Es por eso que cualquier Estado de Derecho plasma en su constitución el principio de igualdad, según el cual no puede haber exenciones, ni privilegios, ni distinciones, que son la base de la corrupción, de la arbitrariedad, del despotismo y de la opresión. Sin principio de igualdad no puede haber justicia y la falta de justicia es el terreno propicio para que se produzca el bienestar de unos a costa del malestar de otros.
Pero una cosa es lo que sobre el papel dicen esas constituciones y otra lo que la realidad nos muestra en el día a día. Muchos y variados son los ejemplos, de ayer y de hoy, que podemos tomar para comprobar lo afirmado anteriormente.
Por ejemplo, el colonialismo sería un tipo de esa clase de relaciones, que produjeron una sima que hasta el día de hoy ha dejado una herida sin cicatrizar entre países colonos y países colonizados.
Es claro que el bienestar de unos fue a costa del malestar de otros. Las metrópolis occidentales se enriquecieron gracias a las riquezas naturales extraídas con el sudor de los nativos y el hombre blanco impuso su ley de superioridad militar y tecnológica sobre pueblos atrasados, que jamás habían visto un arma de fuego o un caballo.
Muchos de estos pueblos en África, Asia o América han quedado, hasta el día de hoy, sumidos en un estado de postración y complejo de inferioridad que les ha marcado definitivamente. Por supuesto que el colonialismo también trajo avances culturales, sanitarios y de otra índole en los lugares donde estuvo, aunque muchas veces de manera paternalista, razón que explica la dinámica de amor-odio que preside las relaciones de las colonias hacia sus antiguas metrópolis.
El bienestar de unos a costa del malestar de otros, es lo que el feudalismo originó en aquella sociedad tripartita medieval, compuesta de nobles, clérigos y campesinos. Los primeros guerreaban para defender a los segundos y terceros; los segundos oraban por los primeros y terceros, mientras que los terceros trabajaban y luchaban para sostener a los primeros y segundos, de manera que el ascenso en la escala social estaba restringido a los primeros y segundos, quedando los terceros definitivamente excluidos de toda posibilidad de escapar de un estrato social, en el que todo su horizonte consistía en trabajar físicamente de sol a sol, cuando no en ir a guerras que los primeros y segundos habían suscitado.
El bienestar de unos a costa del malestar de otros, es lo que el capitalismo, en su fase más cruda, ha provocado en tantos tiempos y lugares. Las estampas que de la revolución industrial nos han dejado los grabados de Gustavo Doré (1832-1883), donde las masas obreras en Londres y otras ciudades británicas se hacinaban en tugurios imposibles, saturados de miseria material y moral, son bien elocuentes de lo que sucede cuando la ganancia, la rentabilidad y el beneficio son los criterios máximos por los que se mide a los seres humanos. Estampas parecidas hoy en día, pero en fotografía o video, es fácil recopilar si viajamos a ciertos lugares del Tercer Mundo, donde trabajadores confeccionan ropa que en el Primer Mundo compraremos a precio de saldo, gracias a que ellos reciben un salario miserable, en condiciones deplorables.
Claro que la reacción a ese capitalismo, que vino de la mano del socialismo y el comunismo para redimir a los proletarios explotados, terminó también en una nomenklatura, o élite de privilegiados insertos en las estructuras de poder del régimen, que podían tener acceso a todos los lujos y caprichos que el denostado capitalismo había creado y que estaban fuera del alcance de las masas proletarias.
El bienestar de unos a costa del malestar de otros, es lo que está ocurriendo en tantos países ricos actualmente, donde la inmigración es la mano de obra barata que hace posible el sostenimiento de una economía basada en el desempeño de las tareas más ingratas, en los puestos menos cualificados, con los salarios peor pagados, por las personas más vulnerables social y económicamente. No pueden exigir, ni reclamar, porque saben que su subsistencia depende de la aceptación de las condiciones que les son impuestas. El chantaje en el que viven permanentemente no les deja otra opción.
Pero por otra parte, esas mismas sociedades que los tienen en tales condiciones, no podrían sostenerse sin ese estado de cosas.
El bienestar de unos a costa del malestar de otros… Parece que es la tónica de este mundo.
Ahora bien, si es verdadero este principio, de que el bienestar de unos a costa del malestar de otros es algo profundamente injusto, ¿Por qué entonces, en el caso del aborto, se nos quiere hacer creer que es algo progresista? Porque con el aborto sucede que para que unos vivan mejor, otros ni siquiera pueden vivir. Aquí ya no es cuestión de subsistir en condiciones infrahumanas para que otros vivan tranquilos. Aquí se trata, simplemente, de aniquilar a los que estorban. ¿Es progresista el capitalismo salvaje? ¿Es progresista el colonialismo egoísta? ¿Es progresista la explotación de los inmigrantes? Entonces ¿Por qué el aborto sí es progresista, si a fin de cuentas consiste en lo mismo: El bienestar de unos a costa del malestar de otros?
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