Exaltación a la amistad

Acerca tu boca a mis cenizas.
Sopla.
De ti depende el renacer de las llamas.

(A .Jodorowsky)

Un soplo de esperanza.

Una mano amiga. Aliento en las horas bajas.

Un beso, una caricia.

Las palabras del amigo son ese soplo que hace renacer la llama.

Son tu memoria. Hacen que lo olvidado vuelva, que aquello perdido en la ruda desmemoria regrese al ser evocado y fluya tímidamente para traer un suave silbo de remembranzas.

El amigo reconoce tus huellas y las sigue hasta encontrarte.

Sabe cuáles son tus cualidades, y las admira, conoce tus debilidades y las tolera.

Sabe cómo hacerte feliz, cuál es tu color favorito, tus gustos culinarios, tu canción preferida.

Saca de ti al prisionero que a veces se aferra a su destierro y no desea más que huir de su presente.

En un amigo te reconoces, ves tu propio reflejo.

Un amigo te ofrece sin remilgos una taza de café seguida de una charla improvisada en la que con ternura y una ilusoria visión de futuro te alienta a cambiar el mundo.

Es el amigo ese ser al que conoces y aun así te sigue sorprendiendo, ése al que alguna que otra vez tú también sorprendes.

Quien no ha descubierto el placer de poseer un amigo aún desconoce una parcela donde se cultiva la felicidad.

Después de años sin verte, el amigo te ofrece un cordial saludo de bienvenida, te acoge y sin hacer esfuerzo alguno, en décimas de segundo, te sientes como en casa.

El amigo es un poco de ti. Estás tan unida que a veces tomas prestadas sus virtudes y te sientes complacida por sentirte tan orgullosa de ellas.

El amigo hace que las ausentes palabras se tiñan de significado y porten en su silencio ese toque de envolvente complicidad.

Mi vida no sería la misma si no contara con ellos. Toda mi historia carecería de sentido si no pudiera compartirla con los amigos.

Están ahí, en la cercanía y en la lejanía.

Saben cómo llegar a mi corazón, el camino no les resulta extraño.