Así que si él, siendo un gigante de la predicación, sentía que su ministerio era poco apreciado entre sus contemporáneos, tú, si eres predicador, no debes entristecerte demasiado si a veces notas algo parecido. Supongo que también Dios en su sabiduría permitía eso para mantenerlo humilde y que sus dones no se le subieran a la cabeza.
Una de las grandes diferencias que distinguió a la Iglesia en la parte occidental del Imperio de aquella en la parte oriental, es que la primera, la Iglesia latina, fue celosa, aunque no siempre, de la independencia de sus dirigentes respecto al poder secular, mientras que la segunda, la Iglesia bizantina, se plegó a su voluntad.
Un ejemplo de dirigente latino, prototipo de esa independencia, fue Ambrosio (339-397), arzobispo de Milán, quien fue capaz de poner en su sitio al mismísimo emperador Teodosio I. El motivo fue la matanza de una multitud en el año 390, ordenada por Teodosio, como represalia por la muerte del gobernador militar en Tesalónica. En un arrebato de ira el emperador quiso dar un escarmiento a los culpables de tal asesinato, lo cual desembocó en un baño de sangre. Al enterarse, Ambrosio escribió una carta a Teodosio en la que entre otras cosas le decía:
´…es un pesar para mí, tú que eras un ejemplo de piedad inusual, que eras conspicuo por tu clemencia… que no llores por tantos que han perecido.´(1)
A continuación le amonesta a que se abstenga de participar en la comunión y se arrepienta, convirtiéndose así Ambrosio en un ejemplo de valentía y coherencia que no se arredra ante los grandes de este mundo.
¡Qué diferente hubiera sido la trayectoria de la Iglesia en el lado oriental del Imperio si sus dirigentes hubieran tenido la misma fibra de Ambrosio! Desgraciadamente,
el ministerio cristiano en ese lado era conceptuado como una especie de funcionariado al servicio del Estado, lo cual llegó a ser denominado cesaropapismo, es decir, el dominio del gobierno secular sobre la iglesia. Felizmente, Juan Crisóstomo fue una honrosa excepción a esa trayectoria. Él tenía un alto concepto del ministerio cristiano, como lo demuestra el hecho de que su principal obra,
De sacerdotio, esté dedicada a describir las responsabilidades de todo ministro cristiano: proclamación de la palabra de Dios, protección de los indefensos, ejercicio de la justicia y defensa de la fe. En su ciudad natal, Antioquía, ejerció como predicador durante 12 años, tras lo cual fue llamado para hacerse cargo de la sede que era capital del Imperio: Constantinopla.
El historiador Hubertus R. Drobner describe así la elección de Juan para tal cargo:
´Se vio muy pronto que le elección del emperador fue extraordinariamente acertada para la pastoral de la ciudad, pero fatal desde el punto de vista político. Porque Juan no era un político como su antecesor Nectario…´(2)
Sin miramientos con el poder, ni con la política, ni con las riquezas, Juan comenzó a predicar y a denunciar abiertamente lo que él consideraba contrario a la Palabra de Dios. Pronto en la casa imperial comenzaron a sentirse incómodos y aludidos por sus mensajes, de manera que, pasada la luna de miel del primer encuentro, la animosidad contra Juan crecía en las altas esferas políticas y eclesiásticas.
Sus enemigos se confabularon para destruirlo y quitarse de encima al molesto predicador-profeta que los ponía en evidencia. Finalmente, la maquinación tuvo sus resultados: Juan fue deportado, muriendo en una remota localidad del Mar Negro.
Si simplemente se hubiera adaptado a las circunstancias o si hubiera contemporizado con los poderosos, Juan habría sobrevivido en aquel nido de víboras, plagado de intrigas, y habría llevado una existencia tranquila. Claro que el precio hubiera sido demasiado elevado para el alto concepto que él tenía de lo que debe ser un ministro cristiano. También hubiera sido demasiado elevado ante el sentido de dignidad personal que le impedía rebajarse servilmente ante los poderosos. Así pues, Juan pagó su coherencia con su vida.
Sí, hay una amenaza real que pesa sobre todo ministro cristiano que no quiere contemporizar con los poderosos. Pero peor que esa amenaza, es la que pende sobre aquellos que ceden ante la misma, porque entonces se convierten en sujetos de corrupción ministerial.
Eso es lo que le pasó al sacerdote Urías, en el pasaje superior. Si la corrupción de Aarón se produjo por querer agradar al pueblo, la de Urías fue por causa de querer agradar al gobernante de turno. Al doblegarse a su voluntad y hacer lo que le mandó, estaba contraviniendo el mandato de Dios. Si no hubiera agradado al rey seguramente hubiera tenido problemas, pero Urías habría puesto a salvo su propia dignidad y el honor del ministerio. Al someterse al poderoso, se convirtió en un mero muñeco manejado a su antojo.
Cuando el poder político legisla sobre cuestiones de índole moral y espiritual, el ministerio cristiano tiene la responsabilidad de pronunciarse. Callar en tales circunstancias tal vez sea prudencia política, pero hay un momento en el que la prudencia deja de serlo y se convierte en cobardía. Hoy, como ayer y como siempre, hacen falta en España dirigentes eclesiásticos que no contemporicen con los poderosos. Que Dios nos ayude a ser, aquí y ahora, siervos de Dios y no de los hombres.
1) Carta 51
2) Manual de Patrología, Herder.
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