A un amigo desconocido

¿Pasearemos juntos por la ribera de este río que hoy nos separa?

No lo sé. Sólo espero encontrarte y que me respondas.

Los que ahora están en su día fueron huecos vacíos, vidas desconocidas que aparecieron en el umbral de mi casa con aires de nobleza, invitándome a conocer, insuflándome aliento para conquistar.

Abrí mis puertas dejándome embriagar por el aroma que propagaban, y cuando la estancia en la que yo habito se llenó de ellos, sentí cuán grato es recibir un azote de aire tan fresco.

Mis amigos colman las horas de soledad con el suave dulzor de sus palabras y hacen de mí un ser especial, una mujer con ganas por seguir soñando.

Siento un gran regocijo al quedar mi vida ligada con la de ese hombre o mujer que deja de ser anónimo para comenzar a formar parte de la aventura de mi existencia. Pero aún se doblegan mis ansias de búsqueda ante la idea de engrosar la lista de mi corazón con otro nombre amigo, que hoy reconozco lejano, pero que en un futuro llegará a formar parte de esta historia. Por ello no cierro puertas, las abro no sólo a los que conociendo la senda que los lleva a mi hogar van y vienen con soltura, las abro a quienes aún no han transitado el camino hasta mi morada, a ellos les invito cortésmente a que pasen y vean, que decidan si quieren o no actuar en el escenario donde se interpreta mi obra.

No los busco, pues sé que ellos llegarán sin previo aviso.

La amistad no tiene prisas, no persigue la urgencia, es mansa y aguarda el momento en el que con nobleza pueda desprender su perfume escondido.

Los amigos son ese lugar de recreo coronado de silencio y plagado de palabras. Huyen de las frases hechas, de los gastados tópicos, de las titubeantes caricias, de las palmaditas en la espalda. Saben cómo sepultar el desdén y hacer revivir con profusa alegría el ánimo desanimado.

Dominan el arte de ahuyentar torpes ausencias que quedaron flotando cual fuegos de artificio; en unos primeros instantes radiantes e incandescentes, pero que con el transitar de los días se volvieron opacos en el cielo lejano.

Los amigos no permiten circular el aire tristemente viciado de las horas muertas, muy contrariamente maceran los segundos prolongando cada instante para otorgarle un aura de inmortalidad.

Abro mis ojos convencida de que algún alma afín pasará frente a mí y querré que se aloje en este hotel –corazón. No tengo temor de que pase de largo, al amigo se le conoce con una simple mirada, porta ese sello indeleble de luminosa lealtad.