¿Laicidad? No, gracias

El problema surge cuando se comienza a explicar y a desarrollar lo que se entiende por Laicidad. La primera vez que aparece la palabra en el manifiesto es en la siguiente frase: ‘…es preciso recordar y reafirmar el valor de un principio constitucional, el de Laicidad…’ E inmediatamente a uno le viene la pegunta ¿Dónde está en la Constitución ese principio? Desde luego la palabra no aparece por ninguna parte en la Carta Magna, pero ¿está la idea o el significado? Y aquí es donde nos encontramos con el Artículo 16 que reza así:

‘1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.’

A mi entender, lo que se desprende del texto es la aconfesionalidad del Estado, declarada explícitamente en la frase ‘Ninguna confesión tendrá carácter estatal.’ Esa aconfesionalidad es el término que se ha venido usando durante todos estos años para definir la neutralidad del Estado en materia religiosa. A diferencia de la laicidad, la aconfesionalidad sí es un principio constitucional y consiste en el escrupuloso respeto del Estado hacia las creencias religiosas y las personas que las practican. Es evidente que no es lo mismo aconfesionalidad que laicidad. Mientras que el primer vocablo es sinónimo de neutralidad, el segundo tiene una claro matiz militante, con el que se pretende ir más allá de la neutralidad para entrar en un terreno en el que lo religioso quede supeditado a lo ideológico. En otras palabras, la laicidad quiere llevar lo religioso a su redil.

Los autores del manifiesto invocan la nueva perspectiva multicultural existente en España debida al fenómeno migratorio, para recurrir a la laicidad como solución de convivencia. Pero si alguna vez ha habido una sociedad multicultural ésa podría ser muy bien la de los Estados Unidos de América, un país de emigrantes mayoritariamente, donde la neutralidad religiosa está salvaguardada por la primera enmienda a la Constitución que dice así: ‘Congress shall make no law respecting an establishment of religion, or prohibiting the free exercise thereof…’ (El Congreso no promulgará ley alguna en relación a la institución de una religión o a la prohibición del libre ejercicio de ella…). Eso es todo lo que el Bill of Rights tiene que decir sobre la religión en un país multirreligioso. No hay, pues, atisbo de laicidad en esa enmienda, pero sí una gran dosis de aconfesionalidad.

La laicidad que el manifiesto del PSOE promueve no es neutral. Para empezar, comienza siendo agresiva hacia mucha gente que, sin poner bombas en nombre de Dios ni imponer sus creencias por la fuerza sobre los demás, se puede sentir atacada cuando dice que ‘Los fundamentalismos monoteístas o religiosos siembran fronteras entre los ciudadanos.’ Esas fronteras entre ciudadanos podrían ser reales si el Estado estuviera inspirado por una determinada confesión religiosa, pero no es el caso, pues como ya hemos visto la Constitución no permite tal cosa.

Más bien, es la laicidad la que siembra fronteras al tildar de fundamentalista monoteísta a cualquiera que quiera ajustar su vida y su pensamiento a una determinada creencia. Si en la práctica de esa creencia hay algo que transgrede la convivencia, para eso están los jueces; pero fuera de eso ya es un insulto el aplicar el peyorativo término fundamentalista monoteísta a los practicantes de ciertas religiones. ¿Acaso no siembran fronteras los partidos políticos entre los ciudadanos? ¿No hay ahora mismo un clima de crispación y enfrentamiento entre los dos principales partidos políticos en España, como nunca desde 1978 había habido? ¿No siembran fronteras los medios de comunicación entre los ciudadanos, con sus sesgadas y partidistas interpretaciones de la realidad? ¿No está sembrando fronteras el mismo Gobierno con su ley de recuperación de la memoria histórica? Por favor, aplíquense primero su propia medicina.

Pero donde pierden el norte los autores del documento es cuando dicen: ‘Sin laicidad no habrían nuevos derechos de ciudadanía, serían delitos civiles algunas libertades como la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo,… y dejarían de ser delitos el maltrato a la mujer, la ablación o la discriminación por razón de sexo.’ Aberraciones como el aborto o el “matrimonio” entre personas del mismo sexo son denominadas libertades y nuevos derechos. Vivir para ver. Si esto es ‘el espacio de integración’ sólo me resta parafrasear un famoso eslogan: ¿Laicidad? No, gracias. Por otra parte, lo que hace que el maltrato a la mujer, la ablación o la discriminación de sexo sean delito no es la laicidad sino la Constitución y el Código Penal. También el norte gramatical de ese párrafo está un tanto perdido, pues no se escribe ‘no habrían nuevos derechos’ sino ‘no habría nuevos derechos’.

Si el nacional-catolicismo en España fue la imposición durante siglos de una determinada creencia sobre todos los ciudadanos y sobre el Estado, la laicidad de la que habla el documento es sospechosa de erigirse en otra funesta forma de imposición ideológica sobre todos. Sólo que esta vez en sentido contrario. Pero sea en un caso o sea en otro, siempre que los poderes públicos promuevan determinadas líneas de pensamiento que entren en colisión con la conciencia de un cristiano se aplica el texto bíblico superior.