La mitología era mucho más vieja que el gnosticismo y le aventajaba en experiencia y difusión, pero éste no quería quedarse atrás y su aspiración era superar la insensatez de su maestra. Y en verdad lo consiguió, si nos atenemos a las extravagantes disertaciones gnósticas que Ireneo nos relata en su obra:
‘Este es el inefable origen de Jesús: a la Madre universal, es decir de la Primera Cuaterna, le nació como hija la segunda Cuaterna, de donde se originó la Ogdóada, de la que brotó una Década. De esta manera se formó el número dieciocho. La Década, unida en seguida con la Ogdóada y multiplicándose con ella, produjo el número ochenta; y de nuevo el ochenta multiplicado por diez produjo el número ochocientos, para que de esta manera el número total de letras que se desarrollaran de la Ogdóada a la Década fuese de ochocientos ochenta y ocho, es decir Jesús; pues el nombre de Jesús, computando sus letras griegas, produce ochocientos ochenta y ocho. Este sería, evidentemente, el origen de Jesús más allá de los cielos.’ (Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis 2,7,4)
Y a este engendro pseudo-teológico le llamaron ‘gnosis’, es decir ‘ciencia’ o ‘conocimiento’. Según ellos ésta era la ciencia necesaria para salvarse, ciencia de la que habían estado desprovistos incluso los mismos apóstoles de Jesús (excepto Judas Iscariote, según afirma el
Evangelio de Judas), hasta que aparecieron ellos, los gnósticos, con el verdadero conocimiento. No es extraño que ante tales disparates los cristianos de aquel tiempo se vieran obligados a tomar medidas prácticas. Una tenía que ver con la definición de la fe, lo que se conoció como
regula fidei, y que sería el germen del Credo. Ireneo la sintetiza así:
‘Nosotros nos atenemos al canon de la verdad, a saber, que hay un solo Dios todopoderoso, quien por su Verbo creó todas las cosas, y las dispuso, haciéndolas de la nada, para que existieran... al decir todas las cosas, nada queda excluido. Todo lo hizo el Padre por sí mismo, lo visible y lo invisible, lo sensible y lo inteligible, lo temporal y lo perdurable... todo esto no por medio de ángeles o de ciertos poderes independientemente de su voluntad, pues Dios no tiene necesidad de nada de eso, sino que hizo todas las cosas por su Verbo y por su Espíritu, disponiéndolas y gobernándolas y dándoles existencia.’ (Op. cit. 2,7,10)
La segunda medida tenía que ver con la definición del canon. Entre toda la masa de evangelios supuestamente apostólicos que circulaban por doquier, había que diferenciar los genuinos de los falsos, no costando en realidad mucho trabajo hacer tal cosa dadas las diferencias tangibles de todo tipo entre unos y otros. Por eso, desde el comienzo hubo consenso unánime en lo que respecta a los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, no habiendo duda alguna hacia los espurios, fueran gnósticos, judaicos o de cualquier otra persuasión. Y es que la sola lectura de unos y otros dejaba meridianamente claro dónde estaba la verdad y dónde el error. Esa diferencia es la que se aprecia nada más abrir el evangelio de Lucas, en cuya introducción, con un lenguaje muy preciso, apreciamos las siguientes características:
- Perspectiva. Lucas no escribe al calor inmediato de los acontecimientos ni tampoco a tanta distancia de los mismos que ya resulta imposible constatar ciertos hechos. Escribe aproximadamente unos 30 años después de la muerte y resurrección de Jesús, lo que hace que tenga una perspectiva histórica idónea de los hechos.
- Historicidad. ‘las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas…’ Aquí no estamos en la esfera de la leyenda ni del mito sino en la de la Historia. No en las arenas movedizas de las teorías o presuposiciones sino en la solidez de la realidad. La palabra traducida cosas que Lucas usa es pragma, que tiene que ver con lo que existe en contraposición a lo irreal.
- Veracidad. ‘tal como… lo vieron con sus ojos…’ Es decir, lo que Lucas se dispone a narrar concuerda con los testigos oculares de los acontecimientos que él relata, de manera que no es un manipulador sino un transmisor de la realidad. Y hay que recordar que a esas alturas muchos testigos oculares todavía vivían para dar fe de lo que Lucas había escrito.
- Autoridad. ‘tal como nos lo enseñaron…’ Lucas va a fuentes directas, lo cual confiere a su trabajo una autoridad que emana de la que tienen sus fuentes de información. De aquí se desprende la credibilidad que tiene su obra.
- Modestia. ‘me ha parecido también a mí…’ Unas de las características más corrientes entre algunos escritores e historiadores es la jactancia y vanidad que comunican. Lucas no sólo escribe acerca de Jesús sino que es un verdadero discípulo de Jesús, porque se nos presenta con la humildad y modestia de su Maestro.
- Objetividad y honestidad. ‘después de haber investigado…’ Lucas sigue el método científico: primero investiga y después escribe. En otras palabras, Lucas no impone sobre los datos sus presuposiciones o gustos. Se trata de un trabajo de investigación que requiere esfuerzo, examen, estudio, disciplina, viajes, etc. Aquí tenemos la demostración de cómo la erudición y la espiritualidad no tienen por qué estar reñidas; también vemos que en el proceso de inspiración hay una concurrencia entre la obra sobrenatural del Espíritu Santo y la actividad humana.
- Exactitud. ‘con diligencia…’ O también se podría traducir ‘con rigor’, es decir, cuidadosamente. Estamos, pues, ante un trabajo histórico que tiene calidad y por lo tanto es confiable.
- Integridad. ‘todas las cosas desde su origen…’ El material que Lucas nos presenta no es sectario ni interesado, eludiendo o escamoteando ciertos aspectos y contemplando sólo otros, sino que es exhaustivo y completo.
- Planificación. ‘escribírtelas por orden…’ Como buen historiador y escritor, Lucas planifica su trabajo y lo ordena de manera lógica y adecuada para que sea entendible y asimilable por sus lectores. Su lenguaje, estilo y mensaje lo puede entender un adulto pero también un niño.
- Propósito. ‘para que conozcas bien la verdad…’ Literalmente para que conozcas la firmeza o infalibilidad de lo que has creído. No algo que se tambalea o pierde credibilidad con el paso del tiempo sino algo que es estable. Y es que la Historia, cuando es Historia y no ficción, es una gran maestra.
Tras analizar esta introducción al Evangelio de Lucas deduzco que hacen falta dos requisitos, aparte de conocimiento, para ser historiador o científico:
- Carácter. En el sentido moral y ético de la palabra. Si falta eso es fácil convertirse en un falseador.
- Método. Por el cual el trabajo a realizar ha de llevarse a cabo según parámetros imparciales.
Me parece que el autor del Evangelio de Judas carecía de ambas cosas, pero también me temo que muchos “expertos” actuales se mueven en la misma línea. Por eso doy gracias a Dios por Lucas y por su Evangelio.
‘Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.’
(Lucas 1:1-4)
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