Final de partida es la segunda obra de teatro que escribió Beckett. La hizo en Francia entre 1954 y 1956, poco después de
Esperando a Godot (1953) y su famosa trilogía de novelas:
Molly, Malone muere y
El innombrable (1951-1953). Aunque nació en Dublín, el escritor se estableció en París en 1936. Trabajó como secretario del genial autor irlandés James Joyce, pero adoptó el francés como su lengua literaria, aunque su obra adquirirá pronto un carácter universal, recibiendo el Premio Nobel en 1969.
No hay duda alguna de la vigencia del teatro de Beckett. Ya que por su propia naturaleza, es intemporal. El vacío existencial del hombre se muestra encarnado en todos sus personajes, en un vivo reflejo de un mundo y una vida, llena de frustraciones...
En
Final de Partida, como en otras obras de Beckett,
los personajes aparecen encerrados. Están recluidos en una habitación, cuando las campanas del mundo parecen haber anunciado la hora final. Lupa ha situado la obra en un búnker de la Segunda Guerra mundial, como en los que solía jugar en su infancia en Polonia. El escenario es sin embargo apocalíptico…
UNIDOS POR EL ODIO
A una sola carta se ha jugado –y se ha perdido–, el destino del hombre. Los personajes son los únicos supervivientes de un cataclismo que ha asolado la tierra, dejándola inerte
y sin vida. En ese espacio convive Hamm, ciego y paralítico (interpretado por José Luis Gómez) con su sirviente Clov (Susi Sánchez), al que mantiene esclavizado desde su silla, sin poder sentarse. Junto a ellos vegetan los padres de Hamm, Nagg y Nell (Ramón Pons y Lola Cordón), hundidos sin piernas, en dos cubos de basura. Fuera no parece haber nada…
Hamm y Clov se odian, pero tienen que seguir juntos, como si la separación constituyera su suicidio. Mientras nada pasa, ni sucede a su alrededor... Nagg y Nell, cuando no duermen, charlan continuamente, evocando escenas de amor del pasado, paseando junto a un lago o montando en bicicleta… Clov repite una y otra vez su decisión de marcharse, pero siempre se acaba deteniendo al borde de una puerta, que no logra abrir…
Hamm le tortura con sus palabras, humillándole con la crueldad y amargura, que corroe su vida: “Un día quedarás ciego, como yo. Quedarás sentado en algún sitio, plenitud pequeña perdida en el vacío para siempre, y en la sombra. Como yo… Mirarás un rato a la pared y luego te dirás
voy a cerrar los ojos, tal vez dormir un poco, después de todo, será mejor, y tú los cerrarás. Y cuando vuelvas a abrirlos ya no habrá pared… un infinito vacío te rodeará. Todos los muertos de todos los tiempos no bastarían para llenarlo. Tú serás como una gavilla en la estepa…”
VACÍO SIN SENTIDO
El suicidio es tan absurdo como la muerte, para Beckett. Toda la existencia se reduce a un vacío sin sentido, al que nos vemos condenados, en una soledad absoluta. “Estoy tan asqueado –dice Clov–, que cuando abro los ojos sólo me veo los pies y un pequeño rastro de polvo entre mis piernas. Me digo a mi mismo que la tierra se ha apagado, aunque nunca la vi, encendida…”
Los personajes sólo hablan por miedo a quedarse solos. Sus monólogos son meros soliloquios en voz alta, donde sus pensamientos se entremezclan en un libre fluir de asociación de ideas… El absurdo de la vida se decide en un juego a una sola carta, que va a determinar el final de la partida.
Hamm comienza la obra bostezando: “Así que… me vuelve a tocar a mí”. Cuenta entonces una historia por entregas, que no logrará acabar y de hecho va alargando con vanas promesas de una próxima conclusión. Pero la historia no interesa a nadie ya. Hace tiempo que perdió todo su sentido…
LA PUERTA ABIERTA
Al final, Clov no logra traspasar el umbral de la puerta. Queda de píe con su equipaje, como para salir de viaje, pero inmóvil… Nell muere en el transcurso de la obra en su
cubo, si creemos las palabras de Clov, que así lo asegura. Porque el final de la partida no es en modo alguno concluyente. Ya que todo sigue igual. Sólo queda el vacío del que habla Hamm…La tensión dramática de ese ser en lucha, que es Clov, se mantiene con la inquietante angustia de esa puerta cerrada. La certeza de la existencia de la salida a su absurdo cotidiano, no se corresponde con la impotencia de Clov, cuya inmovilidad no logra penetrar el umbral de esa puerta, que es su única esperanza…
Como cada día, Hamm incita a los otros a intentar establecer comunicación con Dios, pero éste no contesta… Uno a otro, se van interrogando con un gesto, esperando que alguno reciba una respuesta. Pero Dios parece callado, ya que no hay respuesta…
La búsqueda de Dios flota a lo largo de toda la obra, en esa insatisfacción ante una vida sin sentido. Pero Clov no logra abrir la puerta. Y cuando lo hace, no logra traspasarla, para poner fin a su situación… Dios sin embargo está ahí. ¡Y no está callado! Nos habla por medio de Aquel que dice: “Yo soy la Puerta; el que por mí entraré, será salvo” (
Juan 10:9)…
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