a los que pasan, los que miran, los curiosos, los burladores, los indiferentes, los que preguntan, los que buscan.
La calle. El lugar que ocuparon aquellos puritanos disidentes del siglo XVII para llenarlo con su predicación, en contraposición a los clérigos institucionalizados anglicanos para quienes los templos eran el sitio apropiado. La calle. El lugar donde aquellos intrépidos predicadores itinerantes metodistas y presbiterianos del siglo XVIII, anunciaban a los colonos y nativos en América la redención en Jesucristo. La calle. El lugar donde los salvacionistas en la Inglaterra del siglo XIX, proclamaban con su música y testimonios la salvación a los perdidos. La calle, el lugar en el que unos pocos locos de cualquier siglo se han arriesgado a hacer el ridículo, y los españoles tenemos un pronunciado sentido del mismo, por amor de Cristo.
La misma calle que nosotros, hoy, hemos de volver a tomar para el evangelio. Para eso existe Kilómetro Cero.
MULTIMEDIA
- NOTICIA:
´Kilómetro Cero´ puso su caja roja en Ratones Coloraos para predicar el Evangelio a toda España
- VIDEO: Pueden ver aquí una
entrevista en la Televisión de Andalucía, con el título de “Jesús Quintero y el Evangelio de Km. 0”
1) (Apologeticum 1:37)
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