La tragedia estuvo en el aire no sólo ese día sino en cualquiera de los ocho días que duró la fiesta, con la diferencia de que en ese día la tragedia se materializó en muerte. Las imágenes de Daniel con la sangre saliéndole a borbotones por el cuello y la mirada fija, clavada en algún punto indefinido, han dado la vuelta al mundo.
Tras el primer choque por la impresión de ver la muerte en directo de una persona, en seguida se suceden las reacciones ante lo que sucedió. Entre las tales está el debate sobre la seguridad del recorrido y las medidas de precaución por parte del ayuntamiento, pero por encima de todo
están los consejos de los expertos, quienes recomiendan lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer para ponerse a correr delante de un toro. Por supuesto hay que ir sobrio, nada de alcohol en la sangre lo que puede resultar fatídico por razones evidentes. Aunque a decir verdad, recomendar la sobriedad en una fiesta presidida por el alcohol demanda del potencial corredor un ejercicio de profundo dominio propio, toda vez que los efectos de una borrachera nocturna pasan factura a la mañana siguiente en forma de ´resaca´; otro consejo es que hay que ir descansado, habiendo dormido las suficientes horas para estar en óptimas condiciones, lo cual de nuevo es precisamente lo contrario al espíritu de la fiesta, cuyo jolgorio se prolonga hasta altas horas de la madrugada, si es que no se empalma con el día siguiente.
Pero antes que nada es importante, dicen los entendidos, respetar al toro, porque, y aquí nos recuerdan algo que tal vez se nos había olvidado, ´los toros matan´. De ahí que no haya que correr de cualquier manera, sino de acuerdo a ciertos principios. Y aquí es donde entrarían las maniobras que no hay que hacer, los movimientos a evitar y las acciones que pueden multiplicar el peligro, de acuerdo a una ley no escrita. Por ejemplo, se nos dice que un toro rezagado de la manada, al que por supuesto no hay que citar ni provocar en manera alguna, entraña un mayor peligro. De igual manera, hay que tener en consideración las precauciones a tomar, qué hacer en caso de caída, de atropello, cómo correr sin poner en riesgo innecesario la vida propia y la de otros corredores. En suma, una especie de manual de instrucciones para que las carreras sean limpias y bonitas, como dicen.
Doy por sentado que todo esto lo sabía y lo practicaba Daniel Jimeno, quien era un consumado corredor desde hacía quince años en estos y otros encierros. Y sin embargo, a pesar de lo que no hay que hacer y de lo que sí hay que hacer delante del toro, una décima de segundo fue suficiente para que acabara con su vida.
Con mis respetos a los que son entusiastas aficionados a esta clase de diversiones, creo que lo que no hay que hacer para que un toro nos empitone es mucho más sencillo que todo ese cúmulo de consejos, resumiéndose en uno solo: Si no quieres que un toro te coja, no te pongas a correr delante de él. Ésta sería una máxima de lógica y sentido común que, de ser puesta en práctica, haría imposible que Daniel Jimeno hubiera muerto como ha muerto.
Pero como hay quienes no están dispuestos a renunciar a su pasión por el riesgo y a la emoción de que la adrenalina se dispare de cero a cien en cuestión de los tres minutos que dura el encierro, es por lo que hay que tomar en consideración el otro tipo de consejos sobre lo que no hay que hacer y lo que sí hay que hacer ante un toro.
Es decir, que estamos ante una jerarquía de advertencias, ocupando el nivel de seguridad absoluta la que dice ´Si no quieres que un toro te coja, no te pongas a correr delante de él´ y quedando muy a distancia, en segunda posición de seguridad, y seguridad relativa, la que dice lo que sí hay que hacer y lo que no hay que hacer delante del toro.
Creo que las fiestas de San Fermín son un buen paradigma del comportamiento humano en muchos sentidos. Se nos han dado una serie de preceptos y mandatos cuyo propósito final es nuestra seguridad y salvaguarda, para que en nuestro paso por este mundo nos vaya bien. Tienen que ver con distintos campos de nuestra vivencia: social, familiar e individual.
De ser puestos en práctica, este mundo sería otra cosa. Pero los hemos desechado, calificándolos de camisas de fuerza, anacrónicos impedimentos para nuestra libertad, escogiendo el riesgo de contravenir su sensatez y sentido común, a fin de experimentar aquello que prohíben. Las consecuencias no se han hecho esperar, en la forma de desastres sociales, familiares e individuales. Y entonces es cuando, no estando dispuestos a reconocer nuestro error, nos hemos tenido que buscar una multitud de consejeros y consejos que de alguna manera palíen esas catástrofes que eran evitables.
Un ejemplo sería el campo de las relaciones sexuales. Como se ha rechazado por anticuado y ´carca´ el concepto que las hacía propias y exclusivas del matrimonio, nos hemos encontrado con el resultado de que la trasgresión de ese sensato y sano principio ha producido y produce innumerables quebraderos de cabeza: embarazos no deseados, abortos, infidelidades conyugales, divorcios, promiscuidad, SIDA, etc.
Sin embargo, en vez de echar marcha atrás, cosa que sería retrógrada filológica pero no esencialmente hablando, nos hemos empecinado en seguir adelante, como los corredores de San Fermín delante de los toros. Pero como le ha pasado a Daniel Jimeno, a pesar de todas nuestras precauciones y sabiduría, el toro nos coge. Y si a alguien se le ocurre levantar la voz y dar una palabra de exhortación y de regreso a los antiguos preceptos, se le tilda poco menos que de idiota. Aunque en realidad, en vista de los resultados de las ideas transgresoras, habría que repensar seriamente dónde están los verdaderos idiotas, ya que como dice la sabia sentencia
´El avisado ve el mal y se esconde, mas los simples pasan y reciben el daño.´(1)
1) Proverbios 22:3
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