Más que palabras

No son simples vocablos, son cuatro sones que forman un imperativo, una exclamación a la que me aferro como única tabla de salvación en este naufragio.

Dios no se equivoca. Suena de nuevo en mi cabeza, la traslado al corazón para que los términos de esta frase inunden mi congoja con ápices de sol.

Cuando te agarras a algo con todas tus fuerzas, sientes que aquello que al principio era una simple expresión, se ha convertido en un credo ante el cual hayas la respuesta que tu ansiada mente reclama, el agua fresca destinada a saciar la sed.

Me dejo acariciar por la idea de que Dios lleva el control de todo, es la única manera de no sentir la austeridad en este transitar diario. Suspiro y siento que aquel que me tomó en sus manos ofreciéndome el precioso regalo de la vida eterna, es el mismo que permite estas lágrimas. Él conoce sobradamente cómo ha de hacer las cosas, y aunque admito no distinguir muy bien a que se debe todo esto, espero confiadamente que se vaya aclarando con el paso del tiempo.

Dios no se equivoca. No es caprichoso y hace las cosas al azar sólo para ver como sufrimos, contrariamente, Él lleva el timón del barco y está dispuesto, si le damos licencia para ello, ha dirigir nuestra embarcación a puerto seguro, lejos de tempestades.

Esta soga que hoy me ata, será la cuerda que unida a mis ansias de volar fabricará con mi corazón una cometa.

Al batirla en el cielo, cual alas de ave, sentiré como se me llena el alma de un dulzor inesperado, mirando desde la cima los pequeños tejados, los seres pequeños, los diminutos árboles, todo ello divisado con infinita calma, todo ello ataviada de viento, abrazada por la esperanza de encontrar, más allá del horizonte, la repuesta que sé Él tiene preparada para mí.