La victoria de Ahmadineyad ha sido denominada por algunos la segunda revolución iraní, porque ha supuesto el triunfo de las tesis más rígidas que evocan las que en 1979 obligaron al
sha a exiliarse ante el incontenible avance de la marea islámica encabezada por el ayatolá Jomeini. Más allá de su sorprendente triunfo, Mahmud Ahmadineyad ha adquirido relieve internacional por varias cuestiones: en primer lugar por el testimonio de varios rehenes de la Embajada de Estados Unidos en Teherán quienes le han identificado como a uno de los secuestradores que tomaron parte en aquella acción, pero especialmente por el hecho de haber elevado la tensión mundial al negar el derecho a la existencia del Estado de Israel y por su insistencia en que Irán desarrolle su programa nuclear.
De manera que el viaje de Ignatieff no podía ser más oportuno al realizarse en un momento de tal cambio en Irán. Entre sus actividades en ese país relata la conferencia que impartió en la Universidad Shahid Beheshti, donde explicó a los estudiantes el significado del secularismo con estas palabras:
‘El secularismo, expliqué, no significa aplastar la religión, sino crear un espacio neutral en el que las discusiones entre laicos y religiosos se resuelvan mediante pruebas, no a base de dogmas.’ Hay dos cuestiones que me llaman la atención en esta definición del profesor Ignatieff: la primera es la afirmación de que el secularismo promueve la neutralidad, la segunda es que la condición para dirimir las diferencias entre laicos y creyentes es la prueba, no el dogma. De estas dos afirmaciones la una es verdadera sólo en cierto aspecto y la otra es una contradicción de la primera.
Decir que secularismo y neutralidad son sinónimos es faltar a la verdad; en primer lugar porque en este mundo no hay nada neutral, pues de una manera o de otra toda opción o posición está coloreada por una determinada línea ideológica o cosmovisión, sin que pueda abstraerse de ello ni siquiera el que dice ‘yo no me posiciono’, pues incluso la ausencia de posicionamiento ya supone un pronunciamiento.
La única neutralidad que existe en el secularismo consiste en no decantarse por ninguna opción religiosa determinada en preferencia o detrimento de otra, pero, aparte de eso, todas sus premisas, que están basadas en el escepticismo, agnosticismo y relativismo, constituyen todo una toma de posiciones inequívoca y frontal contra los postulados de cualquier fe. De hecho, el secularismo es uno de los peores enemigos a los que cualquiera que crea en algo trascendente y absoluto ha de hacer frente. Sus secuelas y corolarios se dejan sentir en todos los campos de la actividad humana. Con unos formidables medios de formación y comunicación, que emplea como megáfonos, expande sus valores para que no sólo la vida pública sino hasta la propia conciencia del individuo sea moldeada de acuerdo a los mismos.
La contradicción que hay en la definición de Ignatieff la descubre él mismo al decir que la prueba, y no el dogma, es la piedra de toque para resolver diferencias entre los laicos y los que creen. Ahora bien ¿Dónde está la neutralidad al proponer la validez, a priori, de un principio propio (la prueba) excluyendo la validez, a priori, del ajeno (el dogma)? ¿Dónde está la neutralidad al plantear que el principio propio es el único punto válido de acercamiento? Y ¿Dónde está la neutralidad al emplear dos palabras cuidadosamente escogidas, como son prueba y dogma, para definir las dos posturas? La primera tiene una componente de raciocinio e indisputabilidad, la segunda de algo peyorativo e irracional; de esa manera, el debate que se plantea es entre lo irrefutable del secularismo y lo infundado de la fe. ¿Es eso neutralidad? Ignatieff vende a los estudiantes iraníes, que viven bajo una religión omnímoda, los valores del secularismo.
Pero muchos cristianos que vivimos en países donde el secularismo se ha instalado no creemos en esa pretendida neutralidad, porque hay razones de suficiente peso que la niegan. ¿Es neutral promover el aborto o la eutanasia? ¿Es neutral impulsar la manipulación de embriones humanos? ¿Es neutral hablar de ‘orientación sexual’ con el fin de equiparar heterosexualidad con homosexualidad? ¿Es neutral instaurar en el aula de clase una antropología que coloca al ser humano al nivel de cualquier especie? ¿Es neutral ridiculizar constantemente las creencias religiosas? ¿Es neutral el hartazgo de sexo-basura al que estamos constantemente expuestos? ¿Es neutral considerar todo lo anterior legal?
La Física enseña que la materia tiene tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Lo sólidos tienen un tamaño y una forma definida, los líquidos tienen un tamaño o volumen definidos aunque su forma se adapta a la del recipiente que los contiene, en cambio los gases tienen una característica peculiar y es que llenarán completamente cualquier recipiente que los contenga, independientemente de la forma o tamaño que éste tenga. Es decir, los gases poseen una propiedad particular que se denomina difusión, que es la tendencia a llenarlo todo. Pues bien, esa propiedad de los gases es la que poseen todos los sistemas ideológicos, sean religiosos o no. También el secularismo. Y si tiene la tendencia a llenarlo todo, difícilmente puede presentarse como neutral. Por este motivo es por el que no creo en una Alianza de Civilizaciones entre dos sistemas que buscan expandirse indefinidamente: Secularismo e Islam.
Yo creo en otra llenura que, sin duda, saturará un día toda la tierra. Es la que anuncia el evangelio en el pasaje de abajo y que disipará a todas las demás. Una plenitud en la que el conocimiento, no la prueba ni el dogma, de Dios lo inundará todo. Así que, frente a las tendencias expansivas del secularismo y del Islam, el evangelio nos presenta su vocación y consumación universales. Una vocación y una consumación que nada ni nadie frustrará.
'Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria
del Señor, como las aguas cubren el mar.’ (Habacuc 2:14)
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