En clara contradicción con su conducta de los años anteriores, había enviado, eso sí, una carta a Carlos afirmando que daba gracias a Dios por haber concedido a la iglesia un emperador como él.
Sin embargo, mientras Aleandro se había enfrentado con la amarga realidad, el pontífice se distraía asistiendo al carnaval de Roma. Bajo su ventana del castillo de Sant´Angelo, se había levantado un escenario para una representación que se iniciaba con la oración de una mujer dirigida a la diosa Venus. Acto seguido, venía la historia de unos ermitaños que acababan despojándose de sus hábitos para combatir entre si para conseguir que Amor les entregara a una fémina. Se puede pensar lo que se quiera de lo oportuno y decoroso del espectáculo bajo las ventanas papales, pero poco puede dudarse de que León X no perdía el sueño por lo que estaba sucediendo en Alemania.
A decir verdad, es muy posible que en aquellos momentos fuera Aleandro el único que se diera cuenta de que estaba comenzando una nueva época y de que la Santa Sede no se percataba ni lejanamente de la gravedad de la situación.
Sin embargo, incluso su propia preocupación distaba mucho de ser espiritual. Como ha señalado, el estudioso católico Lortz, Aleandro estaba enfocando el problema desde una perspectiva política y diplomática, pero no espiritual. Al respecto, resulta reveladoramente llamativa su nula entrega a la oración. Sin duda, se trataba de una conducta como mínimo chocante en un hombre que, supuestamente, estaba llevando a cabo una tarea de corte trascendente y no puede negarse que contrastaba de manera poderosa con la seguida por la del monje al que pretendía aniquilar.
El comportamiento de Lutero en esa época se encuentra extraordinariamente bien documentado. En primer lugar, sabemos que estaba totalmente decidido a mantener la controversia en el ámbito de lo espiritual por más que sus enemigos recurrieran al poder político o que personajes como Hutten o Von Sickingen le ofrecieran el respaldo de sus espadas. Bajo ningún concepto, y en eso su posición era diametralmente opuesta a la de Aleandro, iba a consentir el agustino que se mezclaran una causa espiritual con otras humanas.
El 4 de noviembre de 1520, cuando los acontecimientos difícilmente podían resultarle más adversos escribió:
“
Si el Evangelio fuera de tal naturaleza que pudiera ser propagado o preservado por los poderes de este mundo, Dios no se lo habría confiado a pescadores”
Unas semanas después, el 16 de enero de 1521, añadía:
“
Lo que Hutten busca, ya lo ves. Me niego a combatir por el Evangelio con la fuerza y la matanza. Con la Palabra, el mundo es ganado, y por ella la Iglesia es preservada, y por ella la Iglesia será restaurada”
En segundo lugar, la conducta de Lutero se caracterizaba por una fe extraordinaria. Semejante circunstancia le impulsaba a actuar con una notable intrepidez en un mundo donde personajes de la talla de Erasmo no dudaron, por mero temor, en dar marcha atrás a toda una trayectoria de décadas. Por supuesto, el reformador era consciente de que no contaba con un respaldo político que le permitiera salir indemne de Worms.
Sin embargo, aquellos problemas de extrema gravedad los consideró secundarios en comparación con el cumplimiento de su deber, con la obediencia que debía al Evangelio y con la sumisión que mantenía para con Cristo. El 19 de marzo de 1521, señalaba de manera meridianamente clara:
“
Si (el emperador) me llama a Worms para matarme, o a causa de mi respuesta, para declararme enemigo del imperio, me ofreceré para acudir. Porque no voy a huir, si Cristo me ayuda, ni abandonaré la Palabra en este contexto”
Semejante valentía resulta aún más destacada cuando se tiene en cuenta que no era compartida por la gente que lo rodeaba, incluidos sus simpatizantes. El Elector, por ejemplo, tenía dudas – y no le faltaban razones – acerca de si sería sensato que Lutero compareciera ante la Dieta. InclusoVon Sickingen y Hutten acabaron aceptando la tesis de Glapión de que era mejor que el agustino no hiciera acto de presencia en Worms.
Era cierto que el emperador había otorgado un salvoconducto, pero también Huss había disfrutado de un documento similar para concurrir al concilio de Constanza y esa circunstancia no había evitado que ardiera en la hoguera. ¿Qué razón había para pensar que Lutero iba a tener mejor suerte? En teoría, ninguna, pero Lutero estaba dotado de una fe que sólo puede inspirar un profundo amor hacia Cristo y había decidido acudir aunque en ello le fuera la vida. Así, escribió a Melanchton el 7 de abril, “entraré en Worms bajo mi capitán, Cristo, a pesar de las puertas del infierno”. Justo una semana después, dejaba de manifiesto la misma actitud en una carta dirigida a Spalatino, “Voy, mi Spalatino, y entraremos en Worms, a pesar de las puertas del Infierno y de los poderes del aire”.
Constituiría un grave error el pensar que Lutero era un irresponsable o ignoraba el peligro que estaba corriendo. Por el contrario, sabemos que la presión psicológica que experimentó durante esos días resultó enorme dado que era más que consciente de la conclusión que podía tener todo. Por añadidura, la gente cercana a él no dejaba de indicárselo.
Sin embargo, tampoco esa circunstancia lo apartó de su camino. Como reconocería años después, cuando el 26 de marzo llegó a Wittenberg el legado imperial Sturm y le preguntó si no prefería volverse atrás dado que se había iniciado la quema de sus libros, Lutero tembló, pero decidió que debía seguir adelante. La fe prevaleció sobre el temor natural hasta el punto de que, según confesión propia, “cuando fui a Worms, si hubiera sabido que había tantos demonios dispuestos a abalanzarse sobre mi como tejas en los tejados, alegremente me hubiera movido en medio de ellos”
Después de años, el Caso Lutero iba a ser escuchado.
CONTINUARÁ: La Dieta de Worms, el juicio
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