Ahora bien, son precisamente esos textos los que a lo largo de los siglos han sido el punto de arranque para multitud de sermones de bodas, ya que proveen un magnífico escenario para hablar del matrimonio y de la familia en la voluntad de Dios. Sin embargo, ahora se evitan como si fueran portadores de algún virus peligroso y se escogen textos más dúctiles, más amables, no con esas aristas intratables que son incompatibles con el pensamiento actual dominante. Es un ejemplo de claudicación ante la fuerza del feminismo secular y una muestra de cómo muchos cristianos y ministros del evangelio se avergüenzan de determinadas porciones de la Biblia.
Pero estos textos ya no son solamente un quebradero de cabeza en el momento de oficiar una ceremonia de matrimonio sino que también lo son a la hora de predicar o enseñar en cualquier ocasión, de ahí las piruetas exegéticas y hermenéuticas que algunos hacen para tratar de actualizarlos y lavarles la cara de modo que aparezcan asumibles por sus oyentes o lectores. Por eso la palabra sometimiento es objeto de todo un proceso de alquimia gramatical para convertirla en otra cosa totalmente distinta a lo que en su sentido básico quiere decir; hay que hacer lo que sea con tal de que no se nos identifique como machistas o aliados del machismo. Así pues, si llegado el caso no quedara más remedio que lidiar con este mihura y dado que no se le puede mandar a los corrales por lo menos hay que recortarle los cuernos para que la lidia sea cómoda y sin riesgos; de esa manera conseguiremos dos objetivos: ganar el aplauso del público y enfrentar la situación. Claro que hay un problema en todo ello: el de habernos convertido en estafadores al manipular lo genuino para convertirlo en un sucedáneo.
El otro gran proceso de rectificación y recorte de la Biblia tiene que ver con la sexualidad y concretamente con la cuestión homosexual. Y es que muchos, al igual que hacen esfuerzos denodados, incluso al precio de rectificar y recortar a Dios para no aparecer como machistas, hacen otros esfuerzos no menos resueltos para no aparecer como homófobos. Éste es el término acuñado para estigmatizar a cualquiera que se atreva a desafiar las presuposiciones actuales sobre la homosexualidad. Y ¡ay! de aquél o aquélla que sea tildado de homófobo: ya puede ir asumiendo la idea del ostracismo al que va a ser condenado. Si cada época tiene sus términos semánticos para denigrar a los que no comulgan con el espíritu dominante, la nuestra ha inventado algunos que son tremendamente eficaces a la hora de intimidar a cualquier disidente, siendo uno de ellos el de homófobo. Esta espada de Damocles pende permanentemente sobre la cabeza de cualquiera que simplemente pretenda leer determinados pasajes de la Biblia que tratan sobre la homosexualidad y los entienda en su sentido evidente. De manera que hay una gran motivación para evitar por todos los medios complicarse la vida con esta enojosa cuestión y es la de quedar como alguien respetable, no como un homófobo. Y es que la respetabilidad es sinónimo de posición, todo lo contrario a la homofobia, que es sinónimo de baldón.
Y sin embargo la Biblia debe ser homófoba, al menos si atendemos al vocabulario que usa para calificar a las relaciones homosexuales. Un vocabulario que ni el más furibundo homófobo se atrevería a emplear hoy en día, no digo ya desde un púlpito, sino ni siquiera en el estricto ámbito de lo privado. La palabra hebrea
to'ebah, que se ha traducido como abominación no deja lugar a dudas. Y por más que busquemos posibles escapatorias en diccionarios teológicos de palabras, todos ellos coincidirán en lo mismo: ese vocablo hebreo significa abominación, palabra nada diplomática y muy ofensiva. Es más, esa misma palabra es la que se emplea para describir de forma genérica otras desviaciones sexuales, como el incesto, la fornicación o la zoofilia.
Pero alguno tal vez estará pensando que esta obsesión por condenar lo sexualmente censurable no tiene equiparación con el condenar lo socialmente censurable, de ahí que Dios parezca ser alguien exclusivamente preocupado por los asuntos de la cama. Pero no hay que sacar conclusiones tan apresuradas:
la misma Biblia que condena sin paliativos las desviaciones sexuales, emplea la palabra to'ebah para calificar toda una lista de acciones que a continuación enumero de forma sucinta: ocultismo, idolatría, divorcios a la ligera, engaño comercial, prostitución ritual, violencia, manipulación de la justicia, adoración fingida, engaño ante los tribunales, soberbia, mentira, trasgresión de la ley… En otras palabras, abominación es tanto la desviación de la justicia en las relaciones sociales como en las relaciones sexuales. Abominación es igualmente la brujería como lo es la religión superficial e hipócrita.
Nuestro problema es que tenemos la tendencia a seleccionar lo que en nuestra opinión es abominable y lo que no lo es, de ahí que algunos hagan énfasis en los pecados sociales en detrimento de los sexuales y otros subrayen éstos últimos en menoscabo de los primeros. Pero delante de Dios no hay tal diferencia, por eso alguien que practica la homosexualidad ha de arrepentirse lo mismo que alguien que no la practica pero quebranta la ley de Dios en cualquier otro punto. Por eso la ira de Dios pende sobre el que practica la homosexualidad con la misma intensidad que sobre el abogado que tuerce la justicia ante el tribunal. A la vez, el amor de Dios hacia el homosexual es tan profundo como pueda serlo hacia el gobernante corrupto, pues para ambos, para todos, Dios envió a su Hijo en expiación de nuestros pecados.
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