Por supuesto, el caso le ha venido de perlas a quienes aprovechan escándalos de este tipo para descalificar globalmente a todo un conjunto de personas, que quieren hacer la voluntad de Dios con un celo bien dirigido, tanto en sus fines como en sus medios.
No es el primero ni será el último ejemplo de toda una serie de despropósitos y barbaridades que, en el nombre de Dios, se han hecho y se harán. De hecho, la nuestra es una época dorada en la demostración de tales desatinos, que van desde espectáculos tragicómicos como el de este predicador (trágico, por el daño que se ha hecho al evangelio y cómico, porque hay algo de bufonada en todo el asunto), hasta otros en los que el aspecto trágico y terrorífico es el único componente, al realizarse matanzas indiscriminadas para agradar a Dios.
Pero que la nuestra sea una época que se presta fácilmente a tales desvaríos, dadas las repercusiones instantáneas y mundiales que alcanzan gracias a los medios, no quiere decir que sea la única en la que tales cosas han ocurrido. Por el celo de Dios se han cometido las mayores aberraciones que la Historia pueda registrar, tal como testifican las persecuciones y derramamiento de sangre que han jalonado el paso de los siglos. Los que han sido perseguidos, a causa de su fe en Dios, se han convertido, posteriormente, en perseguidores, a fin de preservar la pureza de esa misma fe por la que anteriormente fueron perseguidos. De manera que hay un hilo conductor que atraviesa todas las épocas, caracterizado por el celo religioso desviado.
Que la religión, cualquiera que sea, es un campo especialmente abonado para que se den tales extremismos, procede de la delgada línea que separa celo de fanatismo.
Un requisito esencial a cualquier creencia religiosa es el celo, ya que sin el mismo hace acto de aparición la indiferencia, la cual, por definición, es el mortal enemigo que acaba con cualquier convicción. Por lo tanto, en ese mismo requisito imprescindible del celo hay un riesgo de entrar en la frontera del fanatismo.
Como para que exista el celo se precisa la sinceridad, y entre celo y fanatismo hay un nítida pero sutil separación, llegamos a la conclusión de que no sólo el celoso es sincero sino que también el fanático lo es. Lo cual nos lleva a otra conclusión: la sinceridad, por sí sola, no puede ser la medida final para definir la valía de una convicción.
Pero en el caso del predicador boliviano no sólo ha habido sinceridad sino, según su propia declaración, la persuasión de que Dios le había hablado y ordenado hacer lo que hizo, a fin de avisar del terremoto que iba a ocurrir. Y aquí entramos ya en otro terreno, en el que
hay que deslindar dos aspectos bien diferenciados: uno, el medio usado para trasmitir el mensaje y otro, el mensaje mismo.
Es evidente que el medio usado, el secuestro de un avión, es un delito; luego es un medio que no puede ser atribuido a Dios. En ese sentido, el predicador cometió un gravísimo error, por el que va a pagar justamente en la cárcel. El ilícito medio usado para propagar su mensaje, ya descalifica al mensaje mismo.
Pero suponiendo que el medio usado hubiera sido lícito, se abre una pregunta: ¿Puede Dios revelar a alguien acontecimientos ocultos, inmediatos o futuros? No me estoy refiriendo a cuestiones doctrinales, porque ése es el problema de las sectas, que pretenden tener revelaciones, traídas por algún ´iluminado´, añadidas y posteriores al Nuevo Testamento, que distorsionan la enseñanza cristiana. Dios no se contradice a sí mismo y por tanto la culminación de la revelación está y acaba en Jesucristo.
Me estoy refiriendo a si es posible que alguien reciba un aviso o un mandato de parte de Dios, tal como vemos en el libro de los Hechos con aquel personaje llamado Agabo(1). Evidentemente, en ese sentido, nada impide que Dios pueda hacerlo hoy. El problema es que se trata de un terreno delicado en el que lo subjetivo puede jugar un papel tan preponderante, que finalmente el individuo puede acabar engañándose a sí mismo y a otros. En algunas iglesias los casos de profecías que no son tales, han ocasionado mucho daño a los destinatarios de las mismas, al hacerles creer y esperar cosas y acontecimientos que sólo estaban en la imaginación del que las pronunció. Pero por otro lado, son notorios los casos de cristianos que han recibido de Dios personalmente palabra, mediante visión, sueño o persuasión, de emprender tal o cual tarea, como sucedió con Patricio (c.390-c.461) que tuvo una visión de gente irlandesa llamándole para que les llevara el evangelio a su tierra. Igual que ayer, Dios lo sigue haciendo hoy. Claro que por otro lado es fácil ampararse en un supuesto mandato de Dios, para hacer lo que uno desea hacer. También aquí se suceden los malos ejemplos, siendo uno de ellos el de nuestro predicador boliviano.
El intento de algunos por dar carta de legitimidad teológica y definir esta actividad sobrenatural de Dios, hablando directa y personalmente a determinadas personas sobre aspectos que a los demás les quedan ocultos, ha desembocado en la enseñanza del Logos y el Rhema, según la cual Dios tiene dos formas de dar a conocer su voluntad: una general, expresada en el vocablo Logos, y otra especial, expresada en el vocablo Rhema. La primera estaría encarnada en la Biblia, la Palabra escrita; la segunda en la palabra profética particular, que el Espíritu Santo da en respuesta a una necesidad específica. Creo que este contraste entre ambos términos no se sostiene y es erróneo, siendo fuente de no pocas desviaciones y peligros…
1) Hechos 11:28; 21:10-11
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