¿Quién había vencido en la disputa de Leipzig?Por supuesto, Eck había logrado un tanto táctico al lograr que Lutero señalara que no creía en que los concilios estuvieran siempre exentos de error y, como era de esperar, proclamó que la victoria había sido suya. Mientras Eck se refería al premio que para él significaban “la buena cerveza de Leipzig y las bellas adoradoras de Venus” (una afirmación bien peculiar en un teólogo), el duque le regaló un ciervo, pagó todos sus gastos y le concedió una audiencia. En paralelo, el obispo de Brandeburgo solicitó su opinión sobre la denuncia presentada por los franciscanos de Juteborg contra Lutero lo que le permitió ganar quince coronas en un par de horas.
Eck estaba tan entusiasmado que montó a caballo y fue al encuentro de Federico para convencerlo de que abandonara a Lutero a su suerte y cuando el príncipe lo remitió a Lutero y a Carlstadt, acudió a denunciar al agustino ante el dominico Hoogstraten, gran inquisidor de Alemania. No sólo eso. Envió un informe a Roma acusando a Lutero de hereje e indicando que, tras la disputa, la única salida es su condena fulminante.
Sí, poca duda puede existir de que Eck se veía como el vencedor, recompensado por añadidura, y con el poder suficiente como para imponer condiciones.
Sin embargo, la victoria estratégica –y teológica- había sido para Lutero de una manera aplastante y así lo reconoce en la actualidad la mayoría de los estudiosos. No se trataba sólo de que su príncipe estuviera más que dispuesto a seguir defendiéndolo nada convencido por los argumentos de Eck. Además se encontraba la reacción de las universidades. De entrada, los estudiantes y no pocos profesores de Leipzig emigraron a Wittenberg en masa. Por si fuera poco en Wittemberg, en Nuremberg, en Augsburgo, en Estrasburgo, en Selestat, en Heidelberg, en Erfurt y – no podía ser menos – en Leipzig las versiones escritas de lo sucedido unánimemente describieran a Eck como el indiscutible derrotado.
De manera bien significativa, los eruditos y los humanistas también consideraron que Lutero había emergido de la disputa como el vencedor.
Erasmo, el príncipe de los humanistas, señaló que Lutero era demasiado honrado mientras que Eck no era más que un majadero (
jeck). Lázaro Spengler de Nuremberg y Bernardo Adelmann de Augsburgo señalaron también la derrota espantosa sufrida por Eck e incluso W. Pirckheimer publicó un libro titulado
La bajada de calzones de Eck que iba a provocar las carcajadas de toda Alemania.
No deja de ser significativo que eruditos católicos como J. Lortz o el dominico D. Olivier compartan ese veredicto.Si Lortz señala que una prueba fatal de la debilidad católica fue la manera en que Eck se dedicó a su promoción personal durante las semanas siguientes y la forma en que las universidades se negaron a dar un veredicto en el que Lutero apareciera como derrotado. Por su parte, Olivier reconoce el juego sucio de Eck y acepta totalmente la victoria de Lutero. Con los datos históricos en la mano, no se puede llegar ciertamente a otra conclusión.
Por añadidura, Eck había empujado a Lutero a asumir una posición que estaría cargada de consecuencias. Antes de Leipzig, el agustino se había manifestado profundamente preocupado por cuestiones de carácter pastoral y por la necesidad de regresar a una predicación bíblicamente pura del mensaje de salvación. Después de Leipzig y de los prolegómenos relacionados con el estudio de la Historia de la iglesia, Lutero ya no cuestionaría sólo el uso del edificio sino la bondad misma de su existencia. El teólogo y pastor estaba dando los pasos necesarios para convertirse en reformador.
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