A la muerte de ésta, y contra los pronósticos que hacían suponer la merma de influencia de su protegido, Cisneros supo ponerse del lado que a la postre resultaría vencedor en el enfrentamiento que personificaron el viudo de Isabel, Fernando, y su yerno Felipe el Hermoso por la corona de Castilla. Como resultado, Fernando nombró a Cisneros cardenal e Inquisidor General del reino. A la muerte de Fernando, Cisneros sería la clave para sacar adelante, frente a las maniobras que buscaban otras alternativas, la candidatura de Carlos, el nieto de Isabel y Fernando, como rey de España.
Pero
al lado de su faceta política, Cisneros desplegó otra no menos importante, como fue la faceta reformista religiosa de la España de su tiempo, que lo convertiría en todo un adelantado de lo que después sería el Concilio de Trento. Desde su cargo como arzobispo de Toledo, y con el respaldo de Isabel, promovió una reforma del clero secular, que en sus pautas morales no era precisamente un ejemplo pues el concubinato estaba extendido por doquier y el absentismo era común entre los párrocos. Igualmente acometió la reforma del clero regular, al que el propio Cisneros pertenecía al ser franciscano, exigiendo a las órdenes religiosas el cumplimiento de sus reglas.
Junto con este objetivo de elevar el nivel moral del clero, promovió otro no menos ambicioso: elevar también su nivel cultural. A él se debe la fundación de una de las instituciones docentes más notables de aquel tiempo, como fue la universidad de Alcalá de Henares, donde instituyó cátedras no solo de teología sino también de lenguas orientales, que posteriormente harían posible la edición de aquel portento de erudición que sería la Biblia Políglota Complutense.
Así pues,
Cisneros representa el espíritu que busca la reforma mediante el impulso moral e intelectual, pudiendo sintetizarse su obra en dos palabras: moralista y erudito; por la primera es un hombre que pertenece a la Edad Media, por la segunda al Renacimiento y al Humanismo. Sin embargo, hay una tercera cualidad que destaca en su personalidad y es que en la búsqueda de esos objetivos, y ante la resistencia ante los mismos, no va a dudar en emplear medidas coactivas para lograrlos.
Y aquí es donde se nos presenta el aspecto siniestro de su personalidad, al usar la fuerza para convertir en masa a los moros de Granada al cristianismo, lo que originó una revuelta de los mismos en 1499-1500. Se dice que fue él también quien, desde su cargo como Inquisidor General, se ofreció a pagar a Fernando, para torpedear la intentona, la misma suma de 600.000 ducados que los judíos conversos habían ofrecido al rey si abolía la Inquisición. Por lo tanto, a las dos facetas ya mencionadas, moralidad y erudición, habría que añadir una tercera, fanatismo, dándonos las tres una semblanza del cardenal y de su reforma.
El problema religioso que posteriormente llegaría a ser una cuestión de Estado nos enseña una lección intemporal: todo intento de imponer una religión por la fuerza creará muchos adherentes externos a la misma, pero que en su fuero interno renegarán de ella. O lo que es lo mismo, la imposición de la religión o de la moral es el camino mejor pavimentado para que por él se mueva a sus anchas la hipocresía.
Pero aunque Cisneros no hubiera hecho uso de la fuerza para convertir a nadie, con todo, su reforma religiosa, basada en mejorar el nivel moral e intelectual del clero para así incidir beneficiosamente en el pueblo, se hubiera quedado coja. Y eso por una razón muy sencilla:
la elevación de la moralidad y del intelecto humano no es el evangelio. Es otro evangelio: el evangelio de la religión o el evangelio del humanismo, pero no es el evangelio de Dios.
La buena noticia (evangelio) consiste en que de afuera, no de adentro, nos viene la solución para un problema humanamente insoluble: que estamos perdidos y condenados por nuestro pecado y todo intento de auto-librarnos o auto-justificarnos no hace sino empeorar nuestra situación.
Mas las fronteras que el fraile franciscano español Francisco Jiménez de Cisneros no pudo franquear, fueron rebasadas por otro fraile contemporáneo suyo, agustino y alemán, a quien le estaba reservado redescubrir la luz que durante mucho tiempo había sido puesta debajo del almud…
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