Casi sin leerlos, automáticamente mandaba esos mensajes a la papelera de reciclaje. Pero de pronto, tan misteriosamente como hicieron su aparición, cesaron y nunca más volví a recibir ninguno.
Ahora que el mundo financiero anda de cabeza puedo entender aquella avalancha de ofertas y también su súbita desaparición. Así pues, toda esa oleada de mensajes obedecía a ese frenesí de concesión de hipotecas (
mortgages) y la búsqueda de hipotecarios indiscriminados, siendo su repentino cese el preludio de que algo comenzaba a fallar en aquella febril excitación financiera.
No sé por qué siempre asocié la palabra
mortgage con algo sombrío, incluso antes de saber su significado. Tal vez sea por su parecido con las palabras que en latín y español comienzan por mort- y cuyo significado tiene que ver con muerte:
mortalis (mortal),
morticinus (muerto),
mortifer (mortífero),
mortificatio (muerte), etc., pero también porque
mortgage me recordaba la palabra
morgue, es decir, depósito de cadáveres. Cuán lejos estaba yo de imaginar que mi intuición inconsciente, en este caso, iba a estar respaldada por la etimología de la palabra. Porque efectivamente la palabra inglesa
mortgage aparece en el siglo XV y procede del francés
mort y ésta del latín
mortuus (un muerto, un cadáver), más la palabra
gage de origen germánico que significa señal, prenda.
Ahora bien ¿por qué en inglés la palabra hipoteca (
mortgage) está asociada con la palabra muerte?
Según Sir Edward Coke (1552-1634), quien fue un renombrado jurista, la asociación tiene que ver con la duda de si el deudor pagará el débito o no. Si no paga, la prenda
´es enajenada de él para siempre y por lo tanto es muerta para él… Y si paga, la prenda es muerta para el acreedor hipotecario.´ Así pues, la idea de muerte, una idea muy seria, debería estar presente cada vez que alguien ofrece o contrata una hipoteca. No se trata de un alegre y superficial juego al que como niños nos entregamos en un momento dado, sino que se trata de un asunto de la máxima gravedad y que hay que tomar con toda la prudencia y discernimiento posibles. Me temo que el problema financiero actual ha surgido porque, haciendo caso omiso del significado etimológico de la palabra
mortgage, los hipotecarios y los hipotecados se han lanzado irreflexivamente a una loca aventura que ahora nos pasa factura a todos.
Es interesante que la palabra hipoteca tiene un origen común en varias lenguas muy distinto del que tiene en inglés. En francés
hypothéque, en italiano
ipoteca, en alemán
hypothek, en portugués
hypoteca y hasta en esperanto
hipoteko, derivan todas ellas del griego
hypotheke, que significa literalmente ´poner debajo´. Es decir, lo hipotecado es la prenda que sostiene al préstamo, su fundamento. Aunque la palabra muerte no aparece, es evidente que de nuevo estamos ante algo esencial, algo que tiene que ver con fundamentos. Y si tiene que ver con fundamentos entonces es que se trata de algo serio, porque un fundamento mal puesto o trastocado puede ser causa fácil de ruina.
En resumen, muerte y fundamento son los grandes conceptos que presiden la noción de hipoteca en determinadas lenguas.
Pero olvidando esa realidad, al estar embriagados por la prosperidad económica en los años de vacas gordas, nos entregamos a una carrera en la que engañosamente la codicia y la pretensión de vivir por encima de nuestras posibilidades nos hicieron creer que la bonanza no tendría techo ni fin. El precio desorbitado de la vivienda en España sería indicativo de eso, al querer todos sacar la mejor tajada posible.
Esa codicia de ganancias desproporcionadas de unos tuvo su efecto inmediato en otros, quedando así todo el sistema económico, que dependía en gran manera de la construcción, sujeto a la ley de la voracidad desmedida. Pero la avaricia rompe el saco y ahora esta palabra, avaricia, es la que aparece en el lenguaje de los expertos para explicar lo que ha pasado. Normalmente ellos suelen emplear una terminología técnica y aséptica que solamente entienden los iniciados en economía, quedándonos el resto de los mortales a oscuras; pero he aquí que, al final, la clave de todo reside en una palabra que comprende hasta un niño: avaricia.
Ahora bien, como la avaricia está conectada directamente con la moral llegamos a una vital conclusión: el buen o el mal funcionamiento de la economía dependen, en último término, de la moral. Así que la moral es imprescindible para que cualquier nación marche bien económicamente.
¡Y pensar que estábamos intentando deshacernos de una vez por todas de esta fastidiosa palabra: moral! Especialmente si se trataba de la moral judeo-cristiana. Ahora que la habíamos postergado de la política, de la sexualidad, de la familia, de la escuela y de otras esferas, viene la economía, la economía desastrosa, a enseñarnos que no es posible sobrevivir económicamente sin moral, sin moral judeo-cristiana. Porque ideas tales como laboriosidad, prudencia, sobriedad, contentamiento, previsión y honradez son parte de su enseñanza.
Hemos sido, una vez más, atrapados en nuestra propia sabiduría al habernos pasado de listos. Por eso sería bueno reconocer que las recetas económicas vinculadas con la antigua moral contenida en la Biblia son fuente de auténtica riqueza, mientras que las inmorales son una ruina, aunque momentáneamente parezcan dar resultados.
Si quieres comentar o