Pero que no se apresuren los editores de
National Geographic, porque antes del
Evangelio de Judas ya hubo un descubrimiento arqueológico aun más sensacional en 1947, cuando al oeste del Mar Muerto un pastor beduino halló, buscando a una de sus cabras, la cueva que escondía algunos de los tesoros documentales más importantes jamás encontrados. Las once cuevas de Qumrán dieron al mundo un caudal de información que procedía desde el siglo II a.C. al I d.C. Tras el terremoto inicial, en el que algunos vieron una sacudida que haría tambalear los cimientos de la fe histórica cristiana,
lo que Qumrán ha hecho es confirmar la fiabilidad de los textos bíblicos del Antiguo Testamento que a lo largo de los siglos cristianos y judíos hemos usado, ampliando además el horizonte de conocimientos que hasta entonces habíamos tenido sobre el tiempo en el que Jesús vivió. Así que lo que algunos, apresurada y anti-científicamente, se precipitaron en anunciar como la debacle de la fe cristiana, no solo no sucedió sino que ocurrió exactamente todo lo contrario: Qumrán testifica de la solidez de lo que hemos creído.
Que no se apresuren los editores de
National Geographic a sacar conclusiones aceleradas, porque en 1945 se halló en Nag Hammadi, en la margen izquierda del Nilo en el Alto Egipto, una colección de papiros que contenían escritos gnósticos de los siglos II y III, aunque los códices mismos eran del siglo IV. Allí estaban el
Evangelio de Tomás y el
Evangelio de la Verdad, entre otros documentos. Sin embargo, lejos de minar la credibilidad de lo que los cristianos de todos los siglos siempre habían creído, la biblioteca de Nag Hammadi confirmó lo que escritores cristianos de los siglos II y III habían dicho sobre las enseñanzas gnósticas. Si hasta ese momento se había tenido que depender del juicio que Ireneo (c.125-c.200) y otros maestros cristianos habían emitido sobre ellos, Nag Hammadi demostró la veracidad de Ireneo. Así pues, este descubrimiento no sólo no minó la credibilidad de los cuatro evangelios y de personajes como Ireneo sino que la aumentó, porque pudo comprobarse que las ensoñaciones y especulaciones gnósticas no eran producto de la inquina o prejuicios que Ireneo les tenía sino que eran la realidad.
Ahora, con el Evangelio de Judas, la National Geographic insinúa que estamos ante otro evangelio que en nada desmerece a los cuatro del Nuevo Testamento, siendo la única diferencia entre el uno y los otros que la iglesia de los primeros siglos prefirió a éstos últimos en lugar del primero porque de esa manera quedaba fortalecida su propia postura. De esta forma Ireneo, el enemigo del gnosticismo, es mostrado como el representante de una iglesia oficial, jerarquizada y con intereses propios, mientras que los gnósticos son presentados como cristianos disidentes que tienen otros escritos, tan válidos como lo puedan ser los de la rama oficial. Y aquí es donde hay que decirle a la
National Geographic aquello de: Zapatero, a tus zapatos. Porque Ireneo era simplemente el pastor de una iglesia local, la de Lión, profundamente preocupado por la salud espiritual de su grey que veía amenazada por los desvaríos gnósticos. Y los gnósticos no eran cristianos disidentes que diferían en tal o cual aspecto de otros cristianos sino que eran lobos buscando destruir al rebaño por medio de las erráticas barbaridades que enseñaban.
A los que se aprovechan, incluso económicamente, de hallazgos importantes para sacar conclusiones erróneas, que son las que muchos quieren oír, y alegan que no hay diferencias entre unos evangelios y otros son aplicables las palabras que escribiera hace ya casi un siglo M. R. James:
‘Todavía hay gente que dice: “Al fin y al cabo, estos evangelios y actas apócrifos, como los llamáis, son tan interesantes como los antiguos. Ha sido sólo obra del azar o del capricho el que no se les incluyera en el Nuevo Testamento”. La mejor respuesta a estas habladurías ha sido siempre, y sigue siendo, abrir tales libros y dejar que hablen por sí mismos. Pronto se echará de ver que no cabe pensar en que alguien los haya excluido del Nuevo Testamento: ellos se han excluido a sí mismos.’ (The Apocryphal New Testament).
Y es que, efectivamente,
pretender equiparar el Evangelio de Lucas, escrito tras una concienzuda investigación histórica en la que el autor ha ido a las fuentes originales para contrastar y verificar sus datos, con el Evangelio de Judas, en el que todo parecido con la realidad es pura coincidencia, es confundir la velocidad con el tocino. Ya sabíamos que los gnósticos fueron las mentes calenturientas de los siglos II y III y ahora su
Evangelio de Judas lo confirma; lo que no sabíamos, yo al menos, es que en la
National Geographic también hay mentes calenturientas que no les van a la zaga. Pero la vida está llena de sorpresas. En fin, ante tanto doctor indocto yo me quedo con el docto doctor Lucas que escribió lo siguiente:
'Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.’
(Lucas 1:1-4)
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