Aún en la vejez y las canas

No son improductivos. Acumulan experiencia y son una fuente de sabiduria adquirida en la escuela del vivir.

Son nuestro pasado, nuestro presente, y aunque algunos no lleguen a formar parte del futuro más cercano, los reconozco como pilares importantes en los que fundamentar esta vida de hoy, este momento actual.

Hace décadas, el papel de los abuelos dentro del núcleo familiar era un papel importante. Aunque poseían la virtud de pasar desapercibidos en medio de la multitud, en el hogar, los abuelos tenían su lugar, su espacio. Se les atendían y valoraban como parte integrante de una familia en la que ellos habían sido fundamentales.

Hoy tienen un papel social importante. Si te detienes y observas, verás a abuelos mucho más jóvenes que los de antes, al cuidado de nietos en los parques, llevándolos al colegio, empujando sillitas de paseos con bebés. Muchas personas mantienen el ritmo de trabajo gracias a que los abuelos se encargan del cuidado de la casa y de los niños, haciéndolo, casi siempre, de forma altruista sin más pretensión que la de disfrutar de las travesuras y carantoñas de sus descendientes más párvulos.

Pero, desgraciadamente siempre existe un pero, llegados a cierta edad los ancianos no parecen tener un hueco en las apretadas agendas de hijos, nietos… Una vez que dejan de ser útiles para ciertas labores y necesitan atenciones, pasan a ser una pesada carga para la familia, una obligación que hay que intentar solventar por todos los medios, delegando en otros el cuidado de quienes tanto hicieron en favor de ellos.

El recuerdo de mi abuela Manuela me visita muy de vez en vez, en mi familia siempre la recordamos con entrañable cariño, con la grata sensación de haberla asistido y haber disfrutando de ella, sirviéndola, ayudándola, ofreciéndole el amor que ella antes nos había regalado y que a raíz de su demencia llego a quedar mermado. Cuando la recuerdo siempre evoco sus manos, manos de mujer que durante toda su vida se dedicó a la preciosa labor de coser, realizando trabajos de sastre.

Las manos arrugadas de Manuela me refrescan lo que nunca he de olvidar, que estas manos mías que hoy se afanan en mil labores, llegarán a ser viejas y querrán, como quisieron las suyas, gozar de la calidez de un contacto jóven que las acaricien con dulzura.

La vejez es la antesala del gran viaje, una etapa en la vida en la que de forma extraña se vuelve a ser un niño necesitado de ayuda, un niño-anciano que después de recorrer toda una vida desea ser premiado con el galardón del amor.