El mundo que rodea a Walt Kowalski, se ha ido desmoronando, tras la muerte de su mujer, provocando un aislamiento cada vez mayor, dentro de una sociedad que sigue evolucionando a sus espaldas – aún mal que le pese –. Sus constantes gruñidos nos presentan un hombre amargado y racista, que se lleva mal con todos. No soporta a sus hijos, nueras, nietos o vecinos. Vive en Detroit, rodeado de inmigrantes de origen asiático, que pertenecen a una etnia llamada Hmong, que llegó a Estados Unidos, tras apoyar a los americanos en Vietnam.
Curiosamente, el veinticinco por ciento de los Hmong son luteranos, debido a la influencia misionera que recibieron. El resto mantiene todavía su religión tradicional, que es de tipo animista y cree en la reencarnación. Aunque Kowalski se enorgullece de ser norteamericano y blanco, no es precisamente anglosajón y protestante, sino que tiene un claro origen polaco, que le relaciona con el catolicismo americano. Por eso le dice con complicidad su vecina: “Como siempre, los luteranos tienen la culpa de todo”…
ESPIRAL DE VIOLENCIA
El titulo de la película hace referencia al coche de los años setenta, que intenta robar una noche un vecino adolescente en su garaje. Su rabia aumenta cuando la pandilla asiática que había incitado al chaval, invade su jardín. Al recibirlos fusil en mano, inicia un enfrentamiento que va a sacar a flote sus peores demonios, en una espiral de violencia, que intenta aplacar el padre Janovich, un joven cura que prometió a su esposa confesarle antes de su muerte.
El religioso persigue continuamente a este jubilado de la anteriormente poderosa industria automovilística, que le recibe siempre con desdén y disgusto.
La película comienza de hecho, y acaba en una iglesia, donde Kowalski –como la mayor parte de los católicos–, va sólo después de nacer y morir, en una religión tan formal, como la penitencia que le manda el cura después de confesarse...
Cansado, enfermo y consternado por la muerte reciente de su esposa, deambula como un fantasma que sobrevive dentro de su casa encantada. En su soledad y derrota, arrastra pesadas cadenas en su memoria, intentando exorcizar una culpa, que le corroe y quema por dentro. Su sombra emerge una y otra vez de las tinieblas y sombras de la noche, encañonando un rifle o mascullando maldiciones, sin ninguna paz interior.
ATORMENTADO POR LA CULPA
Kowalski está todo el tiempo rugiendo, como si masticara para si mismo sus propios
demonios internos, a modo de defensa frente a todo lo que le desagrada. Ante el espejo, tose, echando sangre, abatido por los resultados de un análisis que le han hecho en el hospital, que parece invocar los peores presagios. Como el flamante coche que da titulo a la película, el personaje de Eastwood se encuentra más seguro en la sombra, entre las herramientas y las armas que guarda en el sótano. Allí está enterrada su historia en un arcón, con las fotos de guerra y una medalla, donde tendrá lugar también su verdadera confesión…
Tras ir a la iglesia, se confiesa realmente a su vecino Thao, a través de una rejilla que recuerda a la celosía del confesionario parroquial. Es allí donde siente el verdadero peso de su pecado, tras la aparente indiferencia del cura. Se prepara así para un intento de expiación final, con la serenidad propia de una declaración testamentaria, que se alimenta del pasado, pero se abre al futuro.
EN BUSCA DE REDENCIÓN
Como nos enseña Steve Turner en su magistral historia del
rock, desde el punto
de vista espiritual (
Hungry For Heaven: Rock & roll and the search for redemption), el coche es en la cultura popular norteamericana un instrumento de redención. Desde Chuck Berry a Bruce Springsteen, es por un lado símbolo del orgullo y la libertad. Conducir por una carretera – como la que cierra con los créditos de la película, al lado del lago Michigan –, sin ir a un lugar en particular, da un sentimiento de liberación y escape. Como dice el personaje de Hazel Motes en la novela de Flannery O´Connor,
Sangre sabia, “nadie con un buen coche, necesita justificación”.
Springsteen da por eso un sentido religioso al coche. No sólo lo conduces, sino que hay que “tener fe en la máquina” (
Night). No recorres solamente las calles, sino que “atraviesas mansiones de gloria” (
Born To Run), porque “el Cielo espera al final de la carretera” (
Thunder Road). Es en esa clave de la cultura popular americana que tenemos que entender el titulo y el final de la película. Estamos verdaderamente ante una historia de redención. La cuestión es si corresponde a la Gran Historia…
EXPIACIÓN DEFINITIVA
¿Se puede volver atrás en el tiempo para redimir el pasado?, ¿podemos realmente corregir nuestros errores? Kowalski lo intenta, volviendo simbólicamente a Corea, para resucitar aquellos hombres que mató, cuyo recuerdo sigue atormentándole. El problema es que no hay expiación sin derramamiento de sangre. Eastwood entiende que hace falta un sacrificio para poder dar vida a otros. Es Ley de vida, pero también nuestra única esperanza, ante la agonía de una existencia, marcada por la culpa.
La Gran Historia de redención nos lleva a ese sacrificio supremo, en que el Creador mismo entrega su vida por sus criaturas. Tras la locura de su muerte, está la única salida al laberinto de este drama. No podemos hacer expiación por nuestros pecados, pero “Él es la propiciación” suficiente por cada uno de ellos (
1 Juan 2:3). Si ahora vivimos, es gracias a su entrega. Su amor verdaderamente nos libera, y nos lleva camino de su gloria.
Un sol de justicia brilla así aún con más fuerza que en la carretera que rodea ese lago. Porque somos lavados de todas nuestras manchas, por la sangre de Aquel que nos limpia de todo pecado (
1 Jn. 1:7). Pero fuera de su Cruz, no hay expiación posible.
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