Todo fue acelerado en su vida, habiendo comenzado con un modesto reino macédonico, heredado de su padre Filipo, y terminando con uno de los mayores Imperios que en el mundo ha habido. No es extraño que haya pasado a la Historia como un brillante militar. Esa carrera acelerada que fue su vida, está bien expresada en la imagen con que se le describe en el libro de Daniel, al compararlo con un macho cabrío(1) que no tocaba la tierra, dada su agilidad y rapidez.
Pero
Alejandro fue mucho más que un gran estratega militar; su programa incluía un proyecto de largo alcance en el que estaba incluido la difusión de la cultura y el pensamiento griegos, lo que resultaría en la primera
oikoumene o mancomunidad de pueblos cuyo denominador común sería el helenismo. Esta palabra es la que siglos después acuñarían los historiadores para describir el sueño de Alejandro. El que fuera alumno de Aristóteles llevó más lejos que nadie, geográficamente hablando, las ideas que hasta entonces habían estado reducidas a un territorio muy limitado.
Pero
la prematura muerte de Alejandro, aunque puso fin a su programa militar, no acabó con ese proceso de helenización que él puso en marcha. Su imperio, aunque desmembrado en lo político, continuó en lo ideológico, de lo cual se encargarían sus sucesores: la dinastía de Ptolomeo, que se hizo con el poder en Egipto y alrededores, la de Seleuco que aseguró el suyo en Asia y la de Antígono que se quedó con la parte más pequeña de las tres, en Macedonia, cuna original del Imperio.
La llegada de decenas de millares de emigrantes griegos a los territorios conquistados, fue factor clave para la creación de nuevas ciudades, modeladas según la idea de la
polis griega. Además de tener su dios oficial y su consejo semi-autonómico de gobierno, cada polis poseía también centros educativos, como el
gymnasium, el
efebeion y el teatro, los cuales eran el vehículo difusor de la cultura helénica. Desde ellos se inculcaba a la población la lengua griega, su filosofía, pedagogía, estética, moral, costumbres y religión.
En una palabra, toda una cosmovisión de la vida. Particularmente los jóvenes eran aleccionados en esas dos instituciones denominadas
gymnasium y
efebeion. El significado literal de la primera es ´ejercicio desnudo´ y en la misma no solo se adiestraba a los jóvenes en los aspectos físicos y atléticos sino que también se les preparaba en filosofía, literatura y música. Era el lugar idóneo donde se fraguaban relaciones entre hombres maduros y jóvenes, que en muchas ocasiones iban más allá de la mera amistad.
En lo religioso, el contacto entre los griegos y los pueblos autóctonos solía desembocar en un sincretismo, bajo el cual se mezclaban las creencias de unos y otros, produciéndose como resultado una amalgama de divinidades que, con nombres distintos, expresaban las mismas realidades. Afrodita coincidía con Venus y con Astarté. A su vez, Zeus coincidía con Júpiter y con Baal. En este proceso cada divinidad nacional fue perdiendo sus características peculiares, acentuándose las universales, lo que tenía una ventaja para la gran mayoría de la población, que podía seguir identificándose con el que hasta entonces había sido su dios y ahora lo era de otros muchos. En definitiva, todo un vasto proceso de asimilación religiosa mutua en el que casi todos quedaban incluidos.
Las ventajas que suponían pertenecer a un mundo en el que una lengua franca, la griega, era vehículo de comunicación universal, alentaron a los judíos de la diáspora en Alejandría a traducir la Biblia al griego, toda vez que ellos mismos lo usaban como su lengua materna. De ahí que Alejandría en Egipto fuera la cuna de la Septuaginta y también el centro difusor de un judaísmo de corte helenístico, cuya expresión más elevada sería Filón de Alejandría (c. 20 a.C.- 50 d.C), en el que se buscaría un punto de encuentro entre Revelación y filosofía.
Naturalmente Judea no se vio exenta de la influencia helénica, al recibir inmigrantes griegos y macedonios que comenzaron a impulsar las reformas arquitectónicas, sociales, políticas y politeístas que les eran propias. Por supuesto, las grandes instituciones culturales griegas,
gymnasium,
efebeion y teatro, se multiplicaron en muchas ciudades de Judea. Los nuevos valores fueron abrazados con entusiasmo por un sector de la población judía, especialmente aquella que estaba en más estrecho contacto con las autoridades y cuyo pro-helenismo les servía para sacar mayor provecho personal.
Pero no todos los judíos estaban de acuerdo con la dirección que las cosas estaban tomando… Algunos comenzaron a intuir la amenaza que para la integridad del judaísmo podía suponer el proceso de helenización, al fusionarse las propias creencias con las nuevas para formar un
tertium quid; algo a lo que muchos otros pueblos ya habían sucumbido.
Estas dos posturas, la pro-helenista y la anti-helenista, se mantuvieron en Judea en una difícil convivencia no exenta de tensiones, de manera que entre ambos sectores se fue produciendo un distanciamiento cada vez más pronunciado. Solamente hacía falta un detonante para que la ruptura total se produjera. Ese detonante no tardaría en llegar.
1) Daniel 8:5
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