Lutero esperó hasta que los cultos de Pascua concluyeran antes de ponerse en camino. Finalmente, el jueves, 2 de abril, partió hacia Worms. Llevaba consigo la citación, el salvoconducto imperial y los documentos oficiales de su príncipe.
Además lo acompañaban en el carro en que viajaba tres amigos: el teólogo Nicolás Amsdorf, un agustino llamado Juan Petzensteiner y Pedro Suaven, un estudiante joven.
El grupo atravesó Leipzig, Weimar, Erfurt, Gotha, Eisenach, Frankfurt y Oppenheim en un viaje muy distinto al que habían sufrido Aleandro y Eck.
La gente simpatizaba con Lutero y resulta por ello normal que predicara en las distintas localidades por las que fue pasando.
No faltaron, sin embargo, los que intentaron disuadirlo de que continuara su viaje. En ocasiones, se trataba de gente que lo apreciaba y que temía que acabara en la hoguera como había sucedido con Huss.
En otros casos, eran intentos encaminados a evitar que la Dieta pudiera escucharlo. Así, el nuncio Aleandro se ocupó de que el decreto imperial estuviera fijado en varias de las ciudades por las que había de pasar como un claro elemento disuasor. Por añadidura, en Oppenhein, Glapión, el confesor de Carlos, se valió de Martín Bucero para sugerir a Lutero que se ocultara en el castillo de Ebernburg con Hutten y Von Sickingen y aceptara solventar todo apartado de la publicidad de la Dieta.
El ofrecimiento constituía una verdadera trampa porque, de haberlo aceptado el monje, se le hubiera considerado en rebeldía y su salvoconducto habría prescrito, un resultado que hubiera entusiasmado a Aleandro.. Por todo ello, no sorprende que la respuesta de Lutero fuera que si Glapión deseaba hablar con él tendría ocasión de hacerlo en Worms y que, desde luego, de él se podría esperar cualquier cosa salvo que huyera o se retractara.
Así,
a las diez de la mañana del martes, 16 de abril de 1521, tras recorrer más de cuatrocientos kilómetros en catorce días de viaje, Lutero entró en Worms. Pendientes de recibirlo estaban unas dos mil personas. Mientras bajaba del carro en el que había viajado, se pudo oír cómo decía para si, “Dios estará conmigo”.
Las Actas de la Dieta nos han dejado un testimonio bien revelador de la situación moral de Worms. Sabemos que era normal que en la ciudad se perpetraran tres o cuatro homicidios cada noche y que las ejecuciones por este motivo superaban el centenar. Por añadidura, las calles estaban llenas de prostitutas y los príncipes de la iglesia distaban mucho de dar ejemplo. A decir verdad, los prelados se pasaban la mayor parte del tiempo banqueteando y bebiendo (¡en cuaresma!) e incluso uno de ellos llegó a perder sesenta mil guilders en una partida.
Se mire como se mire, lo cierto es que cuesta no contemplar en semejantes conductas síntomas innegables de la acusada crisis espiritual de la época.
Durante la mañana del día siguiente a su llegada, Lutero escuchó la confesión de un caballero que estaba agonizando y le administró la Eucaristía.
Luego cuando Ulrico von Pappenheim, un caballero del emperador, le informó de que debería comparecer ante la dieta a las cuatro de la tarde, el monje fue a que le cortaran el pelo para que su tonsura quedara bien de manifiesto. Con posterioridad, lo llevaron a palacio por un camino secundario para evitar a la multitud.
Después de esperar por espacio de dos horas, Lutero fue conducido a una sala abarrotada en la que el calor resultaba sofocante.
Y así se inició el juicio, el 17 de abril de 1521.
El viernes de la próxima semana seguiremos esta apasionante parte de la historia de la vida del reformador alemán: Worms inicia el juicio a Lutero.
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