El cruel látigo de la culpa

Como dijo Jesús: “Quien esté libre de pecado tire la primera piedra”. Quien nunca haya errado en la vida, quien nunca haya sentido ese resquemor que produce el sentimiento de culpa, lance hoy una primera piedra.

La culpa es una constante en la vida, es un sentimiento humano que puede ser dañino cuando no es controlado, sin embargo, es positivo cuando nos hace reconocer nuestra identidad como seres imperfectos plagados por infinidad de faltas.

La culpa viene disfrazada en multitud de ocasiones de responsabilidad, llegando hasta nosotros envuelta en autorreproches. Tendemos a ser demasiados exigentes con lo que hacemos y convertimos las labores diarias en obligaciones a las que atender con una perfección que raya lo inhumano.

Traer al presente los errores del ayer nos enturbian el día a día haciendo que los pecados que Dios arrojó a lo más profundo del mar resurjan con la única intención de herirnos.

Nos sentimos culpables por lo que pudimos hacer y no hicimos, por lo que hicimos y no evitamos, por el amor que no supimos demostrar, por el cariño que dimos a la persona inadecuada, por el derroche de ingenuidad que en un determinado momento hizo que cometiéramos errores pueriles, por…

Larga es la lista de reproches que nos causan dolor, pero hemos de paliar ese daño aplicando sobre la herida el perdón de Dios, la gracia divina por la cual todo el pasado quedó sepultado para que Él pueda hacer nuevas todas las cosas.

No permitamos que los hechos del ayer nos estanquen e inutilicen provocándonos una aguda lesión. Dejemos atrás las imágenes tristes que en su día tuvieron su protagonismo y extendámonos hacía el presente enarbolando ilusiones nuevas, imágenes en color que nos recuerdan que el invierno ya pasó y el tiempo de la canción ha venido.