Pero
Papillon, tras un primer intento de fuga, fue enviado como castigo a otro penal que superaba con creces al de Cayena, situado en la isla del Diablo, una pequeña isla situada a unos cincuenta kilómetros al noroeste de Cayena y a veinte de la costa. Tras varios intentos de fuga consiguió escapar de aquel infierno y relatar al mundo su odisea, que incluso fue llevada a la pantalla en 1973 en una película titulada como el alias del personaje y protagonizada por Steve McQueen.
La sensación que causó el libro se debió no solamente a las rocambolescas aventuras narradas en el mismo, sino también a la denuncia explícita que se hacía del sistema penal francés, que estaba consintiendo pasivamente que arbitrariedades, abusos, malos tratos, torturas y hasta muertes fueran el pan de cada día en aquellos terribles agujeros olvidados de la sociedad francesa. Pero no solamente el sistema penal francés salía mal parado, también la misma justicia y en último término la propia democracia francesa quedaban en entredicho, al sustentar los horrores que allí se cometían. El libro ponía en evidencia a una de las grandes naciones del mundo, impulsora de la Declaración Universal de los Derechos del hombre, al cobijar en su seno prácticas más propias del tiempo de Luis XVI, lo cual era una negación de sus esencias más veneradas y una auténtica vergüenza nacional. Tras el escándalo que provocó el libro se tomaron medidas para que la justicia fuese justicia en la Guayana francesa y no crueldad.
El caso de Francia, denunciado por Papillon, es ilustrativo de algo que es más frecuente de lo que debería ser, esto es, la existencia de ´patios traseros´ donde sociedades de todo tipo, incluidas las más sofisticadas y civilizadas, esconden sus trapos sucios de manera que sean invisibles, a la vez que abrillantan y decoran el escaparate que todos pueden ver. Y aunque se sospeche que algo extraño y hasta inconfesable ronda por dicho ´patio trasero´, es mejor mirar para otra parte y hacer un pacto de silencio ante lo que resultaría ofensivo y acusador. Y si ese ´patio trasero´ está a miles y miles de kilómetros de las estancias principales de la casa, mejor que mejor, así nuestras conciencias no serán molestadas, porque como dice el viejo refrán, ojos que no ven, corazón que no siente.
Si democracias bien asentadas pueden tolerar esos ´patios traseros´ ¿qué será en dictaduras, para las cuales la existencia de los mismos va unida a su propia subsistencia? Por eso la Alemania nazi llenó casi toda Europa de campos de concentración y exterminio donde arrojar toda la basura humana que, según su ideología, formaban los disidentes políticos y las razas decadentes. O como la Unión Soviética, donde aquel archipiélago de campos de concentración conocido como GULAG se cobró la vida de cientos de miles, quizás millones de personas, que pensaban de manera diferente a la oficial. La diferencia entre los ´patios traseros´ creados por las dictaduras y aquellos que las democracias pueden consentir es que los primeros son oficiales y los segundos oficiosos. Por eso, para desmontar los primeros hay que desmontar antes la estructura política e ideológica que los sustenta, lo cual no es necesario hacer en el caso de los segundos. Mientras que los primeros se sostienen gracias a una legalidad perversa, los segundos lo hacen gracias a la hipocresía y la cobardía.
El presidente Obama ha puesto fecha al desmantelamiento de Guantánamo, el lugar en el que permanecen en reclusión, sin garantías jurídicas, los acusados y sospechosos de terrorismo islamista. La gravísima amenaza que el ataque del 11-S supuso contra Estados Unidos hizo que la seguridad nacional fuera contemplada como un bien superior a la libertad individual, de ahí que ésta quedara supeditada a aquélla.
A tal fin había que buscar una fórmula que evitara la aplicación de las enmiendas quinta y decimocuarta de la Constitución, que establecen que ninguna persona podrá ser privada de vida, libertad o propiedad
´without due process of law (sin el debido proceso legal)´, lo cual es uno de los fundamentos de cualquier Estado de Derecho. Así es como surgió la solución Guantánamo, pues al no tratarse de territorio de ninguno de los Estados de la Unión sino sólo de una base militar en Cuba, parecía ser la salida que esquivaba la aplicación de la ley. Se trataba, en definitiva, de crear un limbo jurídico en el que los derechos elementales quedaran suspendidos. De esa manera, los prisioneros allí detenidos podrían ser sometidos, por tiempo indefinido, a presión, interrogatorio y quién sabe qué más cosas para sonsacarles información. En un sentido Guantánamo se convertía así en el ´patio trasero´ de los Estados Unidos, sólo que esta vez era algo de dominio público y con un barniz de justificación. El problema era que
la creación de un limbo jurídico, por la propia nación que es el exponente mundial de los derechos jurídicos, era una incoherencia escandalosa.
Pensándolo detenidamente ¡Hay que ver lo bien que se nos da crear limbos jurídicos para sortear aquello que es de justicia reconocer! Por ejemplo, uno de esos limbos sería aquel en el que hemos colocado a los embriones. Sin protección, sin derechos y sin garantías. A expensas de lo que gobernantes, científicos y gente de a pie quieran hacer con ellos: Experimentación, ensayos, investigación o simplemente aniquilación.
Nuestras modernas y asépticas clínicas abortivas, enclavadas en el interior de nuestras ciudades, son nuestro ´patio trasero´ donde casi nadie puede ver lo que se hace, pero también donde muchos no quisieran mirar. Y donde algunos han legislado que exista un limbo jurídico, durante un plazo preciso de tiempo, para así poder actuar con total impunidad. Es otro Guantánamo, solo que aquí los que carecen de derechos elementales no son terroristas, sino simplemente seres humanos que aspiran a seguir siéndolo.
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