Resulta obvio que se podía o no estar de acuerdo con él, pero lo cierto es que la primera afirmación arrancaba de las Escrituras y de la segunda, con los matices que se deseen, existían precedentes históricos antiguos y recientes.
Sin embargo
resultaba obvio que el agustino se enfrentaba con una estructura de poder que podía reducirlo, literalmente, a pavesas. De manera lógica, Lutero buscó la protección de su propio Elector, el príncipe Federico el sabio, escribiendo a Spalatino, su secretario. Su propósito era que Federico intercediera ante el emperador Maximiliano para que impidiera su envío a Roma.
En medio de una situación que empeoraba a ojos vista resultó de especial relevancia el comportamiento de los dominicos como denunciantes de Lutero.
El 14 de marzo, el agustino había predicado un sermón sobre el abuso de poder que se producía en la práctica de la excomunión.
Semejante hecho, como ya hemos señalado con anterioridad, es reconocido en la actualidad por los propios estudiosos católicos como Lortz, pero, a la sazón, dejaba expuesto un flanco peligroso por el que atacar a Lutero. Dos dominicos que se hallaban presentes en la predicación –y que, muy posiblemente, acudieron para encontrar algún motivo del que acusar al agustino– tomaron nota de las palabras recogiendo, de forma exagerada, convirtiéndolo en un material que pudiera ser utilizado en contra de Lutero.
No sólo eso. Invitado a cenar en la casa del Dr. Emser en Dresde, Lutero había seguido defendiendo sus puntos de vista en el sentido de que la excomunión, lamentablemente, había dejado de ser un instrumento de disciplina espiritual para convertirse en un arma de temor esgrimida por el papa. Sin que Lutero lo supiera, un dominico escondido tras una cortina fue recogiendo todos sus comentarios. No concluyó con esto la acción de los frailes. Estas notas recibieron la forma de tesis y fueron enviadas a Augsburgo donde se pusieron en circulación bajo el nombre de Lutero. Se trataba, en realidad, de una falsificación, pero, como habían pretendido los dominicos, obtuvo un éxito notable a la hora de dañar al agustino.
A la sazón, el emperador Maximiliano estaba dando todos los pasos posibles para conseguir que su nieto Carlos le sucediera.Semejante paso no era fácil en la medida en que la corona imperial no era hereditaria sino que dependía del voto de varios electores y, en no escasa medida, del respaldo papal que debía ungir al nuevo emperador. Carlos, sin embargo, era un candidato que no gustaba al pontífice. En aquellos momentos, era rey de España y acumulaba territorios en Italia y los Países Bajos. Si además se convertía en emperador, contaría con una fuerza que era contemplada como una amenaza –no sin razón- por la Santa Sede. Se producía así una situación que contribuiría no poco a la desgracia de España en los siglos venideros. Si podía ser utilizada sin el menor escrúpulo por el papa, era una nación querida, pero si se daba la circunstancia de que era poderosa, la Santa Sede se convertía en su peor enemigo.
Sobre ese marco político el hecho de que, de repente, apareciera un hereje contra el que se podía actuar en beneficio del papa, fue visto por el emperador Maximiliano como una vía para cambiar el punto de vista papal sobre la sucesión del imperio.
Quizá si el pontífice era consciente del celo religioso del emperador dejaría de oponerse a la elección de su nieto Carlos como sucesor suyo. De manera inmediata, Maximiliano escribió al papa para indicarle que debía intervenir contra aquel hereje y que, por supuesto, contaba con su apoyo.
Si se examina fríamente la situación, hay que reconocer que la posición del agustino había empeorado extraordinariamente en muy poco tiempo.
Ciertamente, Lutero había contado hasta entonces con la protección del Elector y con el respaldo de los eruditos, pero
la coalición del emperador con el papa debía ser considerada como una fuerza imposible de resistir. En apariencia, la suerte de Martín Lutero estaba echada. A no mucho tardar, sería procesado como hereje y, caso de no retractarse, ardería en la hoguera exactamente igual que Huss.
Continuará
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