Al igual que a éste, a la milonga la caracteriza un aire de tristeza y nostalgia que se manifiesta en la letra y en la música, ejecutada con la guitarra, siendo propicia para expresar tanto desasosiegos individuales como reivindicaciones sociales. No es extraño que sea el género elegido por algunos de los más significados cantautores latinoamericanos para proclamar su frustración y protesta ante las condiciones sociales y políticas en sus países.
Pero la palabra ha adquirido otras connotaciones en el habla popular y así es corriente encontrar en Argentina la locución ‘se armó la milonga’, para describir una pelea o riña. En España se usa el término para referirse a algo que es engañoso o sinónimo de cuento, siendo muy corriente la expresión ‘contar milongas’ para indicar el fraude contenido en un mensaje o información que tiene visos de historia, pero que en realidad no es más que una historieta. La expresión ha calado en el habla coloquial, por lo que es fácil escuchar la frase ‘no me cuentes milongas’.
Pues bien, me parece que a algunos de los mensajes que recibimos desde determinadas esferas de influencia podríamos calificarlos de milongas sin más. Vienen revestidos de una apariencia de verdad, enunciados por personas en puestos de prestigio y, sobre todo, respaldados por una potente máquina mediática que parece imprimirles un sello de veracidad. Y sin embargo, cuando los examinamos detenidamente no resultan ser más que pobres discursos que quieren que sigamos creyendo para seguir sosteniendo una determinada línea de pensamiento.
Es el caso de la denominada
‘educación sexual’, un término que hizo acto de presencia nada más comenzar la etapa democrática en España. Tras décadas de imposición, en las cuales el sexo estuvo fuertemente dominado por una moral católica que lo contemplaba como fuente exclusiva de casi todos los males, el péndulo se fue al otro extremo, desligando lo sexual de toda referencia moral y proponiendo la liberación de todos los complejos y tabúes que durante años nos habían acompañado. Y así fue como hace algo más de tres décadas comenzó una nueva singladura en este aspecto. Algunos de los profetas de la nueva sexualidad querían que fuera asignatura en las escuelas, para que los niños crecieran contemplando el sexo de una forma más natural y madura que sus padres. Sin embargo, pronto se echó de ver que el remedio podía ser peor que la enfermedad. El borrador de los textos propuestos no era precisamente lo más tranquilizador o equilibrado, al ser una mezcla de ideas ácratas y naturalistas extremas. En realidad, se trataba de imponer otra ideología en cuanto al sexo, sólo que en este caso opuesta a la que había sido hegemónica durante tanto tiempo.
Pero aunque no se consiguió sacar adelante el proyecto de esta asignatura explícita, sí
se logró que toda vinculación entre sexo y moral quedara definitivamente quebrada. De hecho, toda noción moral en lo sexual fue reducida a lo pacato, ridículo y estrecho, no quedando otro margen que el de entregarse a la nueva corriente mayoritaria, a menos que uno quisiera ser encuadrado dentro de tales categorías.
Interviú, la revista fundada en 1976 que mezclaba información política con desnudos femeninos, era el estandarte de esta nueva forma de entender las cosas.
Las nuevas generaciones de adolescentes y jóvenes de estas tres décadas se han criado en esa mentalidad. Pero como el sexo fuera del matrimonio tiene el riesgo de la concepción no deseada, ha habido que poner el énfasis en la prevención de tales embarazos. Pues bien, llevamos treinta años con la nueva mentalidad, habiendo pasado por el poder Gobiernos de uno y otro signo, habiéndose realizado campañas publicitarias masivas, regalado preservativos por doquier, impartido cursillos y conferencias… y sin embargo, las cifras son elocuentes: la tasa de abortos sigue incrementándose, especialmente entre los jóvenes. ¿Cuál es la respuesta que se da para explicar este fracaso? Y sobre todo ¿Cuál debe ser la solución? Desde el Gobierno la respuesta y la solución son unívocas: hay que mejorar la educación sexual de nuestros adolescentes y jóvenes y promover más todavía los métodos anticonceptivos. Es decir, más de lo mismo.
Ahora bien, si llevamos treinta años con la educación sexual y los métodos anticonceptivos como medios de mejorar las cosas y resulta que las cifras van a peor, significa que esas soluciones son un fracaso. Además, aquí estamos tratando con generaciones que no han conocido ninguna vinculación entre lo moral y lo sexual, porque han nacido en la libertad de
Interviú. Se supone que con estas generaciones todo debería funcionar perfectamente. Pero no, la realidad es terca y nuestros jóvenes primero se acuestan y luego se acuerdan de que tenían que haberse puesto un preservativo.
Ante lo cual es fácil llegar a la siguiente conclusión: toda esta cantinela de la educación sexual y los métodos anticonceptivos es una milonga. Una milonga que nos vienen contando desde hace mucho tiempo, pero que ese mismo tiempo se ha encargado de desenmascarar. No es posible seguir defendiéndola ni escabulléndose más y los promotores y defensores de la misma tienen que reconocer que se han equivocado. Aunque antes que hacer eso me temo que estarían más dispuestos a decir que la Tierra gira alrededor de la Luna.
Hay que educar, sí, a los jóvenes en la sexualidad. Como el pasaje superior indica:- Hay una sexualidad gozosa y placentera: ‘que sus senos te satisfagan en todo tiempo...’
- Que está enmarcada en el matrimonio: ‘la mujer de tu juventud…’
- Que a su vez está caracterizado por el amor y la fidelidad: ‘amante cierva y graciosa gacela…’
Y esto no es una milonga sino que es una real verdad, aunque no es la verdad que muchos quieren escuchar porque enseña que sí hay una vinculación entre lo sexual y lo moral. Por eso prefieren seguir escuchando milongas.
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