En 1964, cuando los
Beatles estaban en la cima de la histeria adolescente, nadie imaginaba que dos años después estarían haciendo textos religiosos y siguiendo instrucción espiritual, para acabar haciendo pronunciamientos sobre la paz mundial. Su generación había tenido poca relación con la Iglesia. El padre de McCartney era agnóstico y la madre de Harrison católica, pero no creían que la religión debía imponerse a los hijos. “Ninguno de nosotros cree en Dios”, dijo McCartney a un entrevistador aquel año. “Pero somos más agnósticos que ateos”, añadió Lennon.
Lennon era tal vez el beatle que había tenido más influencia religiosa. Su tía Mimi le había mandado a la
escuela dominical a una iglesia anglicana, donde acabó cantando en el coro. Lennon era sin embargo conocido por sus blasfemias. Odiaba quizás, aquel Dios que había permitido que su madre muriera en un accidente cuando era adolescente, atropellada por un conductor borracho. O era incapaz de concebir un Padre en los cielos, cuando su propio padre le había abandonado poco después de nacer.
Lo cierto es que en sus días salvajes de Hamburgo, Lennon escribía cartas como si fuera Juan el Bautista, colgaba condones de imágenes religiosas o ridiculizaba a las monjas que pasaban. Sus escritos de aquella épocas tienen vicarios, leprosos, tullidos y a Cristo mismo, sujetos al más cruel humor negro. Ese lenguaje despiadado hacía difícil de imaginar en 1964, que dos años después Lennon estaría en un estudio cantando versos del
Libro Tibetano de los Muertos, diciendo al productor George Martin: “Quiero que suene como un santón oriental, rezando en la cumbre de una montaña”…
EL CIELO ESTÁ EN TU CABEZA
El verano de 1967, McCartney decía a la revista People que sus ojos se habían abierto a la existencia de Dios . “Una experiencia similar”, recomendaba, “haría mucho bien a algunos de nuestros clérigos”.
La experiencia de Lennon y McCartney sería desde luego imitada por muchos músicos y jóvenes de aquella década . Agnósticos apáticos se convertían así en apasionados buscadores de una verdad espiritual, que tenía al
rock´n´roll como ritual tribal, abriendo las puertas a toda religión, secta o gurú. No tardarían a partir de entonces las iglesias en llenarse de guitarras acústicas y vicarios sin alzacuellos, que bendiciendo motos como bebés, murmuraban textos esotéricos, mientras condenaban los males de la sociedad de consumo.
A lo largo de la segunda mitad de los sesenta, el fenómeno de la religión marginal se convirtió en una industria millonaria, cuyo mercado abarca desde la magia pagana hasta el budismo
zen. Los jóvenes lamentan el materialismo de sus padres, y canciones como el
Nowhere Man de Lennon
, hablan en 1965 de ese hombre que “no tiene visión, ni sabe a dónde va”.
El LSD se convierte así en la pastilla del Camino de Damasco, por el que muchos aseguran ver a Dios, o incluso ser el mismo Dios, atesorando esos instantes y colores intensos, ante los que la vida pasada no resulta más que un juego. Ahora llenos de benevolencia, desean “el amor” a todos…
“Yo soy él, como tú eres yo, y todos estamos juntos”, canta Lennon en
I Am The Walrus (1967), uno de los temas que compuso bajo su influencia. Esa ilusión temporal de unidad, que ellos llamaban Dios, es la que McCartney describe como “una fuerza de la que todos somos parte”. Lennon y Harrison cuentan que conocieron el
LSD por un café que les dio una noche un amigo dentista en 1965. Los efectos iniciales fueron de desorientación. Tanto que Lennon pensó que se había vuelto loco y le perseguía el diablo, pero luego se vio lleno de ideas, humor y creatividad. A partir de ese momento, Lennon quedó tan “enganchado”, que hizo más de mil “viajes”. Por ellos dice que se convenció de “la existencia del alma humana y la vida después de la muerte”.
Aquella religión del LSD hizo de Timothy Leary su sumo sacerdote. Este profesor de psicoterapia de Harvard había tenido una experiencia psicodélica en 1960, cuando tenía cuarenta años.
Y el año 63 hizo un experimento con estudiantes de teología, que afirmaron tener una “experiencia mística” por medio de esta droga, sobre la que escribió dos libros que leyeron los
Beatles. Uno de ellos introdujo a Lennon al
Libro Tibetano de los Muertos, que usó para escribir
Tomorrow Never Knows, para el disco
Revolver de los
Beatles el año 66. Entonces se hizo amigo suyo y Lennon dice que escribió para él
Come Together y
Give Peace A Change, aunque luego le acusó de “recibir un mensaje del ácido, por el que tenía que destruir su ego”. “Y lo hice”, dice Lennon: “Leí el estúpido libro de Leary y me destruí a mí mismo”…
Lo he descubierto.
¡No creas la palabra de nadie!
Es lo que puedes hacer…
No dejes que te engañen
Con droga y cocaína…
¡Siente tu propio dolor
EL SUEÑO SE ACABÓ
Los Beatles pasaron dos meses con el gurú Maharishi el verano de 1967, pero se desilusionaron. En su decepción, Lennon escribe una canción llamada
Sexy Sadie, llena de odio y resentimiento
. Su primera esposa, Cynthia, dice que “la naturaleza humana y la búsqueda última de algo nuevo, que no pudieran conseguir, les llevó a experimentar todo”, pero “la increíble velocidad y locura de su fama creó un gran vacío en su vida”. Lennon descubre que “Dios es un concepto por el que medimos nuestro dolor”...
No creo en la magia.
No creo en el I Ching.
No creo en la Biblia.
No creo en el Tarot.
No creo en Hitler.
No creo en Jesús.
No creo en Kennedy.
No creo en Buda.
No creo en el Mantra.
No creo en el Gita.
No creo en Reyes.
No creo en Elvis
No creo en Zimmerman.
No creo en los Beatles.
Sólo creo en mí,
Yoko y yo.
Esa es la realidad.
El sueño ha acabado.
Desde que se emancipó de los
Beatles, Lennon se enfrenta de tal forma al mundo, que parece que ha perdido todo sentido del ridículo. Dejando atrás todo pudor, John aparece desnudo con Yoko en la portada de la revista
Rolling Stone o en su disco
Dos Vírgenes. Como el personaje favorito de sus años infantiles, Guillermo el Proscrito, se ve una y otra vez abocado al desastre, pero continúa sin embargo convencido de que sus acciones son correctas. Aguanta mal la bebida y monta broncas penosas en locales de Los Ángeles, hasta que dirigido por Yoko, ella maneja los negocios y le manda hacer extraños viajes rituales, dictados por la numerología, a Hong Kong o Ciudad del Cabo
Mientras imagina que “no hay ningún paraíso, ni infierno bajo nosotros”, sólo siente la realidad de su propio dolor. Pero al descubrir que “no hay ningún Jesús, que vaya caer del cielo”, se da cuenta que “podría llorar”. Muchos lloramos desde entonces por él, porque sabemos que un día vendrá ese Jesús, en que no creía, cuando era su única esperanza. Por eso ahora que hay tiempo decimos: ¡Imagina!, ¡imagina que hay un cielo y un infierno! Y no vivas de espaldas a él… ¡Vive a la luz de esas realidades eternas! Y descubrirás que lo mejor está todavía por venir…
Si quieres comentar o