Pero más allá de la esfera sexual, el acoso parece estar de moda hasta el punto de que hemos importado una palabra del inglés,
mobbing, para definirlo. Dicho sea de paso, no sé a qué se debe esta manía de tomar palabras del inglés cuando se trata de expresar ciertas realidades que son muy actuales. Tal vez sea pedantería, pretensión de sofisticación o simple y llanamente pura holgazanería e incluso ignorancia. Pero creo que si Lázaro Carreter, quien fuera Director de la Real Academia Española, todavía viviera seguro que tendría algo que decir, con el fino humor y acertado análisis que le caracterizaban, al respecto del
mobbing.
Porque una cosa es que no haya más remedio que adoptar un término como
whisky, que no tenía correspondencia en español a causa de la inexistencia de tal bebida en nuestro entorno, y otra que se recurra a uno en el que nuestra lengua ya tiene un vocablo bien definido. Pero en fin, esa es otra historia.
Existe el acoso laboral, mediante el cual se le hace la vida imposible en tal entorno a alguien, marginándolo o abusando de ciertas cualidades de su carácter. Al igual que ocurre en el reino animal, donde hay depredadores que acechan y acosan a sus indefensas y asustadas víctimas hasta abalanzarse sobre ellas, así ocurre en esa jungla de fiera competitividad que es la empresa, en la que rige la ley del más fuerte.
También existe el acoso escolar, ahora de una actualidad inusitada, en razón de los casos cada vez más frecuentes de violencia psicológica y física que se dan en las aulas. La última moda es grabar las palizas o vejaciones con ese artilugio que se ha convertido en imprescindible para los adolescentes y jóvenes: el móvil o celular. Claro que siempre podemos consolarnos al pensar que todavía no hemos llegado a los niveles de violencia que se dan en Estados Unidos, donde de cuando en cuando irrumpe en algún colegio un mozalbete con una pistola para llevarse por delante a todo el que se ponga en su camino. Aunque pensándolo bien, si alguien es capaz de disfrutar grabando cómo se maltrata a un semejante, solamente hace falta recorrer un poco más de trecho para terminar grabando cómo se le da muerte. Todo llegará si hay tiempo. De hecho, ya ha ocurrido con algún mendigo.
Ya Quevedo en su
Vida del Buscón relata algunas de las perrerías realizadas en la Universidad de Alcalá de Henares al estudiante que era novato:
‘Entré en el patio, y no hube metido bien el pie, cuando me encararon y empezaron a decir: ¡Nuevo! Yo, por disimular di en reír, como que no hacía caso; mas no bastó, porque llegándose a mí ocho o nueve, comenzaron a reírse. Púseme colorado; nunca Dios lo permitiera, pues, al instante, se puso uno que estaba a mi lado las manos en las narices y, apartándose dijo: -Por resucitar está este Lázaro, según hiede. Y con esto todos se apartaron tapándose las narices. Yo, que me pensé escapar, puse las manos también y dije: Vuesas mercedes tienen razón, que huele muy mal. Dioles mucha risa y, apartándose, ya estaban juntos hasta ciento. Comenzaron a escarbar y tocar el arma, y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos…’
Así que, llenar de escupitajos el rostro era la bienvenida que en el siglo XVII se prodigaba al recién llegado a la Universidad. Seguro que si hubieran tenido tecnología a su alcance hubieran inmortalizado la escena. La diferencia entre la novatada y el acoso escolar radica en que la primera es una especie de rito de iniciación, pasado el cual se admite al iniciado a la compañía de los demás, mientras que el acoso consiste en un comportamiento agresivo enquistado, no puntual sino continuo. De la novatada se tiene conciencia de que es un trago que hay que pasar, con un principio y un final, una especie de protocolo entre ambas partes; del acoso no se sabe cuándo ni cómo terminará. Por eso, algunos acosos escolares terminan en depresión, terror e incluso suicidio.
Pero no terminan aquí las facetas del acoso. Porque de un tiempo a esta parte se multiplica lo que yo denomino el acoso comercial. Esa jungla de la que hablábamos antes, que es la empresa moderna, ha optado por usar el teléfono para martillearnos con sus ofertas, irrumpiendo en nuestra intimidad. La voz al otro lado del hilo quiere parecer amable y para ello nos pregunta nuestro nombre; a partir de ahí, la continua repetición de nuestro nombre precedido del título señor o don en el monólogo será algo insufrible de escuchar, porque lejos de ser una señal de respeto sonará más a una adulación interesada.
En muchos casos hay que ejercer gran dominio propio para no reaccionar con cajas destempladas, dado que la persona que nos llama es inasequible a recibir un no por respuesta, habiendo sido adiestrada para ello. Si por fin has conseguido librarte de esa llamada comercial no solicitada, pronto recibirás otra de la misma compañía, aunque de distinta persona, pues se ve que fotocopian sus listados de teléfonos y los distribuyen a todos sus vendedores.
Lo peor es cuando estás haciendo algo en lo que estás concentrado y, de pronto, suena la llamadita para informarte de alguna increíble oferta que no puedes rechazar, ya que si lo haces se te hará sentir culpable de ser tonto o algo parecido. Luego están los osados, que te preguntan por datos personales, supongo que para poder encuadrarte dentro de algún perfil que los estrategas de la publicidad han ideado. Aquí sí que hay que ser firme, porque su imprudencia raya en la desfachatez.
Acoso sexual, acoso laboral, acoso escolar, acoso comercial… En contraste con esos métodos coactivos, está el método de Dios que, como dice el texto superior, usa el amor de Jesús para conquistarnos. Le estoy muy agradecido por ello.
Si quieres comentar o