En tus manos están mis tiempos

El tiempo. Untuoso, huidizo, se escapa de nuestras manos como agua que no se puede retener.

Medido en horas, días, semanas, meses… el tiempo nos condiciona oprimiéndonos para que no olvidemos que somos polvo y que al polvo volveremos.

Quiero darle a cada cosa su justo valor. No es fácil realizar correctamente dicho cometido, pero, a modo de buen propósito para este nuevo año y cayendo en la torpe rutina de las convenientes voluntades, retomo el deseo de valorar cada cosa que hago y ofrecer mi tiempo a aquello que realmente lo merece, y aunque pueda perderlo, malutilizarlo o incluso regalarlo, el tiempo destinado a fines importante quiero que sea ministrado como a Dios le agrada.

Para que toda esta amalgama de palabras tenga un sentido realmente claro, me pronuncio en una frase con la que quiero resumir mi deseo: Acercarme a Dios, pasar más tiempo junto a él.

Esa es mi máxima. No quiero confundirme con banalidades, con oraciones elocuentes que expliquen mi fin para esta nueva travesía.

Ocuparme y despreocuparme. Estar cerca de Dios para ver con claridad que hay asuntos por los que no he de perder el norte, tan sólo he acercarme a Dios y ver mi realidad desde su perspectiva.

Quiero que mi tiempo esté supervisado, puesto a su merced, que sea Dios quien me enseñe a distribuirlo de una forma sabia, sin caer en perfeccionismos innecesarios ni en super espiritualidad, simplemente estando en sintonía con lo que Él demanda y que de seguro es lo mejor para mi vida.

Una buena distribución hace que las cosas mejoren notablemente.

Todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.