La película comienza antes de los títulos, con un impresionante sermón de Burton sobre
El espíritu de verdad en
Proverbios 25:28 en una iglesia episcopal de Virginia. El texto compara al hombre que no domina su pasión con una ciudad desmantelada y sin muralla. “Me pregunto, al examinar nuestros corazones” –dice el actor galés–, “¿cuántos de nosotros pueden decir:
Yo domino mi pasión? Porque ¡qué débil es el hombre!, ¡con cuánta frecuencia nos descarriamos del camino recto y estrecho! Pero sólo cuando permanecemos en el Señor, somos como una ciudad amurallada. Sólo así nos podemos defender de Satanás y sus tentaciones ¡No podemos gobernarnos solos!, ¡Dios es nuestra única ayuda y salvación!”.
El golpe dramático viene a continuación, cuando al quedarse sin palabras, estalla contra la congregación, bajando del púlpito, intentando defenderse de los rumores que acusan a este “hombre de Dios, hijo de clérigo y nieto de dos obispos, aunque otra parte de la familia busque saciar sus apetitos humanos” –que él mismo reconoce haber heredado–. El pastor Shannon les grita que ya no puede seguir prestando culto “a este viejo airado y enojado, en el que creen, porque han dado la espalda al Dios de amor y compasión, inventándose este criminal senil, que culpa al mundo y todo lo que ha creado, de sus propios errores”. Les acusa de “cerrar sus corazones a la verdad de Dios”, mientras la gente huye de la iglesia…
VIDAS VERGONZOSAS
La noche de la iguana es un cuento que Williams convirtió en una obra de teatro, que fue ampliando posteriormente. En un hotel de la costa mexicana – que el relato sitúa en Acapulco –, se encuentra este pastor episcopal con un grupo de mujeres. Todos parecen ocultar una realidad vergonzosa. Una viuda, que resulta ser una despótica profesora de canto,
parece esconder un lesbianismo latente. La pintora soltera de unos treinta años, que enseñaba arte en un colegio episcopal, parece haber sublimado su castidad, tras una mística de amor al prójimo. La viuda propietaria tiene relaciones sexuales con dos criados indígenas. La provocadora adolescente es tremendamente voluble. Y el pastor episcopal ha sido suspendido de sus funciones, porque tiene una cierta debilidad por las menores, a la vez que es sujeto de fuertes impulsos suicidas.
La primera parte de la obra presenta el conflicto del pastor con la profesora de canto, que culmina en el momento cuando ella se adentra en la playa, presa de cólera, para buscar a la jovencita que se está bañando con el reverendo. Es entonces cuando se intuyen sus tendencias sáficas –que en la película hacen que el pastor sienta un impulso de piedad por su adversaria–, quien tras un titubeo, se aleja de la escena. En la obra original Shannon sin embargo exclama: “¿Sabe que Texas está llena de lesbianas?”. El autor de
La gata en el tejado de zinc o
Dulce pájaro de juventud ha sido acusado con frecuencia de misógino. Antes se solía culpar de ello a su homosexualidad. Aunque en realidad son siempre personajes desagradables, que debido a su fracaso moral, provocan finalmente nuestra compasión...
Estos personajes desesperados, están como la iguana, atados al final de una cuerda, como “una criatura salvajemente agitada, no atractiva, pero una criatura de Dios”, que debe ser librada por gracia. La liberación de la iguana atormentada, se muestra entonces como “un sucedáneo de gracia”. El mensaje parece ser –dado que “nadie es perfecto”–, hace falta una actitud más indulgente e imparcial, por la que no se desprecie a nadie.
¿Es en este sentido La noche de la iguana una crítica a la intolerancia de un puritanismo estricto y riguroso?
EDUCACIÓN ANGLICANA
Williams se educa en la tradición anglicana, que representa en Estados Unidos la Iglesia Episcopal. Su abuelo era Walter Dakin (1857-1955), rector de la iglesia de San Pablo en Columbus (Mississippi), cuyo matrimonio describe el dramaturgo como “las dos personas más maravillosas de su vida”. Aunque el escritor dice que “creció en la atmósfera de puritanismo del Sur”, porque “nació en la rectoría episcopal y creció a la sombra de la iglesia episcopal”, reconoce que su abuelo era “más de la
iglesia alta que el papa”. Este sector de la iglesia anglicana –aunque es evidentemente conservador–, no se caracteriza precisamente por su puritanismo, que estaría más relacionada con la
iglesia baja, que ha tenido siempre un carácter más
evangélico.
Williams le encantaba acompañar a su abuelo en sus visitas pastorales. Era un hombre culto y sofisticado, al que le gustaba viajar. Estuvo a menudo con él en Key West, y le acompañó incluso a Europa. Al pastor le gustaba Shakespeare, los
cocktails de Manhattan y los pañuelos de seda. Era en ese sentido un claro representante de la
alta iglesia anglicana. Un hombre de mundo, pero de poco Evangelio. Es él quien inspira el personaje de Nonno en
La noche de la iguana, el abuelo poeta de la pintora, que curiosamente no corresponde al papel del pastor episcopal.
EN BUSCA DE DIOS
Thomas Adler concluye su estudio sobre la búsqueda de Dios en las obras de Tennessee Williams, convencido que para él, “el infierno es nuestro yo” –que como en la obra de Sartre, vemos reflejado en los demás
A puerta cerrada y
Sin salida–, pero “Dios es el Otro”. Así que “negar al Otro” sería “negar a Dios”. Adler convierte así a Williams en un artista que demuestra la paradoja de un cristianismo existencialista.
Es cierto que en todas sus obras, Williams muestra a personas intentando llegar a otras. En
La noche de la iguana, la pintora Hanna se encuentra con el pastor Shannon en la baranda, como un espacio simbólico de encuentro, fuera de los cubículos de sus habitaciones. Es como si los únicos momentos realmente satisfactorios de la vida son aquellos que realmente hacemos contacto con otras personas –no tanto en el sentido físico, como de esa forma profunda en que uno se encuentra con otro ser humano–. Son las cosas que realmente quedan de la vida, pero ¿podemos conocer así a Dios?
Williams dice que su obra está llena de símbolos cristianos. En las conversaciones publicadas por Albert Devlin para la Universidad de Mississippi, él dice que su literatura “es profundamente cristiana, pero en el sentido de Cristo, a imagen de Cristo, su pureza, su belleza y sus enseñanzas”. De esa manera Cristo sería como ese amable abuelo; pero también como su nieta, cuando se compadece; o el predicador caído, que da su cruz de oro de 22 kilates, para ayudar a la pintora arruinada; e incluso como la hostelera Maxine, que da refugio y sustento a todos estos personajes.
¿UN ABUELO COMPRENSIVO?
La teología actual nos insiste en mostrar la divinidad en la bondad del hombre. Dios es como una especie de Papa Noel, un abuelo bonachón que contempla con indulgencia las travesuras de sus hijos. No hay duda que muchos preferirían, que si finalmente hay un Dios, fuera como este anciano tolerante, que todo lo soporta, pero que finalmente es incapaz de hacer daño a una mosca. La cuestión es si es ése es el Dios verdadero. Desde luego, no es así como lo revela la Biblia...
La noche de la iguana se acerca más a esa verdad oculta, cuando el pastor se enfrenta a sus delirios en un ataque de pánico, que revela el testimonio que quiere acallar en su conciencia. La pintora que primero le reprueba, intenta luego consolarle, mientras él exclama: “¿A quién no le gustaría expiar sus propios pecados y los del mundo, tumbado en una hamaca, en lugar de en una cruz?”. Puesto que finalmente es la Cruz, la que nos releva al Dios verdadero…
Si Dios entregó a la muerte a su propio Hijo es imposible enfrentarse a la Cruz sin experimentar nuestra vergüenza. No hay lugar aquí para la apatía, el egoísmo y la complacencia. La Cruz nos revela la gravedad de nuestro pecado. Lo vemos tal y como es. Ya que no hay otra manera cómo el justo Dios pudiera perdonar justamente nuestra injusticia. Si Cristo mismo tuvo que sufrir tan cruel castigo, ¿cómo podemos decir que lo que hacemos no tiene consecuencias?
LA VERDADERA LIBERACIÓN
Nadie es justo, nadie entiende nada, ni quiere buscar a Dios – escribe el apóstol Pablo a los
Romanos (
3:11).
Todos se han alejado de Él, todos se han vuelto malos, porque
nadie, absolutamente nadie, quiere hacer los bueno (
v. 12).
La verdadera liberación – simbolizada en soltar la iguana –, pasa por enfrentar la realidad de nuestra culpa delante de Dios. No todo sentimiento de culpa es patológico. Todo lo contrario, aquellos que se consideran inocentes y sin falta, sufren de un mal aún mayor...
Mientras negamos la realidad del pecado, nos apartamos de la auténtica liberación. La santidad de Dios está en la base de la revelación cristiana. Y su ira no es más que su reacción santa ante la maldad. Decir que el Dios de ira pertenece al Antiguo Testamento y el de amor al Nuevo, es rechazar al Dios que nos revela Jesús por medio de su Cruz. Es porque el mal ya no provoca nuestra ira, que no podemos creer que el pecado provoque la ira de Dios. Dios quiere perdonarnos y reconciliarnos con Él, pero tiene que ser de una manera conforme a su carácter de justicia y amor.
No se puede –como dice Shannon– “expiar el pecado desde una hamaca”. Si Dios entrega a su Hijo a tan terrible tormento, es porque grande ha sido nuestra afrenta. Si la esencia del pecado es el hombre tomando el lugar de Dios, la esencia de la salvación es Dios tomando el lugar del hombre. Él decide soportar nuestro castigo, echar sobre su espalda nuestra vergüenza, haciendo caer su ira sobre sí mismo. Nos revela así el corazón de Dios, que no nos ama porque Cristo murió por nosotros; si no que Cristo murió por nosotros, porque Dios nos ama (
1 Juan 4:10).
Ese es el Amor que nos libera, al triunfar la Luz en la Cruz sobre el poder de las tinieblas, trayendo un nuevo amanecer a esta noche sofocante, donde la iguana sufre, humillada y presa.
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