Lo que era una invitación al debate público había provocado la alarma entre los beneficiarios de la predicación de las indulgencias y una de las partes interesadas había optado por un arma privilegiada, la de acusar de hereje a la persona que cuestionaba su comportamiento.
En teoría, la iglesia católica constituye un todo prácticamente monolítico caracterizado por la unidad. Sin embargo, la Historia presenta multitud de casos en los que las rivalidades entre órdenes y grupos o el choque de intereses de las distintas instancias ha convertido esa unidad en una palabra sin apenas contenido.
En esos momentos,
los dominicos alemanes se jactaron de que Lutero ardería pronto en la hoguera y debe reconocerse que, por macabra que resultara la afirmación, distaba mucho de ser exagerada.
Roma, desde luego, no dejó de escuchar la voz de alarma lanzada por los dominicos.
De entrada,
el papa consultó con el cardenal Cayetano, general de la orden de santo Domingo. Cayetano era un curialista estricto, pero también era un personaje de una talla muy superior a la de compañeros suyos de orden como Tetzel.
Tras examinar las tesis expuestas por Lutero y contrastarlas con las opiniones de diferentes teólogos, informó al papa de que no había razón para acusar a Lutero de herejía.
El asunto podría haber concluido apenas iniciado si el papa hubiera escuchado a Cayetano. Sin embargo, los dominicos no estaban dispuestos a soltar una presa que les parecía segura. Se aproximaron así a un primo del papa, Julio de Medicis, y lograron así convencer al pontífice para que ordenara a Gabriel della Volta, ya nominado como próximo general de los agustinos, que controlara a Lutero.
Della Volta escribió con tal finalidad a Staupitz, mientras el obispo pedía a Lutero que se abstuviera de futuras controversias. El plan de Della Vollta, sencillo pero contundente, consistía en que el siguiente capítulo de los agustinos que tendría lugar en Heidelberg en abril de 1518 obligará a Lutero a someterse y, en caso contrario, lo enviara a Roma para ser juzgado como hereje.
Cuando se examina la situación a la luz de las fuentes históricas, no puede discutirse que los adversarios de Lutero no eran pocos a inicios de 1518 y, lo que resultaba más peligroso para el monje, contaban con acceso al propio pontífice.
Sin embargo, a pesar de todo, el agustino no carecía de apoyos. Spalatino, el bibliotecario, secretario y capellán del Elector Federico le comunicó su respaldo convencido de la justicia de sus argumentos. Por lo que se refiere a los estudiantes de la universidad, no dudaron en quemar las ochocientas copias de las tesis que había enviado el dominico Tetzel. Dicho sea de paso, semejante conducta les valió una reprimenda de las autoridades académicas ya que era inaceptable y además podía perjudicar a Lutero.
Con todo,
el mayor apoyo recibido por el monje fue el de su propia orden. A decir verdad, la respuesta de los agustinos ante la amenaza que se cernía sobre Lutero fue prudente y equilibrada. Por supuesto, rogaron a Martín que no incurriera en conducta alguna que pudiera desacreditar a la orden, pero tampoco estaban dispuestos a entregarlo a los dominicos.
Así, en abril de 1518, en contra de lo que había pensado Della Volta, Lutero se encaminó hacia el capítulo de Heidelberg provisto con unas cartas credenciales tan favorables que llamaron la atención de algún funcionario por su carácter elogioso.
El análisis de las denominadas
Tesis de Heidelberg excede el objeto del presente estudio, pero debemos señalar que Lutero subrayaba que sólo podía encontrarse a Dios en Cristo crucificado y que la obra propia de Dios (
opus proprium) consistía en justificar a los pecadores. Las palabras de Lutero tuvieron un eco especialmente favorable entre los jóvenes. Si tenemos en cuenta circunstancias como ésas se percibe que la Reforma iba a implicar en no escasa medida un enfrentamiento generacional en el que la gente de mayor edad no se iba a sentir especialmente impresionada por la nueva predicación mientras que la joven la abrazaría con entusiasmo.
Lutero distaba muchísimo a la sazón de asumir una posición de ruptura. De hecho, en mayo, envió una copia de sus
Resoluciones al papa León X junto con una carta en la que apelaba humildemente a su autoridad.
Ese mismo mes, el capítulo de los dominicos se reunió en Roma y Tetzel recibió un doctorado. A decir verdad, Tetzel iba a representar un papel trágico en todo aquel episodio y, en plazo tan breve como un año, moriría abandonado y desacreditado en Leipzig, pero en aquel entonces esos hechos aún se encontraban en el futuro.
De momento, los dominicos siguieron presionando a la Curia para que llevara a cabo una investigación sobre Lutero y reprimiera sus actividades. Finalmente, el papa León comisionó al inquisidor Prierias para que citara a Lutero a fin de que acudiera a Roma y fuera examinado como sospechoso de herejía y pervertidor del poder papal.
Prierias era dominico, pero, sobre todo, tenía graves antecedentes en la represión de disidentes. A él se debía el caso Reuchlin, un extraordinario humanista alemán precursor de los estudios hebreos, al que la inquisición había perseguido, encarnizada e injustamente, provocando la ira de los humanistas y, en general, la de la gente de cierta talla intelectual. Prierias no parecía haber reflexionado sobre su conducta tras el asunto de Reuchlin y ahora, junto con la citación que emplazaba a Lutero a comparecer en Roma en el plazo de sesenta días, adjuntó un documento en el que criticaba la posición del agustino jactándose de que sólo había necesitado tres días para ocuparse del tema. El texto de Prierias no constituía, en realidad, una refutación de Lutero, sino más bien la afirmación del poder papal y de su autoridad para obligar al brazo secular a emprender acción contra cualquiera que sostuviera puntos de vista distintos a los suyos. Por otro lado, el pontífice, según Prierias, no tenía por qué responder ante nadie por sus decisiones ni tampoco discutir las posiciones del hereje.
Tanto la citación como el texto de Prierias fueron enviados al cardenal Cayetano, el legado papal en la Dieta de Augsburgo. Cayetano, a su vez, los envió a Wittenberg a donde llegaron el 7 de agosto.
La citación era áspera y compulsiva, pero, precisamente por ello, tuvo un efecto contraproducente. Al leerla, resultaba fácil –casi obligado- llegar a la conclusión de que no se iba a producir ningún debate académico como había pretendido Lutero al clavar las Noventa y cinco tesis y que, por el contrario, aquello tenía todos los visos de concluir como en el caso de Juan Huss que, acusado de herejía, fue quemado en la hoguera a pesar de ser portador de un salvoconducto imperial.
La reacción de Lutero fue redactar una respuesta a Prierias. En ella cuestionaba su identificación sin más de la Iglesia con la iglesia católica y el papado; insistía en que la doctrina debía basarse en la Biblia, los Padres y la sólida razón, y desafiaba la autoridad infalible del papa partiendo de ejemplos recientes como el belicoso Julio II o el agresivo Bonifacio VIII. Las tesis de Lutero podían resumirse en la afirmación de que la iglesia existía sólo en Cristo y su representante era el concilio. Resulta obvio que se podía o no estar de acuerdo con él, pero lo cierto es que la primera afirmación arrancaba de las Escrituras y de la segunda, con los matices que se deseen, existían precedentes históricos antiguos y recientes.
Sin embargo, a esas alturas, resultaba obvio que el agustino se enfrentaba con una estructura de poder que podía reducirlo, literalmente, a pavesas. De manera lógica, Lutero buscó la protección de su propio Elector, el príncipe Federico el sabio, escribiendo a Spalatino, su secretario. Su propósito era que Federico intercediera ante el emperador Maximiliano para que impidiera su envío a Roma.
CONTINUARÁ: La Reforma indispensable de un monje llamado Lutero: situación desesperada.
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