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EEUU y España: algunas diferencias

Si hay un sentimiento que he tenido en estos últimos meses al contemplar la campaña electoral en los Estados Unidos y después en el periodo que media entre la victoria de Obama y su juramento como presidente ante los ojos de todo el mundo, es el de envidia. Ya sé que es un pecado, pero no he podido evitarlo. Aunque en mi descargo he de decir que no se trata de la concupiscencia pasional que tiene como último objetivo la posesión a cualquier precio de lo envidiado. Más bien se trata de la envidia
CLAVES AUTOR Wenceslao Calvo 22 DE ENERO DE 2009 23:00 h

Ya sé que esa nación tiene muchos defectos, algunos de ellos reprobables y hasta intolerables. Pero a pesar de ellos hay una grandeza, la cual no es fruto del azar ni de la casualidad, que ha quedado demostrada de forma patente.

Hay varias instantáneas que para mí tienen un profundo significado, pero me quedaría con tres. La primera sería la noche en la que el perdedor, John McCain, se dirige a sus simpatizantes para reconocer la victoria de su adversario. Cuando McCain pronuncia el nombre de Obama, los abucheos de los congregados son acallados por el propio McCain que corrige a sus incondicionales pidiéndoles respeto para quien ha ganado las elecciones. Es toda una lección de caballerosidad, de saber perder y especialmente de no dudar en desaprobar una conducta censurable, aunque venga de quienes están de su parte. En otras palabras, lo que está mal está siempre mal, dando igual de qué lado venga, sin estar lo malo o lo bueno condicionado por el interés personal o por motivaciones partidistas.

La segunda instantánea también tiene como protagonistas a ambos líderes, que aparecen juntos justo el día antes de que Obama jure su cargo como presidente. El vencedor y el derrotado, por deferencia del vencedor, se presentan públicamente, dando Obama a su antiguo adversario un lugar de honor que ennoblece a quien así se comporta. Es sabido que vivimos en un mundo donde no hay sitio para los perdedores, porque la competencia es de tal calibre y llega a ser tan cruel que los perdedores son olvidados y abandonados en la cuneta de la vida. Y si hay un lugar en el planeta donde eso es así, ése es Estados Unidos. Y sin embargo, ahí pudimos ver que los perdedores también deben contar y que los vencedores se hacen grandes precisamente cuando saben valorarlos y estimarlos.

Pero además esa instantánea tenía un valor añadido: la de que todo sectarismo partidista debe ser puesto a un lado en aras de lograr un objetivo supra-partidista, como es la recuperación de una nación que enfrenta graves y profundos problemas ante un futuro inquietante.

¡Qué diferencia con la atmósfera irrespirable de sectarismo que hay en España! Resulta irónico que durante la década de los ochenta se desató toda una caza de brujas, promovida desde los medios de comunicación y desde determinadas instituciones oficiales, para combatir el sectarismo. El sectarismo religioso, claro. Fueron años en los que había que temer a las sectas casi tanto como a los desalmados de ETA.

Y en la palabra “secta” entraba cualquier cosa que no fuera la tradicional religión de España. Había que velar mucho por los jóvenes, no fueran a ser engatusados por alguna secta. Había que crear asociaciones para torpedear la invasión de las sectas. Había que recuperar a quienes su cerebro había sido lavado con las perniciosas técnicas sectarias. De esta manera se inoculó en el cuerpo social una vacuna de prevención hacia todo lo que no fuera lo archiconocido en el campo religioso.

Por eso cuando alguien se proponía transmitir el evangelio tenía primero ante sí la ingrata tarea de probar que no pertenecía a una secta ni que sus intereses eran sectarios. Y en esta esfera se era culpable mientras no se demostrara lo contrario. ¡Y demostrar tal cosa era tarea ardua! Treinta años después, todavía arrastramos la lacra que se echó sobre nosotros y sobre otros grupos religiosos en aquellos años, cuando la democracia daba sus primeros pasos.

Pero he aquí que el transcurrir del tiempo ha ido poniendo las cosas en su sitio, quedando de manifiesto dónde están y quiénes son los auténticos sectarios. El diccionario de la Real Academia define sectario en su segunda acepción como ´Secuaz, fanático e intransigente, de un partido o de una idea.´ ¡Dios mío! Nunca una definición fue tan precisa para describir exactamente lo que aquí está pasando. Personas sectarias, con una visión sectaria, están en los puestos de mando y de decisión. Los periódicos y las cadenas de televisión tienen como propósito deformar, desinformar, uniformar, conformar o cloroformar. Cualquier cosa, menos informar. Y todo ello maquillando, silenciando, manipulando o exagerando, según convenga, los datos. Todo, en aras de conseguir sus propios fines sectarios. Y así es como el periodismo va quedando reducido hasta ser cada vez más una mera máquina de propaganda ideológica de un signo u otro. No es extraño que sin el regalo de alguna película o promoción especial cada vez menos gente compre un periódico por el periódico en sí.

Y qué decir de los portavoces de los partidos políticos. Su parcialidad y demagogia alcanzan cotas insoportables. Aunque si tenemos en cuenta que partido procede de parte y una parte es una facción necesariamente parcial, entonces ya estaremos muy cerca de lo sectario. Su incapacidad para hacer autocrítica es de tal envergadura que sólo la harán si se produce un gran descalabro electoral. Pero mientras las urnas lo justifiquen ¡adelante con el sectarismo!

Así pues, la irrespirable atmósfera sectaria en la que nos encontramos en España no tiene por protagonistas a las distintas creencias religiosas disidentes, como pretendieron hacernos creer en su momento, sino que tiene como plataforma a los medios de comunicación y los aparatos de propaganda de los partidos políticos, estando ambos indisolublemente unidos entre sí. Qué bien les vendría que se aplicaran a sí mismos lo que durante tanto tiempo exigieron a otros. Porque ahora resulta que hay que vacunarse contra ese tipo de sectarismo mediático y político, para prevenir daños irreparables en los individuos y en la sociedad, lo cual es un peligro para la democracia, porque significa que dos grandes soportes del sistema son una amenaza real para el sistema mismo. De seguir por ese camino, medios de comunicación y partidos políticos llegarán a ser conceptuados como males necesarios, algo parecido a como es conceptuada la guerra.

Y la tercera instantánea con la que me quedo de Estados Unidos es con la de los presidentes saliente y entrante, protocolaria y civilizadamente interviniendo armónicamente en el traspaso de poderes. El defenestrado hoy por casi todos (aunque admirado en su momento) y el admirado hoy por todos (aunque no sabemos por cuántos dentro de cuatro u ocho años), dando una lección de continuidad y normalidad. Eso también es grandeza.

God bless the United States! Y busquémosle, para que también nos bendiga a nosotros.
 

 


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