Tierra abertal

La tierra que lució teñida de verdor aparece ante todos consumida, rajada, amarillenta, estéril.

Espera la lluvia, la lluvia tardía que moje su sequedad, que penetre en las grietas y empape sus entrañas llenándola de vida.

Hoy es tierra abertal, deseosa de que trajinen en ella, que el surco lastimero del arado rompa los terruños y deshaga tras el paso agreste del labrado el sólido manto árido que la convierte en terreno yermo.

Tú eres el labriego que esa tierra necesita. Tú, sólo tú puedes hacer que esa superficie baldía se convierta en campo fecundo.

Rompe la tierra con tu azada, haz que gima de dolor bajo el vigor de tus manos, despliega las labores más duras y deja que los gajos curtidos por el sol se deshagan a jirones y se humillen desmoronándose cual polvo que ha de volver a ser polvo.

Has de posar tus ojos, labrador sabio, en esa campiña abrupta que se doblega ante ti pidiendo con dolor que comiences tu tarea. Aunque sabe cuanta dureza vas a emplear en las faenas diarias, desea ser tratada cuanto antes, pues conoce sobradamente que tú puedes hacer de ella campo útil.

Toma tus aparejos de trabajo, comienza a tratar ese terreno baldío. Rompe, revuelve, desmiembra y riega ese suelo sediento que tanto anhela ser transformada por ti.

Al atardecer, cuando el sol nos salude desde su fénix, miraré con ojos sorprendidos el trabajo que has hecho, y confiada corroboraré que tu esfuerzo, tu cariño son lo único que esa tierra necesita para que se produzca el milagro de la vida.