Pero el atentado ha puesto en evidencia a bastante gente, tal vez demasiada, que ahora se lamenta de haberlos creído. Naturalmente el primero en ser puesto en evidencia ha sido el propio presidente del Gobierno, cuya apuesta por el diálogo, truncada por el atentado, le ha dejado al borde del precipicio, hasta el punto de que la manifestación del pasado día 13 en Madrid tenía un doble propósito: condenar a ETA e insuflar oxígeno a un presidente en la UVI. La castiza frase ‘con el trasero al aire’ resumiría muy bien la incómoda posición en la que el atentado le ha dejado. El brazo político de ETA, Batasuna, también ha quedado en notoria evidencia, puesta de manifiesto en el desconcierto y confusión que se ha producido entre sus líderes, que no aciertan a conciliar la esquizofrenia existente entre las palabras y los actos de ETA. El Parlamento Europeo es una alta institución a la que también ETA ha puesto en evidencia con el atentado, porque un día antes de que se produjera la votación en la que se le daba un respaldo al Gobierno español para dialogar con los terroristas, éstos habían perpetrado un robo de pistolas en Francia. Así pues, contra toda lógica y evidencia, el Parlamento Europeo se pronunciaba favorable a dialogar con quien, veinticuatro horas antes, se estaba rearmando para matar.
Pero si la bomba de ETA ha puesto en evidencia a unos, también ha hecho evidente la heroicidad de otros, aunque de éstos no tenemos sus nombres y apellidos. Y aquí es donde cabe mencionar a los héroes anónimos representados en los bomberos de Madrid, que trabajaron denodada y peligrosamente entre los escombros del estacionamiento del aeropuerto, aun a riesgo de sus propias vidas, para recuperar los cadáveres de los dos ecuatorianos muertos. La imagen trasmitida por las cadenas de televisión, en la que los bomberos detenían unos instantes su trabajo el 31 de diciembre a las 12 de la noche para recibir el año nuevo en medio de un panorama de destrucción, era bien elocuente y no necesitaba comentarios. Mientras muchos madrileños se arremolinaban en el centro de Madrid para recibir el año nuevo en medio del jolgorio y la diversión, estos profesionales miraban cara a cara una cruda realidad, intentando paliarla, con la que el nuevo año nacía. Era una imagen similar a la de los bomberos de Nueva York el 11-S y días posteriores, cuando se puso de manifiesto el esfuerzo y sacrificio de estos hombres por una ciudad que había recibido el mayor zarpazo terrorista de toda la historia. No es de extrañar que se sucedieran los reconocimientos y homenajes a su entrega y labor. De manera que los bomberos de Madrid, como los de Nueva York, pertenecen a esa categoría de héroes anónimos que son imprescindibles en este mundo.
Menos mal que no son los únicos. ¿A alguien le suena el nombre de María Purificación Rodríguez? Aunque tiene nombre y apellidos pertenece también a esa categoría de héroes anónimos, porque nunca aparecerá en las portadas de los periódicos ni se hará una película en la que se narre su valor y entrega. Es la esposa de José Carlos Carballo, quien sufrió un infarto cerebral, a los dos meses y medio de casarse, que le dejó tetrapléjico sin poder hablar ni mover parte alguna de su cuerpo salvo los párpados. El ictus le sobrevino a José Carlos en 1999, pero hasta el día de hoy su mujer, de 36 años, permanece al lado de su marido, habiendo conseguido que pueda recuperar el movimiento de su dedo índice y así poder escribir con un programa especial de ordenador. Seguramente, en su lugar, otros ya habrían escogido una salida más cómoda: el divorcio o la eutanasia. Y probablemente encontrarían muchas razones que justificaran tales medidas. Por eso, en una sociedad donde el sufrimiento es el intruso por excelencia, el caso de María Purificación es toda una lección de lo que es ir, heroicamente, contra corriente.
El 4 de junio de 2002 en la localidad catalana de Hospitalet de Llobregat se produjo el derrumbamiento de un edificio en el que resultó muerta una persona y siete resultaron heridas. Cuatro de ellas eran miembros de una misma familia. Dos de las personas heridas fueron rescatadas por un joven magrebí de 23 años, residente en uno de los edificios contiguos al derrumbado y que acudió a prestar ayuda al oír los gritos de una de las heridas. Todo lo que sabemos sobre este héroe es su nombre: Abdesalam (que por cierto tiene un precioso significado ‘siervo de la paz’), pero su acción queda como una más de esos ejemplos de héroes anónimos de los que desesperadamente estamos necesitados.
Durante los años sesenta y principios de los setenta se promovió en España la ‘Operación Plus Ultra’, un programa patrocinado por la cadena SER cuyo propósito era reconocer el valor y sacrificio de 16 adolescentes que, cada año, hubieran destacado por comportamientos abnegados y ejemplares. Eran los héroes anónimos de aquel tiempo a los que se buscaba dar a conocer, para que su ejemplo sirviera de inspiración a otros muchachos y a la sociedad en general. ¿Qué sucedió para que una iniciativa de esta clase desapareciera con la llegada de la democracia? Seguramente el que fueran recibidos en audiencia por Franco y por Pablo VI resultó ser un factor insoportable para su supervivencia; un factor que a esas alturas era políticamente incorrecto y que resultó determinante en la liquidación de la ‘Operación Plus Ultra’.
Y sin embargo,
los bomberos de Madrid y tantos otros héroes anónimos, nos enseñan que, más allá de tiempos, modas y regímenes políticos, hay valores (misericordia, entrega, generosidad, abnegación, esfuerzo) que siempre permanecerán. Y cuando llegan los momentos malos es cuando se hace evidente su relevancia. Igual que el héroe anónimo del que nos habla el texto superior de Eclesiastés.
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