De pronto, parecía que ante nosotros se abría un nuevo escenario previamente anunciado en el mencionado artículo. Y sin embargo,
el 11-S no era más que un exponente de ese choque que ya se había venido produciendo, a otra escala, a lo largo de todo el siglo XX,
en el que ciertas fechas habían sido jalones que indicaban que estábamos en la antesala de un conflicto de dimensiones descomunales. Esas fechas determinantes serían dos: la creación el 14 de mayo de 1948 del Estado de Israel y el ascenso al poder el 1 de febrero de 1979 del imán Jomeini y la creación de la República Islámica de Irán.
La primera fecha, que los musulmanes de todo el mundo consideran ignominiosa, representaba la entrada en escena de un protagonista que durante siglos había quedado postergado, viviendo ´de prestado´ (y del préstamo) en las naciones en las que había sido esparcido. La fundación del Estado de Israel en su antigua tierra era más de lo que ningún musulmán podía soportar, porque significaba que el judaísmo había sido restaurado a su plenitud, lo que suponía poner en entredicho la principal tesis del Islam al respecto: Que el judaísmo (y el cristianismo también) no es más que una variante religiosa defectuosa que ha de ser desplazada por el avance y triunfo total y mundial de la auténtica religión pura que Dios ha revelado: el Islam.
La segunda fecha marcó el comienzo de una revolución que no se ciñó a las fronteras del país que la vio nacer, Irán, sino que ha sido una sacudida sísmica cuyas réplicas se han ido extendiendo a lo largo de todas las naciones donde hay musulmanes, concienciándolos y enardeciéndolos para la consecución de sus propósitos.
Así pues, el choque de civilizaciones materializado el 11-S era la culminación de una trayectoria iniciada con anterioridad y de cuyo desarrollo dependerá en buena medida el curso de este siglo.
Pero
una cosa es constatar los hechos, e incluso intentar hallar la explicación a los mismos, y otra muy diferente tratar de encontrar un remedio. Pues bien, esto es lo que el presidente del Gobierno español está intentando hacer con su propuesta e impulso de la Alianza de Civilizaciones, que sería la respuesta constructiva al Choque de Civilizaciones de Huntington. En lugar de buscar y acentuar las diferencias, sentémonos, hablemos, conozcámonos, lleguemos a acuerdos y seamos tolerantes y respetuosos los unos con los otros. De esa manera podremos construir un futuro en el que todas las creencias y no creencias puedan vivir en paz.
No estoy seguro de que tal cosa sea posible por una sencilla razón: las ideas islámicas en su esencia son maximalistas. Es decir, nunca ha sido, es, ni será el propósito del Islam coexistir pacíficamente a perpetuidad y a nivel paritario con otras creencias, y mucho menos con el judaísmo y el cristianismo, sus grandes rivales.
Allí donde el Islam se ha impuesto como religión de Estado las demás creencias han pasado a ser, en el mejor de los casos, toleradas bajo ciertas condiciones restrictivas y hasta denigrantes y en el peor subyugadas hasta la aniquilación total.
Alguien responderá que también ése ha sido el caso del cristianismo cuando se ha aliado con el poder político. Pero la respuesta a esta objeción es la siguiente: la diferencia entre el monopolio compulsivo del Islam y el monopolio compulsivo del cristianismo es que el primero obedece a la voluntad explícita de Allah, mientras que el segundo va en contra de la voluntad explícita de Jesucristo. Es decir, en el primero el musulmán hace una obra buena, mientras que en el segundo el cristiano hace una obra perversa. Así pues, el Islam compulsivo es una idea de Allah, mientras que el cristianismo compulsivo no es una de Dios sino de los hombres o incluso del diablo mismo. Nunca estuvo en la mente de Dios tal cosa y jamás pasó por la imaginación de Jesucristo que su mensaje se impusiera por métodos coactivos.
Pero a lo que íbamos, el presidente del Gobierno español está trabajando en esa línea de entendimiento y acuerdo con el mundo musulmán, al menos comenzando con Turquía. El estupendo nombre, Alianza de Civilizaciones, dado a su iniciativa y los foros de encuentro hasta ahora realizados, indican que estamos ante su proyecto internacional más estimado.
Pero ya que el presidente está lanzado en promover alianzas entre partes enfrentadas ¿No sería posible promover una Alianza entre embriones y madres gestantes, a fin de llegar a eliminar la coacción e imposición violenta de una parte sobre la otra? Si en el terreno internacional se trabaja con denuedo para convencer a voluntades contrapuestas a que se avengan a una entente cordial ¿No sería posible hacer algo parecido en este otro terreno? Con la ventaja de que aquí hay una sola voluntad, y no dos, a la que convencer: la de la madre gestante. ¿Por qué se promueven alianzas por un lado y se desatan hostilidades por otro? ¿Dónde hay que empezar a promover alianzas: en los foros internacionales o en el útero materno? ¿Cuál es la alianza más básica, la más elemental, la raíz de todas las demás? ¿Por qué tan buena voluntad hacia gente diferente (el Islam) y tan poca o ninguna hacia gente impotente (el embrión)? ¿Cómo es posible que se idee una alternativa al choque de civilizaciones y se aliente, sin alternativa, un choque contra los embriones? Si en los embriones está la semilla de las futuras civilizaciones ¿No sería mejor empezar con el origen de tales civilizaciones y a continuación con las civilizaciones mismas? Y si civilización es un término opuesto a barbarie ¿No se comete una barbarie legislando contra los embriones, aunque quienes promulguen tal barbarie lo hagan en nombre de determinadas civilizaciones?
Me parece razonable pensar que si es posible una Alianza de Civilizaciones también es posible una Alianza pro-embriones. Y lo que me parece irrazonable es que la misma persona que lucha contra el Choque de Civilizaciones promueva el Choque contra los Embriones.
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