De hecho, Chicago tiene el más alto de los Estados Unidos, la Torre Sears, que durante un tiempo (hasta 1996) lo fue del mundo.
En Chicago tuve la oportunidad de visitar el año pasado la exposición más insólita que imaginarse pueda y cuyo título era
Bodies…the Exhibition. Se trata de una exposición itinerante de cuerpos de personas fallecidas que comenzó en Japón en 1995 y que ya ha sido vista por unos 30 millones de personas en todo el mundo. Ahora, y tras ocho meses de permanencia en Madrid bajo el título
Bodies, parte para Italia. Aunque el contenido de la exposición puede parecer en principio apropiado solamente para especialistas y mentes retorcidas, amantes de lo morboso y lo tétrico, lo cierto es que congrega a gente de toda condición y de todas las edades, niños incluidos.
¿Cómo es posible que algo como un cuerpo humano muerto pueda no solo no asustar sino incluso fascinar a personas normales y corrientes? ¿A qué se debe el éxito de este despliegue de mortandad?
Naturalmente, cuando pensamos en cadáveres vienen a nuestra mente imágenes no precisamente agradables, de cuerpos que, en el mejor de los casos, es imposible disociar de esa componente terrible que la huella de la muerte ha impreso en ellos. Sin embargo,
el creador de la plastificación, que así se podría traducir la palabra plastination, de cadáveres, el Dr. Gunther von Hagens, ha descubierto una técnica que ya les hubiera gustado conocer a los antiguos egipcios, consistente en un elaborado y complejo método químico que preserva al cadáver de la corrupción y la descomposición. Además, queda eliminado todo rastro de identidad posible al haber sido removida la piel del rostro, de manera que nadie puede saber a quién corresponde ese cuerpo y, lo que es más importante, toda traza de dolor, daño o estigma inquietante han sido eliminadas.
La ventaja de la plastificación ya no solo es estética, porque la muerte ha perdido su poder de abrumarnos y anonadarnos, sino también divulgativa, porque allí podemos ver un cuerpo humano entero y en sus distintas partes, al igual que podemos contemplar en la carnicería del supermercado una ternera o un cerdo por piezas o en su totalidad.
Cuerpos humanos en lonchas, como el queso que usamos para los sándwiches, en rodajas, en porciones, enteros, en todas las posiciones imaginables y desde todos los ángulos. Allí podemos examinar cada uno de los músculos que conforman nuestro cuerpo, cada nervio, cada tejido, cada órgano, con la ventaja de que son reales sin ser desagradables. Cadáveres humanos de pie, sentados, acostados o jugando al fútbol o al tenis, porque la plastificación permite hacer con ellos lo que los niños hacen con esos muñecos articulados a los que pueden posicionar según su voluntad.
Creo que esta exposición es todo un paradigma de nuestro tiempo, porque de la misma manera que hay cirujanos plásticos de los vivos, que retocan nariz, labios, nalgas o pechos, así ahora ha surgido el primer cirujano plástico de los muertos, el Dr. von Hagens, que preserva indeleblemente los cadáveres de forma agradable para exhibirlos. Todo sea por el cuerpo y para el cuerpo, esté vivo o muerto. Y
así como hay quien expone el suyo en pasarelas de moda o barras de streaptease, también hay quien lo expone en
Bodies. Hay quien se pone implantes de silicona para unos pocos años en esta vida y hay quien se plastifica todo entero tras esta vida gracias a von Hagens. Es el viejo sueño de la preservación del cuerpo en el tiempo y más allá del tiempo.
Pero la silicona en los vivos y la plastificación en los muertos son sinónimos de lo artificial, de un mundo que no es natural, del intento inútil de la retención de lo pasajero y de lo que se nos escapa a raudales con el paso del tiempo. Por eso nuestro mundo moderno, occidental y sofisticado es un mundo artificial y artificioso. La silicona y la plastificación representan la máxima respuesta que pueden darnos la tecnología y la ciencia para resolver la realidad de la muerte, que es el enemigo implacable de nuestro cuerpo. Y aunque pretendamos anularla, retardarla, combatirla e ignorarla por medio de la silicona y la plastificación, a todo lo más que llegamos es a disfrazarla o maquillarla, engañándonos a nosotros mismos sobre su verdadera naturaleza.
No donaré mi cuerpo para que von Hagens o algunos de sus émulos lo plastifique. Prefiero ponerlo en manos de otro, del que lo rescató del poder de la muerte mediante su propia muerte. Por eso no necesito ni silicona ni plastificación porque tengo ante mí la expectativa de algo infinitamente superior, la resurrección, que a diferencia de las anteriores no es artificial sino real.
Sí, la promesa del evangelio en Jesucristo es incomparable, al sobrepasar a la momificación de los antiguos egipcios y a la plastificación del Dr. von Hagens, de ahí que puedo hacer mías las palabras del apóstol Pablo:
´Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.´ (
2 Corintios 5:1)
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