Si a este proceso natural erosivo se le añade la acción humana, entonces nos encontramos con un deterioro acelerado que multiplica sus efectos y disminuye el tiempo necesario para que su labor destructiva sea visible. Precisamente uno de los grandes problemas medio-ambientales de nuestros días es éste: el galopante deterioro de grandes superficies debido a la explotación desmesurada y a la irresponsabilidad humana. Que la región del Amazonas esté siendo desforestada de forma incontrolada plantea una amenaza de consecuencias insospechadas, no ya para esa región sino para todo el planeta. El peligro de desertización de ciertos territorios no es ningún cuento para asustar a niños sino un peligro real e inmediato.
Pues bien,
de la misma manera que existe una erosión física, existe otra espiritual y moral y así como la acción humana dispara sus destructivos efectos en la primera, algo semejante ocurre en la segunda. Pero vayamos por partes. En primer lugar, ese deterioro no es exclusivo de nadie en particular sino que potencialmente todos los cristianos podemos ser objetos del mismo; y no sólo las personas físicas sino también las personas, llamémosle, jurídicas (iglesias), pueden ser blanco de este mal. Por supuesto, los ministros del evangelio no están exentos del mismo; más bien, son ellos quienes más deben cuidarse porque hay buenas razones para que sean los principales afectados.
Uno de los factores más patentes en la erosión espiritual es el paso del tiempo, que desgasta las voluntades más recias, las determinaciones más firmes y las emociones más intensas. Lo que un día fue fresco y parecía inexpugnable e invencible, termina por doblegarse y convertirse en algo ajado y sin vida. ¿Cuántos pastores, misioneros y candidatos al ministerio han acabado desapareciendo de la escena, y no por muerte física o jubilación, si tomamos un periodo suficientemente largo de tiempo, como de veinte o treinta años? Algunos de los más entusiastas, de los más comprometidos, de los que estaban en la primera línea de combate, acabaron sucumbiendo ante el factor tiempo.
Que
el ministro cristiano es el primer candidato a ser objeto de erosión espiritual viene determinado por la propia función que ejerce, según la cual está continuamente dando y dando. De la misma manera que un suelo no puede ser sometido a una continuada utilización de sus recursos porque terminará yerto, de ahí la institución del descanso sabático para la tierra, así ocurre con la mente y el corazón de los que sirven al evangelio. Puede llegar un momento en el que no tengan nada más que dar, porque el frenético e ininterrumpido ritmo de servicio les ha dejado exhaustos. Y una vez en ese estado son blanco fácil de otros peligros añadidos.
Si a ello sumamos la dificultad del terreno, árido y poco protegido por la escasez de manto vegetal, nos hallamos ante otro factor a ser tenido en cuenta. Muchos de los nacionales y extranjeros que servimos en España concordamos en describir a esta nación como algo que se acerca bastante a un desierto espiritual. La dificultad de trabajar en un medio tan poco atrayente, unido a la escasez de resultados obtenidos tras arduas tareas, lleva a más de uno a tirar la toalla ante la frustración acumulada. Especialmente esto es así si las expectativas eran muy altas y se buscaban resultados a corto plazo. Por eso ha habido tantas organizaciones misioneras y evangelizadoras que, habiendo tenido mucho éxito en otras latitudes, han tenido que levantar el campamento y marcharse de aquí, porque España, ahora mismo, no es terreno propicio para los buscadores de resultados espectaculares a corto plazo. Más bien es terreno para trabajar a largo plazo, lo cual introduce el factor tiempo que, como hemos visto, incide directamente en la erosión espiritual del ministerio.
El pasaje bíblico superior nos remite a alguien al que se califica como
´siervo malo´. ¿Qué es lo que lleva a ese alguien, según ese texto, a convertirse en un ministerio corrupto? La expresión
´mi señor tarda en venir´ nos da la clave para ello, y en la misma está implícito el factor tiempo. La tardanza ocasiona desgaste y junto con el desgaste acontece el relajamiento. Es fácil mantener el arco del espíritu tenso por un poco de tiempo, pero no es tan fácil mantenerlo por tiempo prolongado. Con el relajamiento ocasionado por el desgaste entran otros males, como la confianza en uno mismo, la pérdida del temor de Dios, el abuso de la autoridad, el mal uso de los recursos y la disipación carnal. El resultado final de este cóctel es la corrupción ministerial. Una corrupción de la que se nos avisa solemnemente en la frase
´pondrá.
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