Tras unos meses en el extranjero donde – entre otras ocupaciones – me he encontrado cubriendo la campaña presidencial en Estados Unidos, estoy de regreso en España. No he dejado de observar la realidad de la nación ni un solo día mientras me encontraba en el exterior.
Sin embargo, el aterrizaje, por multitud de razones, ha resultado extraordinariamente positivo.
Durante los próximos meses, Dios mediante, esta tribuna estará dedicada al servicio de lanzar un mensaje de arrepentimiento y reforma sustentado en las Escrituras, en la Historia y en la realidad que vivimos. Ese mensaje resulta absolutamente necesario para una generación que está jugándose descolgarse de la Historia como ya lo hizo en el siglo XVI y, posteriormente, en el siglo XIX con consecuencias verdaderamente trágicas. Quisiera, sin embargo, adelantar algunos aspectos:
1.
Vivimos inmersos ya de lleno en la crisis no sólo económica sino institucional que anuncié hace unos años de manera taxativa e ineludible. Lo advertí entonces mientras algunos se deshacían en elogios de ZP y su política y lo sigo advirtiendo ahora porque muchos no quieren verlo y otros, con sus pésimas interpretaciones de lo que sucede, sólo contribuyen a ahondar esa crisis.
2.
La crisis institucional no ha concluido. La reciente sentencia del Tribunal constitucional avalando el matrimonio entre personas del mismo sexo constituye una indiscutible manifestación de iniquidad que coloca a esta nación al borde del abismo. Si un tribunal puede ir en contra de la formulación literal de la constitución – como ya hizo con el desdichado estatuto de Cataluña – sólo porque así le conviene a un sector de la casta política, cualquier ciudadano está desprovisto de defensa legal. El día de mañana, cualquier derecho, cualquier libertad, cualquier garantía podrá ser orillada y vulnerada simplemente porque la “sensibilidad social”, la “evolución social” o el “sentir social” así lo piden. Los que durante estos años han callado frente a esos atropellos tienen una clara responsabilidad no sólo respecto de lo que hay sino también respecto de lo que habrá.
3.
Los análisis de la crisis siguen siendo incompletos y, por ello, equivocados. Que muchos de los análisis de la crisis son erróneos desde una perspectiva meramente económica o política no permite ninguna duda. Cualquier persona con un mínimo conocimiento de economía sabe que sin recortar drásticamente el gasto público – en especial el de las autonomías que no ha dejado de crecer con una Cataluña que acumula más del treinta por ciento de la deuda de 17 Comunidades – nunca saldremos de la crisis. Pero las raíces van mucho más allá del intolerable gasto público y son de carácter espiritual. Todavía diré más: tal y como tengo intención de mostrar en las próximas semanas, sus orígenes se encuentran varios siglos atrás y son los causantes de las desgracias de la Historia de España y de otras naciones de cultura semejante. A menos que afrontemos la realidad, esa crisis se convertirá en endémica por mucho que algunos de sus síntomas acaben siendo paliados.
4.
Los acercamientos eclesiales están siendo erróneos y contraproducentes. Frente a esta situación, muchos ciudadanos habrían esperado una respuesta de aquellos que, por definición, se supone que tienen alguna luz espiritual. La realidad es, sin embargo, lamentable. Por lo que se refiere a la iglesia católica – la confesión mayoritaria en España aunque no haya dejado de retroceder en las tres últimas décadas – su política es obvia. Se centra, fundamentalmente y a pesar de sus declaraciones oficiales, en mantener los privilegios injustos de siglos pactando incluso con los que desean aniquilar el orden constitucional – los obispos vascos con alguna excepción siguen multiplicando las voces de apoyo a ETA y los catalanes se han manifestado favorables a la secesión de Cataluña – en aumentar esos privilegios por diversos mecanismos y en seguir fomentando una cultura asistencialista que es, en no escasa medida, responsable de la situación que padecemos. Aunque ha defendido algunos valores encomiables – al menos, hasta llegar a un pacto con ZP en la segunda legislatura – la iglesia católica sigue una tónica de siglos marcada por la
Realpolitik y que escandaliza o, al menos, asombra a no pocos católicos. Para colmo, un sector del catolicismo español – gracias a Dios muy minoritario - sueña con un desastre nacional de tal magnitud que devuelva a los obispos el poder de “estado dentro del estado” que tuvieron en la época del general Franco.
Sin embargo, no es mucho mejor el panorama presentado por el pueblo evangélico. La FEREDE ha demostrado durante estos años que es la estructura inoperante e inútil, además de perversa, que desde hace más de un cuarto de siglo he apuntado vez tras vez. Por supuesto, hay muchos hermanos dignos y nobles que trabajan en ella o que, al menos, se encuentran encuadrados en alguna iglesia local afiliada, pero esa circunstancia no disminuye la realidad. Esa realidad nos subraya hechos indiscutibles como el de que no hay nada, absolutamente nada, de entre los raquíticos logros de la FEREDE que no se hubiera podido conseguir mejor y más rápido de otra manera. Por añadidura, la FEREDE se ha convertido en una estructura dependiente del poder político de una manera que, en ocasiones, sonroja. Justificar esa conducta señalando que sólo es un órgano de trato con la administración es inaceptable. A decir verdad, si de lo que se trataba era sólo de ocuparse de cuestiones administrativas habría resultado más práctico y barato contratar a un abogado competente y no mantener la estructura organizativa de la FEREDE.
En estos momentos, en que sectores de la sociedad especialmente débiles deben soportar la crisis mientras que las castas privilegiadas –liberados sindicales, nacionalistas catalanes y vascos, cargos públicos, empleados de inútiles empresas públicas, jerarquía católica, subvencionados de todo tipo, etc– mantienen unos privilegios injustos e imposibles de mantener es obligación del pueblo evangélico renunciar públicamente hasta el último céntimo a las subvenciones que recibe del estado, apelar a otras entidades para que sigan ese ejemplo y asumir no sólo sus gastos –sean los que sean– sino también compartir lo poco o mucho que tiene con los necesitados.
Si, en lugar de asumir esa conducta, dedica su tiempo y sus energías a pelear por las subvenciones públicas no sólo estará dando un pésimo testimonio que no escapa a nadie sino que estará más entregado a la consecución de privilegios injustos que a comunicar la compasión de Jesús a sus contemporáneos. Lógica quizá sería esa conducta en una ONG, un sindicato o en la iglesia católica, pero indigno de gente que desea basar su conducta en la enseñanza de las Escrituras y, de manera muy especial, en el ejemplo de Jesús.
Lo diré una y otra vez: es tiempo de arrepentimiento y de reforma. Así seguiré proclamándolo, Dios mediante, durante las próximas semanas.
Continuará
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