La vida desde arriba

Es el monte de la provisión, y deseo con todas mis fuerzas que ésta llegue.

No quiero sacrificar lo que se me pide, duele el simple hecho de pensar que he dejar aquí lo que más amo.

Espero la provisión.

Mientras aguardo, pienso que quizá esto no es una prueba de fe, que Dios no desea examinarme, que es designio divino el que ofrende lo demandado.

Espero la provisión.

Es de locos pensar que un Dios bueno, justo, misericordioso, pueda permitir esta sarta de dolor, este sufrimiento incesante, esta inquietud dañina.

Espero la provisión.

No la espero con paz en el corazón, ni con la certeza de que vaya a llegar, la espero con desesperación, dudando de que me sea regalada antes de poner fin a lo que más quiero.

Espero la provisión.

Desde la cima de este monte diviso lejana la esperanza, se disipa entre las brumas que abandonaron la cumbre para huir a otro alto lugar.

Distantes se vislumbran los días felices, los momentos de entrañable dulzura que arremetían con fuerza y hacían huir todo temor. El presente no es halagüeño, es más bien un molesto e incesante goteo de silencioso sufrimiento.

Aún así, espero la provisión. Sé que antes de clavar el cuchillo afilado en la vida de un inocente Él, mandará un cordero para ser sacrificado.

Tengo que ser fuerte y albergar este esperanzador pensamiento, si no lo hago, me derrumbaré antes de ver nacer un nuevo día.

Estoy aquí, en el monte Moriah. Nunca me he sentido tan sola y a la vez tan cercana a Dios.