Aún en la vejez y las canas, sigues siendo mi Dios

Esperó a que se durmiera, a que por fin sus párpados se cerraran y dieran paso al sueño.

Lo miraba desde el otro extremo del lecho, con los ojos anegados en sal, envueltos en ese cálido baño de recuerdos.

Sabía que aquella escena se repetiría muchas más veces, pero aun así, deseo que el tiempo pasara lento y permitiera que la noche fuese lo más larga posible.

Allí estaba él, sumido en un plácido sueño, respirando sosegadamente, como un niño cansado que lograba al fin sucumbir al deseado descanso.

Ataviada de añoranza, recordó los matices tenues que habían coloreado su camino en compañía de aquel hombre que dormía junto a ella. Evocó los encuentros fortuitos con la felicidad, la juventud ajada que en su tránsito fugaz había madurado los frutos de los que hoy disfrutaban.

Qué templanza al evocar aquel primer encuentro, aquella caricia sincera, aquella mirada cómplice.

Las frases entonadas con emoción se repetían en su mente, frases que contenían preguntas ya contestadas, promesas que milagrosamente se habían hecho realidad ante su perplejidad y asombro.

Ahora, cubierta por la escarcha de los años, veía con añoranza imágenes que formaban parte de un pasado, restos de viejos retales que hilvanados en su cabeza recreaban en aquellas horas lo que un día constituyó su presente.

Cuantos huecos vacíos, voces que lejanas sonaban en su memoria, repitiendo con lentitud una canción de amistad que al ser evocada acercaba de nuevo todo lo ausente.

Las canas y las arrugas han ido creando en ella ganas por hacer de cada día una hermosa historia, una historia que vivir y contar.

Ganas por amar al prójimo, por extender manos limpias y ceder caricias a quienes lo necesitan. Propagar con cariño palabras tiernas, términos que edifiquen y que dulcemente traben las frases groseras e hirientes que se mezclan en un mundo cada vez más loco.

Anhelando no sucumbir a la nostalgia, se viste de presente y piensa en todo lo que aún queda por hacer.

Él duerme a su lado. Ese fiel compañero de viaje aún la acompaña.

Sabe que no debe pensar en que algún día llegará la despedida, que obligatoriamente tendrán que decirse adiós.

No quiere pensar en ello, prefiere acunar cada instante y vivirlo con la intensidad y la profundidad de ese ser joven y valiente que toma de vez en vez las riendas de su vida y la dirige a lugares donde no tienen cabida la vejez, el cansancio, la debilidad.

Acaricia la tez arrugada del hombre al que amó y sigue amando. Al padre atento, al amigo sincero, al abuelo cariñoso, al esposo amante.

Con el corazón entornado piensa en lo corta es la vida cuando se vive en toda su anchura y profundidad. Cuando no sólo se mide en años sino en horas minutos, segundos…