El mal de altura, especialmente cuando se ha vivido en las regiones más ínfimas y en contacto diario con la miseria más abyecta, puede hacer estragos. Hay que tener una cabeza muy bien amueblada y un corazón muy bien puesto en su sitio para mantener los pies en el suelo y no dejarse llevar por la euforia del éxito inmediato.
Porque aquí no estamos tratando con alguien que ha ido trepando, paulatinamente, desde el fracaso hasta el triunfo, dándole tiempo así para ir asimilando los cambios. Estamos ante un personaje que, de la noche a la mañana, pasa de estar en una celda a ser puesto sobre toda la tierra de Egipto. De ser servidor a ser servido.
Y ahora hay tanto por descubrir, tantas cosas nuevas que experimentar que bien haría falta una temporada de adaptación a las nuevas circunstancias. Psicológicamente eso sería lo recomendable. Por otra parte, un hombre joven que ha experimentado toda suerte de privaciones, carencias e injusticias en los últimos años de su vida, bien puede pensar en compensar de alguna manera todas esas lagunas y recuperar el tiempo perdido, ahora que tiene posición y autoridad para ello. Un poco o un bastante de lujo, un algo o un mucho de placer, ¿quién se lo podrá negar? ¿a quién le parecerá inapropiado que José pueda cometer algún exceso o desliz, habida cuenta de su duro trasfondo? Es como el viajero errabundo por el desierto que, al borde de sus fuerzas, encuentra un oasis de agua abundante. ¿Quién podrá censurarle su ansia desenfrenada por ese líquido? ¿Quién se atreverá a exigirle equilibrio y moderación?
Y sin embargo, José sale de delante de Faraón para recorrer toda la tierra de Egipto. Es decir, recibe su alta encomienda e inmediatamente se pone manos a la obra. Pero no desde el despacho de un palacio, rodeado de papeles (papiros), informes y funcionarios más o menos diligentes, sino
poniéndose en contacto personalmente con la realidad; con la realidad de la gente y de la tierra, con la realidad de una nación cuyo futuro está en juego.
Hay que conocer de primera mano y sobre el terreno mismo los puntos fuertes y los débiles, las posibilidades para prevenir las eventualidades y contingencias; dónde y cómo están las rutas principales, los núcleos de población, las zonas donde el precioso grano de trigo se siembra y cosecha. Hay que conocer a sus gentes.
Podría haberse quedado en Tebas, la capital de Egipto en aquel tiempo, símbolo de esplendor y grandeza, donde los templos y grandes edificaciones, como los de Amón y Luxor, descollaban por doquier. Pero ¿la cosmopolita, sofisticada y refinada Tebas representaba la realidad de Egipto? ¿O no era más bien la privilegiada realidad de una pequeña proporción de la población de Egipto? Era preciso conocer la problemática de campesinos y agricultores, que a lo largo de miles de kilómetros, en las orillas del Nilo, luchaban cada día por su supervivencia. Era necesario saber lo que pasaba en las pequeñas y medianas poblaciones, no sólo en las grandes.
Es de temer que algunos gobernantes actuales sólo salen a la calle para ponerse en contacto con la realidad de la gente, una vez cada cuatro años, cuando necesitan desesperadamente su voto. Después… se encierran en sus despachos, se codean con los grandes y si salen a la calle es para rodearse de sus incondicionales, siendo ésa toda la realidad con la que permanecen en contacto… hasta que se cumplen los cuatro años.
Pero José es un gobernante que, a diferencia de tantos otros antiguos y actuales, no se contenta con recibir cada mañana una serie de informes de cada departamento para, a partir de los mismos, tomar las decisiones pertinentes. No vive encerrado en un palacio de marfil. No es un gobernante de salón. No le importa tanto salir en la foto sino trabajar para conseguir resultados.
¡Cuántos males políticos, económicos y humanos, que finalmente han pasado terrible factura a tantos pueblos, tienen su origen en esta forma de gobernar desconectada de la realidad! Cuando uno mira el mapa de África y contempla esas líneas rectas que delimitan fronteras, hechas desde ciertos despachos de algunas cancillerías occidentales durante el siglo XIX, percibe que alguien, con un tiralíneas y una regla y a miles de kilómetros de distancia, se puso a definir dónde acababan y comenzaban las naciones que entonces eran colonias. Con un total desconocimiento de etnias, lenguas, creencias e historia, quedaron establecidas fronteras que dividieron pueblos y separaron comunidades de forma traumática. Y viceversa, obligaron a someterse por la fuerza a una misma soberanía artificial a entidades humanas diametralmente opuestas entre sí.
Sí, José es un gobernante del que muchos actuales harían bien en tomar buena nota. También en este aspecto, de vivir con los pies en la tierra y en contacto con la gente.
1) Génesis 41:46
2) Génesis 41:14
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