A pesar de su categoría, tras su muerte, sería condenado por ciertas proposiciones doctrinales que había en sus obras, en las que entraba en terrenos pantanosos en los que no se hacía pie, al haber ido más allá de la seguridad y firmeza que nos marca la Palabra de Dios. Claro que teniendo en cuenta que su método favorito de interpretación de la Escritura era el alegórico o místico, por el que buscaba encontrar siempre un sentido elevado y escondido en el texto, se comprende que desvariara entrando en lo fantasioso.
Una de esas proposiciones, fruto de su especulación, fue la enseñanza sobre la preexistencia de las almas, según la cual las almas humanas fueron creadas antes que el mundo y que al apartarse de Dios, junto con los ángeles que cayeron, fueron desterradas a morar en cuerpos. Como aquella caída, anterior a la de Adán, fue de diversos grados, eso explicaría la diferencia entre unos seres humanos y otros. ´
De ahí viene -dice Orígenes-
el que algunos, desde el principio de su vida, se muestren activos e inteligentes, otros sean más tardos y hay algunos que nacen totalmente obtusos y absolutamente incapaces de recibir instrucción.´(1) Es decir, que cada alma es introducida en el momento de la concepción en el cuerpo, de acuerdo a sus acciones pretéritas y según sus méritos en su etapa descarnada. No es extraño que el II Concilio celebrado en Constantinopla (553) se pronunciara contra esta enseñanza en estos términos:
´Si alguno afirmare la preexistencia fabulosa de las almas... sea anatema.´
Vamos a imaginar por un instante, sólo un instante, que la idea de Orígenes sobre la preexistencia de las almas fuera verdadera. Ello nos permitiría imaginar una hipotética votación hecha entre esas almas que han de tomar un cuerpo, a la siguiente pregunta: ¿En qué clase de útero te gustaría tomar cuerpo, en el de una mujer retrógrada y reaccionaria que es anticuada y por eso mismo tiene como valor supremo el respeto a la vida humana, o en el de una mujer progresista y avanzada que, por eso mismo, sitúa el valor de esa vida por debajo de otras consideraciones personales? El resultado de dicha votación arrojaría el siguiente resultado: Candidatura de madres retrógradas y reaccionarias, votos a favor, todos; votos en blanco, ninguno; votos nulos, ninguno; votos en contra, ninguno. Candidatura de madres progresistas, votos a favor, ninguno; votos en blanco, ninguno; votos nulos, ninguno; votos en contra, todos. Así pues, todas esas almas, por unanimidad absoluta, votarían que su madre fuera retrógrada y reaccionaria.
De hecho, si las almas de Orígenes se expresaran ante la disyuntiva de la mencionada votación dirían algo parecido a esto: ´Lo que queremos es nacer y por lo tanto preferimos que nuestras madres sean retrógradas y reaccionarias, pues de esa manera tendremos asegurada nuestra existencia. No queremos que nuestras teóricas madres sean progresistas, no vaya a ser que nos consideren seres vivos, pero no seres humanos, y acaben con nuestras esperanzas de llegar al nacimiento.´ Esa sería su respuesta. Pero como Orígenes disparató al imaginar una teoría así, la supuesta votación también es un disparate, por lo que no nos queda más remedio que olvidar el asunto.
Pero dejando a un lado a Orígenes y su teoría y yendo a la realidad, esa misma votación se la podríamos hacer a los que están ya en el seno materno. Aquí no estamos ante fantasías de seres quiméricos sino de carne y hueso, sensibles, en los que su corazón y cerebro funciona, siendo capaces de percibir el calor y el amor, así como el rechazo y el dolor. El resultado sería el mismo que en las almas de Orígenes: Unanimidad absoluta a favor de las madres retrógradas y reaccionarias y desconfianza, cuando no pavor, hacia las madres progresistas.
Doy gracias a Dios que tuve una madre retrógrada y reaccionaria. Y también se las doy a ella, aunque ya no esté aquí, por haber sido así. Sí, mi madre fue retrógrada y reaccionaria porque me concibió a la edad de cuarenta y dos años, una edad de riesgo, pero dio por sentado que mi venida al mundo era incuestionable. Cuarenta y dos años sería una razón más que suficiente para que una madre progresista aborte. Pero a mi madre, retrógrada y reaccionaria, ni siquiera se le pasó por la imaginación hacer algo así. Eran años de penurias, en una época de estrechez económica para un matrimonio que ya tenía otros tres hijos. Mi llamar a la puerta de la vida significaba muchas presiones psicológicas y estrés añadido, que diríamos hoy. Muchas privaciones y dificultades, con pocos recursos y ninguna comodidad. Lo justito para ir tirando en el día a día y a veces ni siquiera para eso. Con todo, fui recibido, amado, cuidado y criado. Y gracias a ella, a mi madre retrógrada y reaccionaria, estoy hoy aquí.
¡Para vosotras, madres fuertes y valientes; para vosotras, madres esforzadas y sacrificadas, vaya mi gratitud y reconocimiento! Y no solo el mío sino el de tantos y tantos que tanto os deben. Yo os saludo a vosotras, retrógradas y reaccionarias, porque sois verdaderos instrumentos de progreso y de vida. Vosotras, retrógradas y reaccionarias, habéis hecho posible que este mundo haya sido el hogar para millones y millones de seres humanos; un hogar en el que esos seres han podido ejercer y desarrollar, cuando solamente eran una simiente insignificante, el potencial que llevaban dentro de sí.
Gracias a una de vosotras pudo nacer un Beetohven, cuando hubiera sido más lógico acabar con él en el útero de su madre. Gracias a una de vosotras un Moisés salió adelante, cuando el riesgo de hacerlo era supremo. Y gracias a una de vosotras el Hijo de Dios se hizo hombre, cuando el estigma de llevar aquel embarazo hasta sus últimas consecuencias era demasiado pesado para poder soportarlo. ¡Muchas gracias a todas vosotras, madres retrógradas y reaccionarias!
1) De Principii 2,9,3-4
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