Nada hasta ahora se sabe del móvil del crimen, ya que no hay evidencias de que hubiera violencia doméstica ni infidelidad conyugal. Todo lo contrario, los testimonios describen, por un lado a Mary Winkler, de 32 años, como a una esposa y madre perfecta y por otro a Matthew Winkler, de 31 años, como a un dinámico predicador y un ministro del evangelio que en el poco tiempo que llevaba ejerciendo el pastorado había logrado casi duplicar la membresía de la congregación. Es decir, tanto en el ámbito familiar como en el ministerial no había más que felicidad y éxito, lo cual ha dejado a los miembros de la iglesia sobrecogidos ante el terrible desenlace y estupefactos por lo insospechado del mismo.
Especular sobre las motivaciones del asesinato sin que la investigación haya desvelado todavía las mismas es, como mínimo, hacer juicios temerarios, como bien advirtió uno de los ancianos de la congregación al resto de los miembros. Sin embargo, las preguntas se agolpan: ¿Cómo puede ser que una familia cristiana modélica sea el escenario de un crimen frío y premeditado? ¿Qué puede llevar a una ejemplar esposa de pastor a matar a su marido? ¿Cómo es posible que un ministro del evangelio tan admirado sea asesinado por la persona más cercana a él? Preguntas y más preguntas que, de momento, se quedan sin respuesta. Y sin embargo, los hechos son tozudos e indican que detrás de las amplias sonrisas de familia ideal y perfecta puede haber un cáncer agazapado que, en un momento determinado hace su aparición, destruyendo todo lo que hasta entonces era fascinante y maravilloso. Y de pronto, toda esa imagen tierna y adorable se derrumba, dejando paso a una realidad muy distinta.
Hay un par de reflexiones que el terrible caso Winkler me infunde. La primera es el enorme abismo existente entre la percepción que hasta los más allegados de la familia tenían y la realidad encubierta que allí se estaba gestando. Ésa es una de las constantes que vez tras vez se muestran cuando un suceso de estas características sucede. Lo último que nadie se podía imaginar es que tal persona fuera capaz de hacer una cosa así. Esto es consecuencia de que tenemos la tendencia a idealizar a algunos así como tenemos la tendencia a estigmatizar a otros, basándonos para ello en presupuestos que nosotros mismos hemos fabricado. Pero tanto idealizar a unos como estigmatizar a otros puede resultar muy engañoso. Ciertamente Mary Winkler no era ni la esposa perfecta ni la madre perfecta, sencillamente porque ninguna de ambas cosas existen en esta tierra; con toda probabilidad era una esposa y madre como tantas otras, con sus grietas, con sus luchas, frustraciones y alegrías, solamente que con la presión añadida de ser la esposa de un admirado pastor, con el agregado de responsabilidad que ello supone.
La segunda reflexión es el potencial maligno que cada uno de nosotros llevamos dentro, incluidos los que nos reconocemos como seguidores de Jesucristo. Es decir, Mary Winkler tenía su lado oscuro, igual que tú y yo lo tenemos. Un lado oscuro que, de no tomar medidas, puede llegar a convertirse en una tormenta tenebrosa. La novela de R. L. Stevenson
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde pone de manifiesto la cohabitación, en una misma persona, de los dos extremos morales, el bien y el mal, que producen un desdoblamiento de la personalidad, cuestión ésta que cada cristiano experimenta en su propio ser.
Uno de los pastores puritanos más sobresalientes de su tiempo fue Richard Baxter (1615-1691) quien escribió algunas obras notorias en las que pone de manifiesto la profundidad pastoral que caracterizaba a los puritanos. Una de ellas es
The Reformed Pastor (1656) cuyo propósito va dirigido a exhortar a la vigilancia a todos aquellos que, llevando el nombre de cristianos, son además ministros del evangelio.
Una de las características que distinguieron a los puritanos era la introspección exhaustiva, profunda y metódica de la conciencia, hasta el punto de que no había nada, en su estimación, que fuera más importante que la iluminación, instrucción, purificación y mantenimiento en limpieza de la conciencia. Yo me temo que en esta cuestión vital de la conciencia hay una diferencia esencial entre nosotros y los puritanos: Ellos se tomaban muy en serio ese asunto y nosotros no. En la obra aludida, Baxter sintetiza así las
razones por las cuales es capital que los que sirven a Dios ejerzan una estrecha vigilancia sobre ellos mismos:- Porque tienen una naturaleza tan depravada como los demás.
- Porque están expuestos a más grandes tentaciones que los demás.
- Porque los ojos de muchos están sobre ellos, y por tanto serán muchos los que vean sus caídas.
- Porque sus pecados tienen un agravante que los hace más odiosos que los de los demás.
- Porque su obra requiere mayor gracia que la de los demás.
- Porque el honor de Cristo reposa sobre ellos más que sobre los demás.
Me parece que estas razones de Baxter siguen siendo tan actuales hoy como cuando él las escribió y no nos vendría nada mal reflexionar en ellas y ponerlas en práctica. Después de todo ya hubo otro, mucho antes de Baxter, que nos puso sobre aviso en el texto bíblico de más abajo para que fuésemos cuidadores de nosotros mismos.
‘Ten cuidado de ti mismo...’ (1 Timoteo 4:16)
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