Disfruté viendo
Las Crónicas de Narnia, que de forma alegórica presentan el drama humano por causa de la Caída y también el rescate de la cautividad gracias a la muerte de Aslan (Jesucristo).
No estoy seguro de si el mensaje tras la alegoría queda evidente para todos los espectadores, pues al vivir en tiempos en los que la ignorancia sobre la esencia del cristianismo es más grande que nunca es posible que a muchos les pase por alto y sólo capten de la película el enfrentamiento entre el bien y el mal. No obstante, resulta inspirador ver cómo la obra literaria de un cristiano contemporáneo (C. S. Lewis) es llevada a la pantalla, siendo así ocasión de reconocimiento hacia él y también de difusión de su pensamiento, esto es, del evangelio.
No sé si a ciertos sectores feministas les hace mucha gracia ver que en la película la personificación del mal es una mujer, la malvada Bruja que pretende ser Reina de Narnia. Por supuesto no creo que Lewis tuviera intenciones perversas al crear ese personaje en forma femenina porque después de todo la maldad no tiene sexo (como tampoco la bondad); pero cuando él escribió
El león, la bruja y el armario (1950) no había ningún problema en enseñar verdades envueltas en símbolos de género y por lo tanto nadie lo acusó de sexista. Escribir hoy lo mismo podría resultar problemático porque dos graves sospechas se cernirían sobre el autor: el supuesto sexismo promovido en su obra y su condición de cristiano, siendo la segunda la que empeoraría radicalmente la primera.
Felizmente la novela fue escrita en un tiempo en el que todavía no había necesidad de andar pisando huevos para decir las cosas porque en aquellos años la gente en general y los niños en particular sabían, sin que nadie tuviera que aclarárselo, de que aunque la Bruja de la novela fuera una mujer eso no quiere decir que las mujeres son brujas. Hoy, en cambio, se nos aleccionaría y hasta se nos reprobaría si nos atreviésemos a describir al agente por antonomasia del mal como femenino. El espíritu dominante de nuestra época no admite tal metáfora y automáticamente los guardianes del pensamiento correcto desenvainarían sus espadas y nos cortarían la cabeza, lo cual es, a fin de cuentas, expresión del poder que han adquirido pero, a la vez, reflejo de su debilidad. Poder, al ser capaces de liquidar a cualquiera que se salga de sus planteamientos; debilidad, al mostrar una susceptibilidad que entra de lleno en el terreno de la paranoia. Y es que el espíritu inquisitorial, que padece de paranoia, no es exclusiva, ni mucho menos, de sectores religiosos: los mismos que hoy se ufanan de tolerancia laica se convierten, a la primera de cambio, en implacables intolerantes si alguien se atreve a ir en contra de sus presuposiciones.
Pero lo que más me llamó la atención de la película, y de la novela en definitiva, fue el tratamiento que Lewis da al tema de la redención. En resumidas cuentas se trata de que Edmund, uno de los cuatro niños que inadvertidamente se han introducido en el helado reino de Narnia, sea rescatado del poder de la Bruja, a la cual se ha entregado voluntaria pero cándidamente atraído por las golosinas prometidas por ésta. Para ello será preciso que el León, Aslan, llegue a un acuerdo con la Bruja consistente en entregarle su vida a cambio de la del niño, pues tal como ella le recuerda: ‘
Tú sabes que cada traidor me pertenece como presa legítima y que por cada traición tengo el derecho a matar.’ Por ello
la única vía posible para liberar a Edmund es que se realice una transacción que está implícita en esta frase del León pronunciada tras reunirse a solas con la Bruja: ‘El asunto está zanjado. Ella ha renunciado al derecho sobre la sangre de vuestro hermano.’ Y, claro está, ha renunciado porque otra sangre, la del León, le va a ser presentada en su lugar.
En otras palabras, Lewis toma la que se ha denominado teoría clásica de la expiación o teoría de la victoria sobre el diablo para explicar en su obra el significado de lo que Cristo hizo en la cruz. Esta teoría no es la única, ni mucho menos, que se ha propuesto a lo largo de la Historia; incluso dentro de ella han surgido diferentes variantes o sub-teorías que distintos autores han desarrollado para responder a la pregunta ¿en qué modo es la cruz efectiva para mi salvación?
Es decir, estamos frente a un hecho histórico que es la muerte de Cristo en la cruz y de lo que se trata es de interpretar ese hecho de tal manera que entendamos su significado.
Dependiendo de la interpretación que le demos así será el valor de la cruz para nosotros. Lo interesante es ver que no hay nada nuevo bajo el sol y que
un renombrado cristiano del siglo XX puede estar diciendo exactamente lo mismo que dijo otro renombrado cristiano del siglo IV, por ejemplo. Solamente ha variado la manera de decirlo: el primero bajo un relato de ficción apto para niños, el segundo mediante un sesudo tratado teológico. Pero ambos están tratando de explicar a sus contemporáneos el mismo hecho, el acontecimiento más grande de todos los tiempos. El pasaje bíblico abajo expuesto contiene tres ingredientes:
- El hecho histórico. ‘Que Cristo murió…’
- La interpretación del mismo. ‘…por nuestros pecados…’
- La autoridad para esa interpretación. ‘…conforme a las Escrituras.’
En el próximo artículo (la semana que viene) veremos el intento de algunos cristianos de los primeros siglos por exponer su entendimiento de esta cuestión crucial.
'Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.'
(Corintios 15:3)
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