Los oídos de Dios

Pues indigno sois labios de desatar las letras que unidas forman su nombre.

No tengáis miedo si por prudente pecáis de ausencia, si intentando perfeccionar vuestra pronunciación imitáis una voz más agradable.

Concebiréis cuan amable son los oídos del oidor Santo, ser supremo que no se deleita en la entonación, y que aún siendo el mayor de los oradores, observa el corazón de quién porta lengua, sin tener en cuenta los vocablos que utiliza.

Saberse escuchado por el Dios de lo imposible, es algo que no tiene precio.

Sentir que nuestras palabras se posan en sus oídos; antropomórficamente hablando, y son arrulladas para darnos respuesta, es algo realmente inefable.

Hablamos cada día con muchas personas, exponemos multitud de palabras, desde el incomodo saludo de buenos días en el ascensor con su pertinente pronóstico meteorológico, hasta las charlas intensas que sortean la pereza y acaban dando rienda suelta a nuestro deseo de hacernos monologuistas.

Charlamos con el frutero, la pescadera, el chico del hipermercado, la profesora de la guardería. Conversamos con nuestras madres, amigos, hermanos, y algunos, hasta con sus cónyuges. Lo cierto es que cada día tenemos la oportunidad de separar nuestros labios y exponer al exterior aquello que subsiste en nuestro interior, ya sean trivialidades o reflexiones con un tanto de profundidad.

Conocer a Dios nos brinda la oportunidad de tener encuentros diarios, continuas conversaciones. Tener abierto un canal de diálogo mediante el cual poder charlar con Él y contarle todo aquello que existe en ti y que deseas expresarle.

Ser atendido por Dios es algo que no tiene comparación. Sabes que Él conoce sobradamente lo que hay en ti, pero nos demanda que pidamos, que seamos agradecidos, que expongamos mediante el formato de la oración aquello que deseamos.

Vanas son nuestras palabras. Torpes lo vocablos que a menudo utilizamos, aún así Él siempre nos oye, y aunque su respuesta puede no ser inmediata, siempre responde.

Qué bueno es poder contar con los oídos prestos de Dios. Qué bueno es poder hablarle a Él.